Los años febriles del arte andaluz

La Fundación Unicaja repasa en su sede de Sevilla los ‘Quince años de cambios en la colección de pintura joven de la UNIA’

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La comisaria Regina Pérez Castillo, ante una obra de Juan Manuel Benítez.
La comisaria Regina Pérez Castillo, ante una obra de Juan Manuel Benítez. / Juan Carlos Muñoz

En No sé por qué me siento fatal, una obra del gaditano Alejandro Garófano seleccionada por el Premio de Pintura de la Universidad Internacional de Andalucía, tres flores conviven bajo el sol en un paisaje de intensos verdes y azules. Dos de esas plantas tienen la expresión jovial de los emoticonos; la otra, sin embargo, ha sucumbido y se estira hacia el suelo con gesto derrotado. A unos metros, un óleo sobre papel del coriano Juan Manuel Benítez pervierte igualmente un imaginario dichoso y colorido: dispone a la mascota de un equipo de fútbol de Glasgow en medio de un minuto de silencio, un momento de gravedad donde esa criatura con la vistosa forma de una estrella amarilla, incapaz tal vez de sentir el dolor inmenso de una pérdida, se antoja un elemento desubicado.

Para Euforia, intimidad, depresión. Quince años de cambios en la colección de pintura joven de la Universidad Internacional de Andalucía, la exposición que acoge la sede de la Fundación Unicaja en Sevilla hasta el día 19 de este mes, la comisaria Regina Pérez Castillo ha evitado el argumento de los relatos generacionales. La investigadora recurre a un episodio del arte español del siglo XX, en las notas del esmerado catálogo que se publica con motivo de la muestra, para justificar su reserva: dos grupos tan dispares como El Paso o Equipo 57 se fundaron en el mismo año, pero sus estéticas se encontraban en las antípodas.   

Así, al abordar los fondos que la UNIA ha reunido desde 2008 gracias a su certamen, Pérez Castillo ha preferido explorar el modo en que los artistas han abordado, a través de su plástica, el complejo magma de sus emociones, “los estados de ánimo de la juventud”, un período en el que todo se siente con una fiebre que se atemperará con el paso de los años. “Manuel León o Agustín Díaz Vázquez tienen distintas edades, pero se aprecia en ellos una misma joie de vivre, observas sus obras y encuentras el mismo placer a la hora de pintar. Me interesaba más eso, poner a dialogar a diferentes generaciones y analizar cómo comparten los mismos sentimientos”, señala la comisaria, que esquiva de ese modo, también, “las etiquetas localistas de pintura sevillana, por ejemplo, que hoy ya no tienen sentido. Un creador sevillano manejaba hace unos años influencias de Nueva York como ahora puede estar atento a lo que se hace en Japón”.

Alejandro Garófano y Susana Ibáñez comparten sala.
Alejandro Garófano y Susana Ibáñez comparten sala. / Juan Carlos Muñoz

En las paredes de Euforia, intimidad, depresión se suceden los nombres consagrados, pero cuando la UNIA los galardonó aún ocupaban el rango de jóvenes promesas. “Lo bonito es que entonces estaban empezando, que no eran las apuestas seguras que son hoy. Fue una de las cosas que más me emocionó cuando me ofrecieron trabajar con la colección: comprobar que muchos de estos artistas habían subido como la espuma en estos años”, cuenta Pérez Castillo. La lista, ciertamente, abruma: aparecen en ella, entre otros, Alejandro Botubol, los MP & MP Rosado, Ana Barriga, Salomé del Campo, José Carlos Naranjo o Fernando Clemente. Creadores como Julia Llerena, premiada en 2012, o Pablo Díaz Merchante, en 2014, virarían después hacia otros territorios expresivos en su evolución, mientras que Gloria Martín, distinguida en 2010, ya mostraba ese interés por los espacios y esa reflexión sobre los lugares del arte que caracterizará su trabajo en La casa de Claudine, un lienzo inspirado en el personaje de Colette en el que se pregunta por la privacidad de una casa museo. 

La “carga hedonista, saturada y densa”, en palabras del crítico Juan Francisco Rueda, otro de los autores del catálogo, de la pintura de Javier Martín o Ismael Lagares recibe al visitante en el fragmento dedicado a la Euforia, donde los “colores vibrantes luchan entre sí” y las composiciones “desbordan el soporte pictórico”. Un éxtasis que da paso a la contención de Intimidad, en la que Alejandro Botubol otorga una inesperada nobleza a unas cajas apiladas, Salomé del Campo plasma la serenidad nocturna de una cancha de baloncesto y los MP Rosado reinterpretan un pasaje de El retrato de Dorian Gray, que ilustraron en una edición de Galaxia Gutenberg. Los veteranos coinciden en este bloque, un paseo por “atmósferas plagadas de nostalgia y silencio, espacios que requieren una mirada pausada o nos convierten en inesperados voyeurs”, con la mirada “hija de su tiempo” de creadoras más jóvenes como Elena Núñez, Lucía Tello o Laura Vinós.

Autores como Agustín Díaz Vázquez, Manuel León e Ismael Lagares encarnan la euforia.
Autores como Agustín Díaz Vázquez, Manuel León e Ismael Lagares encarnan la euforia. / Juan Carlos Muñoz

La convivencia de unos y otros en Euforia, intimidad, depresión apunta al derrumbe de certezas que ha vivido la creación en las últimas décadas. “Los artistas que se formaron y desarrollaron su carrera entre los 90 y los 2000 habrían crecido con grandes expectativas profesionales: becas cuantiosas, el nacimiento de nuevos centros de arte en nuestra comunidad, una red de galerías nutrida y compradores dispuestos a adquirir piezas de jóvenes promesas... El panorama parecía beneficioso para quienes dedicaban su vida a la creación plástica”, recuerda Pérez Castillo sobre el esplendor de otros tiempos. El artista Fran Baena, que bautiza sus obras con los reveladores títulos de No future. Xanax has blinded all my feelings o Elogio del fracaso, y otra de las voces que escribe en el catálogo, sentencia: “Desgraciadamente para algunos como yo, que nací en 1999, apenas tenemos conciencia de unos años con aparente estabilidad económica. Mi generación ha crecido en un bucle de crisis y precariedad donde no sabemos qué es vivir en otro estado de la materia”. 

Una derrota de las ilusiones a la que se anticipaba Fernando Sáez en El jabalín de la servilleta, en el que aquella Virgen que pintó Murillo en una tela es hoy un animal trazado en un frágil pañuelo de papel, símbolo de la precariedad. Es en este apartado donde los jóvenes encaran sus sentimientos desde la expresividad del meme y el zarpazo de la ironía. “Usan imágenes que pueden parecer divertidas, pero bajo ellas hay una tristeza turbia”, afirma Pérez Castillo. 

La exposición se cierra con una carta que el actor Stephen Fry se escribió a sí mismo cuando tenía 16 años. “Sé que pensarás cuando leas esto. Te avergonzarás. Te burlarás y lo despreciarás. Pues bien, te cuento ahora que todo lo que siento en este momento, todo lo que soy, es más verdadero y mejor de lo que llegaré a ser jamás”. Euforia, intimidad, depresión concentra el arte andaluz en su expresión más pura y exacta, en la honestidad genuina de los primeros años.

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