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Anna Urpina & Nicola Brovelli | Crítica

Anna Urpina y Nicola Brovelli en el Alcázar / Actidea

La ficha

URPINA & BROVELLI

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25 Noches en los Jardines del Real Alcázar. Anna Urpina, violín barroco; Nicola Brovelli, violonchelo barroco.

Programa:La celeste armonía. La música en la Italia del siglo XVII

Dario Castello (1590-1658): Sonata seconda a sopran solo [1629]

Giovanni Battista Fontana (1685-1759): Sonata Terza [1641]

Isabella Leonarda (1620-1704): Sonata para violín y bajo Op.16 nº12 [1683]

Francesca Caccini: A che nuovo stupor mirate intorno / Lasciatemi qui solo / Non so quel sorriso [1618]

Domenico Scarlatti (1685-1757): Sonata en sol mayor K 91 [c.1730s]

Arcangelo Corelli (1653-1713): Sonata para violín y bajo Op.5 nº12 La Follia [1700]

Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Jueves 22 de agosto. Aforo: Lleno.

Las doce sonatas de la Op.V de Corelli se presentan como Sonate a violino e violone o cimbalo, y lo que nos interesa ahora es la conjunción disyuntiva. Eran doce sonatas para violín y bajo continuo, pero la misma edición especifica que podían tocarse con el acompañamiento del violone (es decir, un instrumento de bajo de la familia del violín, valga el violonchelo) o del clave. Esto es importante porque normalmente para el bajo continuo el instrumento de acordes (un clave, una tiorba, un arpa) suele considerarse esencial, pero ya en esta colección absolutamente señera de 1700 (la más editada en todo el siglo XVIII) se indica que podía hacerse con un solo instrumento básicamente melódico como el violonchelo.

Desde el mismo arranque de la Sonata de Dario Castello, Nicola Brovelli mostró que el violonchelo puede funcionar en este papel, aunque lo hiciera con un instrumento de filiación algo tardía para las obras interpretadas (Castello, Fontana), un violonchelo digamos ucrónico. Cierto que hubo pasajes en los que quizás se echaron de menos esos acordes que proporciona un clave o una tiorba, pero el joven italiano tocó con un sonido tan profundo y con un control tan extraordinario de la articulación y las dinámicas que fue capaz de sugerir continuamente las armonías que su instrumento en realidad no tiene.

La función del bajo continuo es no solo sostener la voz melódica superior, sino que en muchas ocasiones tiene que dialogar con ella, y la implicación entre los dos solistas fue estupenda toda la noche. El sonido de Urpina es más bien pequeño, pero con el tiempo su violín se ha ido haciendo más lírico, ideal para las melodías de principios del Seicento, aunque le faltó un poco de vuelo ornamental, no debe olvidarse que todo el repertorio instrumental se está construyendo ahora a partir de la improvisación y de la disminución, y ahí la violinista catalana quedó acaso demasiado pegada a la letra.

La Sonata de Isabella Leonarda era ya otra cosa, una música más avanzada, pasada por las experiencias romanas y boloñesas, y ahora Urpina supo trabajar admirablemente las dinámicas y los cambios de articulación apoyada en un Brovelli sensacional. En mi opinión, el momento más destacado de toda la noche, también porque estas sonatas de la monja de Novara se programan poco y son estupendas. Sugerentes las transcripciones de las canciones de Francesca Caccini, muy ágiles las extremas y con adecuado énfasis sobre el cromatismo en Lasciatemi qui solo, de indiscutible ascendente monteverdiano. Pese al título del programa, el concierto saltó luego al siglo XVIII con una de esas sonatas de Domenico Scarlatti que se piensan fueron pensadas para un instrumento melódico con acompañamiento. La abrupta escritura rítmica del maestro napolitano fue solventada con soltura. Muy contrastada y virtuosística la Follia de Corelli de cierre, otra vez con una perfecta compenetración del dúo y un fraseo más intenso y dramático.

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