El ángel y las rejas

de libros

Pierre Clémenti, estrella del cine de autor de los 60, dejó unas intensas notas sobra su paso por la cárcel.

El actor y director de cine francés Pierre Clémenti (París, 1942-1999). / D. S.
Alfonso Crespo

15 de agosto 2017 - 06:00

La ficha

'Algunos mensajes personales'. Pierre Clémenti. Trad. Diego Luis Sanromán. Pepitas de Calabaza. Logroño, 2017. 160 páginas. 16,50 euros

La visita, desde la primera infancia en correccionales, a los centros represivos del Estado, con la guinda de la cárcel, durante año y medio, en las prisiones italianas de Regina Coeli y Rebibbia, activa la escritura de Pierre Clémenti, lo que a bote pronto podría hacer pensar en un paralelismo con Genet -con quien además compartiría cierta predisposición mística-, si bien el firme proyecto literario de este último, el regodeo lírico en un mundo cruel y transvalorizado, se encuentra en las antípodas de esta gavilla de testimonios y confesiones donde Clémenti, ya una estrella del cine de autor por entonces, destapaba desde dentro la destructiva ideología tras un sistema penitenciario moderno desquiciado ante los desarrollos de las sociedades de posguerra.

Bajo un visionario espíritu, digamos, foucaultiano, escribe Algunos mensajes personales, libro enclavado en la resaca europea de Mayo del 68, que había convertido la cárcel en otra trinchera más dentro del conflicto intergeneracional e interclasista que caracterizó a este particular conflicto civil transfronterizo. En un clima de histeria coercitiva y caza indiscriminada al hippie, a Clémenti lo metieron, literalmente, casi dos años en prisión preventiva por posesión de drogas, al "hallar" la Policía estupefacientes en el piso romano de una amiga en el que el actor se hospedaba junto a su hijo Balthazar.

La fama de Clémenti, quien a la altura del verano de 1971 ya había trabajado, además de con Buñuel, con parte de la plana mayor de los modernos italianos (Visconti, Pasolini, Bertolucci...), y la por entonces aún vigente legislación fascista -donde tráfico y consumo de drogas eran una y la misma cosa- conformaron una siniestra alianza que aprovecharía un sistema encantado de romper el espejo público de una vida peligrosamente anárquica. Que todo era una cuestión de imagen y de forma de vida quedó claro en el juicio, cuando el juez alzó la voz para incriminar al actor según el siguiente argumento: "La personalidad y la conducta de Clémenti demuestran una predisposición física y psíquica a la tenencia y al consumo de estupefacientes". La condena se dictaba de antemano, porque lo que condenaba, como luego escribiría el actor, era "tu jeta y tus ideas".

Una buena parte de Algunos mensajes personales expresa la firme denuncia de este testigo privilegiado, quien transmite la dura sabiduría que se obtiene del revelador descarrilamiento entre visibilidades y enunciados: la cárcel no es eso que dicen, eso de lo que se escribe, ese encierro que debe redimir y recuperar para la sociedad a sus hijos descarriados, sino una industria que destruye almas y produce delincuentes a partir de una materia prima, los presos, que suelen caer allí por su propio peso (el contexto socioeconómico que los marca desde el nacimiento) para luego mantener indirectamente a los miles de empleos alrededor de esta estrategia de confinamiento. A la espera del juicio, antes de la sanción y la pena, Clémenti ya se sabe, cerca aquí de Kafka, manchado por "el proceso" (donde inocencia y culpabilidad siempre fueron lo de menos), y se ve como un cosmonauta suspendido, sin fecha cierta de aterrizaje, y al arbitrio de una fuerza de atracción más potente que la de la Tierra, el abismo de la locura.

Aun lejos de Genet, Clémenti también obra en estas intensas notas su particular "milagro de la rosa", abriendo desde el corazón de su traumática y esclarecedora experiencia en ambas prisiones italianas una perspectiva sobre su biografía como actor de teatro y cine que resulta muy enriquecedora. Y esto no sólo porque, como decíamos, el joven Clémenti ya se había codeado con grandes nombres, de lo que aquí también deja constancia (el encuentro con la "jeta fabulosa" de Buñuel, con Visconti, quien le espetó: "para ser un macarra, tienes manos de príncipe", o con Pasolini, puede que su mayor influencia, también a la hora de reclamar comprensión y alianza entre los desfavorecidos, siempre a un paso de intercambiar uniformes -de guardián y preso- dentro del universo carcelario); sino sobre todo por cómo florecen las reflexiones encabalgadas entre ámbitos: de esta manera, si el encierro le resulta una auténtica pérdida de la virginidad, una marca que imposibilita un reingreso total a la vida anterior al desgarro, lo es, sobre todo, porque Clémenti fue un experto en mantener la pureza, esa castidad a contracorriente, cada vez que afrontaba un proyecto de cine o teatro.

Así fue como lo moldearon desde el principio gentes escurridizas de las que aquí se habla, como Jean-Pierre Kalfon o Marc'O, como a un extraño y lúdico ángel que se aparecía donde le apetecía, sin anteponer caché alguno, la espalda vuelta al repetitivo desgaste del actor industrial, pronto a cambiar de aires, para no ser del todo un actor, menos una estrella; a veces sólo un cineasta, tan libre como el que filmara, ya en los años 80, À l'ombre de la canaille bleue, donde las autoridades seguían firmemente del lado del caos.

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