El valor de una idea

Me despetaré en Shibuya | Crítica

La joven escritora checa Anna Cima propone, a caballo entre el 'thriller' fantástico y la novela adolescente, una historia sobre la fuerza de la imaginación y los deseos

La joven escritora checa Anna Cima (Praga, 1991).
La joven escritora checa Anna Cima (Praga, 1991). / D. S.
M. Ángeles Robles

13 de diciembre 2020 - 06:00

La ficha

'Me despertaré en Shibuya'. Anna Cima. Trad. Kepa Uharte. Nórdica Libros. Madrid, 2020. 376 páginas. 22 euros

Anna Cima (Praga, 1991) debuta en el género novelístico con Me despertaré en Shibuya, una obra que aglutina sus grandes pasiones: la escritura y la literatura japonesa. Con estas dos credenciales por delante, Cima construye un libro esencialmente referencial en el que se pueden rastrear fácilmente sus querencias literarias y personales. Al lector le sorprenderá el desparpajo de una historia que bebe directamente del mundo urbano y onírico de uno de los grandes referentes actuales de la cultura libresca del país del sol naciente: Haruki Murakami.

Me despertaré en Shibuya está protagonizada por la joven Jana, que adivinamos trasunto de la propia autora porque con ella comparte la experiencia de cursar estudios japoneses y su veneración por el país asiático, y muy especialmente por una pléyade de escritores que van desde Yukio Mishima al Nobel Kenzaburo Oé, pasando por poetas como Kobayashi Issa y ensayistas como Natsuo Sekikawa. A todos ellos rinde homenaje explícito en un apéndice de la novela en el que enumera a todos los escritores citados en esta obra: más de veinte.

Cima arma una historia que se debate entre el thriller fantástico y la novela adolescente y entretiene al lector con su forma de narrar que, en la traducción de Kepa Uharte, resulta ágil y directa. La autora flexiona sobre el poder de la imaginación, sobre la fuerza de los deseos y la inapelable fuerza del pensamiento.

Jana persigue un sueño y está atrapada en otro. Se enfrenta a una doble búsqueda. Una tiene que ver con sus estudios, con su gran pasión por la literatura japonesa: busca información sobre un autor japonés que le llama poderosamente la atención y del que intenta traducir una enigmática obra cuyos fragmentos se insertan en la narración principal. Este autor de complicado acceso, del que no aparece nada en internet ni en los grandes manuales de literatura, se convierte en una verdadera obsesión para la joven estudiante, aunque pronto se sentirá acompañada en sus pesquisas por un compañero mayor que ella, Viktor Klíma, con el que terminará estableciendo una intensa amistad.

Portada de la novela.
Portada de la novela. / D. S.

La segunda indagación que define la trama de esta novela es de carácter personal y está relacionada con la obsesión de Jana por Japón. Cima nos plantea un viaje iniciático, el que emprende esta joven estudiante que lucha por definir sus afectos y por sentirse segura dentro de su propia piel. Jana se debate entre la adolescente que quedó atrapada como un pensamiento, como una idea persistente, en las abarrotadas calles de Shibuya –uno de los más concurridos y modernos barrios de Tokio– y la mujer madura en la que poco a poco se va transformando. Ambas –la idea de Jana atrapada en el recurrente laberinto del barrio japonés y la Jana de carne y hueso atrapada en el laberinto de sus propias emociones– comparten la inseguridad de encontrarse en un momento vital crucial, que escapa a su control.

Me despertaré en Shibuya está poblada de personajes que se encuentran al borde de dos mundos: el de la adolescencia y el de la vida adulta, la mayoría, pero también en el límite difuso de dos culturas. Son jóvenes que se mueven en una sociedad globalizada que les permite el acceso rápido a la información, que les posibilita viajar con relativa sencillez. Todos, de algún modo, se sienten fuera de lugar. La ciudad, Praga, es el territorio hostil en el que se desenvuelven, siempre con la mente puesta en un escenario distinto.

Uno de los mayores aciertos de esta novela es, quizás, la recreación efectiva de un clima urbano muy concreto. La capital checa está dibujada con certeras pinceladas. A través de los ojos de Jana y sus amigos podemos acercarnos a la urbe actual y a esa otra no tan lejana, de grandes naves y edificios abandonados, que nos traen el aire de tiempos pasados. En este sentido, la novela nos ofrece una visión personal de Praga muy alejada de los clichés turísticos.

La novela de Cima quiere ser también un homenaje a los autores japoneses que tan bien conoce la autora. Jana se confiesa, aunque no esté demasiado bien visto entre sus colegas de facultad más sesudos, admiradora de Haruki Murakami y, en concreto, de su novela After Dark. Su especialidad es el mystery japonés, aunque luego se quede colgada con la inquietante obra de Kiyomaru Kawashita, el autor coetáneo de Kawabata sobre el que investiga.

Me despertaré en Shibuya mantiene un elegante equilibrio entre la literatura de consumo juvenil y la obra con vocación de trascendencia. Se mezclan en ella elementos fantásticos con otros de carácter más personal y reflexivo que dotan de profundidad a una historia que, no sabemos si también como elocuente ofrenda a la narrativa japonesa, que gusta de los finales abiertos, queda en suspenso ante el perplejo lector.

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