El ángel de Triana
La cantaora y bailaora Carmelilla Montoya, integrante del mítico grupo Los Montoya, publica ahora su primer disco en solitario, producido por José Acedo.
Homenaje. Carmelilla Montoya. Guitarra, composición y producción: José Acedo. Con R. Amaya, R. Amador. Karonte.
Tras una larga carrera flamenca, pues se inició en el baile y en el cante siendo una niña, éste es el primer disco en solitario de Carmen Montañés Montoya (Sevilla, 1962), conocida en el mundo del flamenco como Carmelilla Montoya, la hija de El Morito y Carmen Montoya. Como cantaora destaca el mate su voz, la densidad de colores de su timbre. El repertorio es mayoritariamente festero con ese aire cool propio de la mayor parte del flamenco pop contemporáneo y letras vagamente sentimentales. En el caso del disco que comentamos, la abundante producción está en consonancia con la voz oscura de la intérprete. Es decir, tangos con estribillos, canciones por bulerías con estribillos y variaciones instrumentales de teclados (José María Cortina) o vientos (Jorge Pardo). No podemos, por tanto, dejar de acordarnos de la Niña Pastori, que es la que impuso este tipo de cool flamenco-pop hace una década.
El disco es también ejemplo de la vitalidad social de la cantaora con esas colaboraciones vocales e instrumentales de lujo. Por ejemplo, Miguel Poveda en la canción por bulerías Sensaciones. Raimundo Amador es el protagonista, entre estribillos, de los tanguillos Canción al alba. Por cierto que este último tema se abre con una de las más bellas falsetas del disco, a cargo de José Acedo, compositor y productor, además de guitarrista, de esta obra. Algo parecido podemos decir de la rumba Celos del aire y la flauta de Jorge Pardo, que vuelve a aparecer, en este caso con saxos, en la bulería Suena Manué. Tres son las entregas por bulerías de este disco. La primera, Carmelilla, arromanzada y camaronera, dominada por los trabalenguas y por el son jerezano de la guitarra de Manuel Parrilla y los jaleos del Bo. En Amanece el día sobresale la voz oscura de Remedios Amaya, recordándonos de esta manera aquel dúo mítico de las dos niñas, en la serie Rito y geografía del cante que, a principios de los 70, sorprendió a propios y a extraños en el capítulo dedicado a los Niños cantaores. Lo más sorprendente de esta película para televisión es que en aquella época, 1972, las dos intérpretes, apenas unas niñas de nueve años, ya se mostraban en público como artistas maduras. La tercera entrega por bulerías está dedicada al trovador de Triana, Manuel Molina, en donde Alba, la hija de Manuel, comparte el protagonismo vocal con Carmelilla. Los Fandangos de la rosa son dos descargas a ritmo, una por cantaora, unidas por un estribillo: la otra voz es la muy poderosa de Mari Vizarraga.
En la soleá, asimismo muy rítmica, encontramos la guitarra de Daniel Méndez. Es un cante a pachas con La Tana. Finalmente, en la seguiriya, el invitado de lujo es Juan José Amador. Los coros evanescentes y la ausencia de la métrica tradicional, los estribillos, la instrumentación, el tratamiento pop por tanto, de estos dos últimos cortes, los alejan de la intensidad y el dramatismo tradicional de dichos estilos. Es curioso que en estos tiempos de dictadura de la métrica musical, hasta el punto de que ésta se viene imponiendo como valor absoluto de lo jondo, se descuide tanto la métrica literaria clásica.
Carmelilla ya registró un par de discos con su grupo, la Familia Montoya, en los años 70. En los 80 la pudimos ver bailándole a Camarón en la serie El Ángel, que dirigió y produjo para la segunda cadena de TVE Ricardo Pachón, que tanto y tan bueno ha hecho por este arte, y cuyas opiniones nos resultan tan controvertidas. Allí la podemos escuchar cantándole unas bulerías tradicionales a su prima Lole Montoya, con la guitarra de un delgadísimo Raimundo Amador con zapatos negros y calcetines blancos: éramos tan jóvenes. Allí la podemos escuchar cantando unas letras de Manuel Molina o ver bailando unas bulerías en ese estilo suyo nervioso y naïf, para la voz de su tía La Negra. Baile nervioso pero que también sabe pararse, como demuestra en el Huapango de la luna, cuando se detiene para pedirle más letra al cante de Camarón: un baile antológico del que se reproducen, en el libreto de este disco, algunas instantáneas.
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