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Un año con Angelita Vargas

La ciudad de Sevilla le debe un magno homenaje a la gran bailaora, alejada desde hace un año de los escenarios a causa de un accidente cerebrovascular.

Angelita Vargas, en el Teatro Central de Sevilla.
Juan Vergillos

01 de julio 2012 - 05:00

Los lectores más fieles recordarán que en mi resumen de la Bienal de 2010 la consideré como de las más destacadas de aquel festival, a pesar de que su presencia en la programación del magno evento era más bien marginal. Hablaba entonces de "un baile insustituible, convulso, crudo, apocalíptico, de una señora llamada Angelita Vargas". Fue aquella una Bienal floja, en la que destaqué también a la Kaíta, dentro de esta misma programación marginal, y, ya dentro de los carteles estrellas, a Pastora Galván. Dos bailaoras y una cantaora dentro de una programación consagrada a priori a lo instrumental. Lo cierto es que el nombre de Angelita Vargas ni siquiera aparecía en los carteles anunciadores del espectáculo en el que estaba incluida, titulado Ensayo y tablao del Hotel Triana, una propuesta más bien esperpéntica en la que, no obstante, destacó esa soleá asombrosa de la sevillana. ¿Podemos permitirnos el lujo de que una de las bailaoras más sobrecogedoras de todos los tiempos ni siquiera aparezca en los carteles que anuncian su presencia? Obviamente, no. No puede tratarse tanto de despiste como de incompetencia.

Angelita Vargas sufrió el 28 de junio de 2011 un infarto cerebral que, pese a que la bailaora logró salvar la vida, le paralizó el lado derecho de su cuerpo. Durante estos 12 meses sus movimientos han estado muy limitados y su accidente le obligó a iniciar una dura y larga rehabilitación.

Hace unas semanas la vi caminar, orgullosamente, sin muletas ni bastón, después de una sesión de rehabilitación. Este hecho alimenta las esperanzas que tenemos sus seguidores de verla algún día de nuevo en las tablas. O, al menos, impartiendo su magisterio, como hacía antes del funesto accidente. La tremenda voluntad de salir adelante de la sevillana nos da alas en este sentido. Las instituciones, las mismas instituciones que se olvidaban de citar su nombre en los carteles, continúan ajenas a tan lamentable pérdida para el arte jondo actual. Eso sí, sus compañeros y alumnos se acuerdan todos los días de ella. Y este recuerdo se concretó en el homenaje que valientemente ofreció la Peña Torres Macarena, en el mes de febrero, a la bailaora. También sus discípulas de Nueva York y Atlanta han homenajeado a Angelita Vargas siendo Japón, pese a la virulencia con que la naturaleza se ha cebado con el país asiático en los últimos tiempos, el campeón en lo que se refiere a recaudaciones a favor de la rehabilitación de Angelita Vargas. Y es que Angelita y su familia vivían de su arte y este accidente nos ha dado de bruces, una vez más, con la terrible precariedad que en ocasiones oculta el destello de los focos. El accidente de Angelita Vargas me ha permitido conocerla personalmente, tratar con ella las diez o doce veces que la he acompañado, junto con otros voluntarios, a las sesiones de rehabilitación. Un año en el que he tenido el privilegio de acceder a su entorno familiar, ver el barrio en el que vive. Y la alegría enorme de verla recuperar el habla, primero, y la capacidad de caminar más tarde.

Angelita Vargas es una de las más sobrecogedoras bailaoras que han visto los tiempos y su ciudad aún le debe el gran homenaje que esta intérprete se merece. El suyo es arte de inspiración, que intensifica el momento presente, que nos hace sentir el privilegio de estar vivos. Un arte extraño, natural, que entronca con las emociones más básicas. El baile como rito dionisíaco, como entrega absoluta al drama y al goce de respirar. Eso que ha sido y será la esencia de lo jondo. Su baile es solemne, denso, natural: en él no caben los dobles sentidos ni el cinismo. Cuando Angelita eleva una de sus manos al cielo de la noche, pues los festivales de verano eran su escenario habitual, la bailaora se sabe depositaria de una forma de hacer lo jondo única. Un estilo que es a la vez clásico y contemporáneo, intemporal. Angelita imprime verdad y emoción a cada gesto, a cada movimiento. Ninguno de ellos es de trámite, de adorno o de mera mostración de habilidad técnica, sino que todos tienen un sentido. Por eso Angelita sabe pararse, mecerse y anclarse en la lentitud de eso que va detrás de un quiebro, de un giro de muñeca: la eternidad. Todo al servicio del compás de la vida. Cuando se produzca este homenaje, y no me cabe duda de que se producirá, Sevilla irá con retraso respecto a lo ya ocurrido en Atlanta y Nueva York.

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