"Nadie es malo o bueno a tiempo completo. Tenemos muchos matices"
Antonio Dechent. Actor
El veterano vuelve este viernes a los cines como protagonista de 'Hombre muerto no sabe vivir', un intenso 'thriller' sobre la corrupción y la droga que dirige el malagueño Ezekiel Montes
Antonio Dechent regresa este viernes a los cines con Hombre muerto no sabe vivir, del malagueño Ezekiel Montes, un thriller violento, seco y trepidante en el que el actor, en la cartelera también con Operación Camarón, interpreta a Tano, mano derecha de un empresario (Manuel de Blas) que se pasó a otros negocios turbios tras la crisis del ladrillo. Rubén Ochandiano, Nancho Novo, Paco Tous, Jesús Castro y Elena Martínez completan el reparto de esta producción que pasó con éxito por el Festival de Málaga y en la que Dechent (Sevilla, 1960) brilla en la piel de un hombre al que le pesa haber perdido el rumbo por lealtad a un jefe codicioso y que se ve inmerso en una espiral de sangre y locura.
–Su personaje tiene diálogos e incluso una voz en off, pero expresa mucho con la mirada. ¿Le dio indicaciones el director en este sentido?
–Ezekiel tenía al personaje en la cabeza desde el principio, y yo acudí para interpretar a este hombre castigado a mi propio saco de sentimientos y de experiencias. Podríamos definir este trabajo como un mano a mano del director y mío. Cuando leí el guión no encontré nada contradictorio con mi forma de ser, pero vi que me llevaba a ahondar en una zona oscura de mí mismo, la de comprobar que la vida pasa, que ya no somos jóvenes.
–Es un hombre que se maneja en un mundo turbio, pero también un tipo leal a su entorno, con sus principios...
–Creo que por un lado era lo más novedoso del proyecto, pero también lo más complicado. Llama la atención que este personaje, un empresario criminal al fin y al cabo, tenga esta nobleza, que incluso el público pueda sentir empatía con él. Hablabas antes de la mirada de Tano, a menudo es también la mirada del espectador. Es el que observa lo que ocurre, se lo echa todo a las espaldas, intenta resolver la situación.
–Hombre muerto no sabe vivir aborda el submundo de las drogas. ¿Ha aprendido algo de él documentándose para el rodaje que no esperara?
–No hacía falta mucha documentación, porque por desgracia el tema está a la orden del día. Todos conocemos lo que sucede con las narcolanchas, los trapicheos de cargamentos de drogas, pero la película va más allá y habla de la corrupción política, que permite que campen a sus anchas por la Costa de Sol todas estas mafias. Creo que la zona es un nido de todas las bandas criminales de Europa, por lo que leí se llevan bien entre ellas, y la Policía prefiere no informar de lo que hay ahí para no asustar a la gente.
–El otro día contó en El hormiguero que casi muere ahorcado en una obra en la que encarnaba a Judas. La película es muy violenta. ¿Corrieron algún peligro?
–[Ríe] Bueno, ha habido magulladuras. Uno de los valores de Hombre muerto... es que está protagonizada por personajes que ya vienen de vuelta, que tienen una cierta edad, pero, claro, cuando los actores nos metíamos en una carrera advertíamos el desgaste... Aunque tuvimos buenos asesores para las escenas de acción, algunos días fueron duros.
–Todas las crónicas del filme apuntan lo mismo: que no es frecuente encontrarlo como protagonista.
–El último protagonista que hice, A puerta fría, me dio muchas satisfacciones, pero yo pienso que somos actores, que lo de protagonista o secundario es lo de menos, que lo importante es el personaje que defendemos. Pasó algo curioso: esta es una película violenta, como decías, de acción, pero importan las relaciones personales, y como sucede en la ficción con mi personaje yo estaba ahí para escuchar a mis compañeros, para que el equipo se apoyara en mí. Volviendo a la pregunta, yo llevo mucho tiempo ya en esto, y he sido testigo de mucha gente que subía, pero también que bajaba y se caía. El que es actor es actor, ocurre como con el que es médico, que puede ser un neurocirujano y curar una tibia rota. Pues el intérprete igual: es un todoterreno. Otra cosa es los personajes que te ofrezcan, que te permitan desarrollar tus habilidades.
–Gemma Cuervo afirmaba el otro día en una entrevista que su físico la había marcado, que pudo explorar poco su vulnerabilidad. ¿A usted le ocurre lo mismo?
–Sí. Cuando me vuelven a ver como el villano resulta cansado. Nadie es malo ni nadie es bueno a tiempo completo. Las personas somos complejas, tenemos matices. Todas tenemos dolor dentro, algo que nos hace vulnerables, como dices. En esta película, y eso me encanta, se aprecian las dudas, las debilidades de mi personaje. Es verdad que otras veces yo me he sentido condicionado por el físico, sobre todo cuando el papel que te ofrecen es una caricatura, otro malo que sale simplemente para hacer una maldad. Aunque sé que a menudo han contado conmigo, también, para apariciones breves que sin embargo tenían mucho recorrido, que requerían ciertas virtudes interpretativas, y eso me enorgullece.
–Hace unos años interpretó en teatro La voz humana, de Cocteau, un texto que habitualmente protagonizan actrices. ¿Hay otra obra por ahí a la que le gustaría darle una vuelta de tuerca?
–La voz humana surgió, por decirlo de alguna manera, como respuesta a la crisis de 2008. Fue una forma de decirme: A mí no me van a coger de rodillas, me van a coger siempre de pie. Me metí en ese proyecto, que era arriesgado, escrito como cuentas para una actriz, y que siempre que lo había hecho un hombre había sido desde un punto de vista homosexual. Yo quería explorar que incluso el más hombre, por decirlo de alguna manera, es vulnerable en asuntos de amor. Con el rollo de la pandemia estuve dando vueltas a otro texto, muy ambicioso, pero en cuanto se han abierto las puertas me puse con los rodajes. El otro día, en una entrevista, me enteré de que llevo 99 películas, y que la que empiezo ahora, El refugio, de Macarena Astorga, va a ser la 100. El cine me obliga a aparcar esos proyectos, pero ojalá no fuera así. A mí me gusta el teatro de palabra, de los grandes dramaturgos, y ahora subes a cinco actores al escenario y te parece una multitud. El teatro siempre es una ruina, pero te engrasa, hace que la maquinaria funcione, por eso querría dedicarle más tiempo. Hace tres años interpreté Otelo y fue casi un acto egoísta: para demostrarme que podía hacerlo, que seguía siendo actor. Hay películas por las que pasas sin herirte, y la profesión tiene que removerte por dentro.
–En la película, su personaje acaricia la idea de la jubilación. ¿Usted ha pensado alguna vez en retirarse?
–Yo empecé muy jovencito en esto, en el colegio, me subí un curso al escenario y no me bajé de allí en años. Eso significa que sufrí a energúmenos tirándome los papeles de plata de los bocadillos, gritándome, y eso me curtió y me hizo fuerte. Luego entré en el Instituto del Teatro, donde encontré a otros que estaban tan locos como yo, y profesores que sabían mucho, y ahí conseguí una base muy potente. El trayecto que he hecho desde entonces ha valido la pena, desde luego, porque estaría contando como el resto de la humanidad los días para la jubilación y no lo hago. Yo quiero trabajar hasta que el cuerpo aguante. Unas veces disfruto más y otras menos, pero la verdad es que siempre disfruto.
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