Ese anhelo infinito

Los idealistas creyeron hallar en Beethoven, "hijo de los dioses", la culminación de su pensamiento. Este ensayo analiza el nacimiento de aquel nuevo paradigma de interpretación de las artes.

Retrato del compositor, director de orquesta y pianista alemán Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770 - Viena, 1827).
Retrato del compositor, director de orquesta y pianista alemán Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770 - Viena, 1827).
Pablo J. Vayón

19 de octubre 2014 - 05:00

La música como pensamiento. El público y la música instrumental en la época de Beethoven. Mark Evan Bonds. Trad. Francisco López Martín. Acantilado. Barcelona, 2014. 299 páginas. 24 euros.

En 1810, E. T. A. Hoffmann publicó un encendido ensayo crítico sobre la Quinta Sinfonía de Beethoven en el que afirmaba que la música instrumental era la más elevada de todas las artes, porque abría al ser humano "el maravilloso reino espiritual de lo infinito". Sólo veinte años atrás, en su Crítica del juicio, Kant había escrito que la música instrumental "era placer más que cultura", ya que al carecer de texto sólo podía dirigirse a los sentidos, no a la razón. En tan corto espacio de tiempo, la música había pasado de considerarse un lenguaje a un objeto de contemplación y el peso en la apreciación de su inteligibilidad se había deslizado del compositor al oyente. Si hasta finales del XVIII se suponía que el espectador era movido por unos resortes retóricos que funcionaban dependiendo de la capacidad del compositor para manejarlos, ahora, de repente, al oyente se le exigía su participación activa, imaginativa en la escucha: escuchar era lo que cada cual fuera capaz de hacer con la obra musical.

Este tránsito que, pese a su minusvaloración de la música instrumental, puede hacerse arrancar de Kant, está manifestando toda una transformación en el terreno de la estética. Los primeros músicos románticos asumieron con naturalidad el vocabulario y las categorías de pensamiento de los filósofos idealistas, quienes vieron en la sinfonía, por su propia incorporeidad abstracta, no contaminada por lo material, un instrumento perfecto para aplicar su nuevo paradigma de interpretación de las artes. Convirtieron así al género en el centro del universo musical no ya por su capacidad para impactar sensorialmente en un público cada vez más amplio, sino por su poder para transmitir ideas esenciales y para aglutinar a la nueva burguesía en torno a algunos conceptos revolucionarios (la democracia, la nación).

Mark Evan Bonds analiza este proceso de forma minuciosa, centrándose en la visión de los pensadores idealistas que creían haber hallado en Beethoven, auténtico "hijo de los dioses", la culminación de un proceso en el que se admitía el papel de Haydn y de Mozart, pero sólo como peldaños de una escala para la asunción de esa nueva perspectiva que otorgaba al oyente la posibilidad de altas revelaciones espirituales, con la condición de que hiciera el esfuerzo de escuchar con imaginación creativa. Este nuevo marco de referencia permitió por ejemplo a Friedrich Schelgel afirmar que "la música tiene más afinidad con la filosofía que con la poesía", en cuanto se convertía en una auténtica fuente de la verdad. Para desentrañar todo esta construcción intelectual, Bonds desarrolla su tesis operando más desde el campo de la filosofía que desde el de la musicología, estudiando el pensamiento sobre las obras antes que las obras mismas. Su ensayo se lee con extraordinaria fluidez e incluso con fascinación por su capacidad para penetrar, desarrollar y aclarar conceptos no siempre fáciles, y todo ello aunque uno pueda ponerse un poco a la contra, mirando con escepticismo este mundo sonoro que se llena de criaturas fabulosas en permanente trance, pues de creer a Hoffmann deberíamos pensar que, en efecto, "la música instrumental de Beethoven acciona la palanca del horror, del estremecimiento, del espanto, del dolor y despierta ese anhelo infinito que es la esencia del romanticismo".

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