“No hay una tradición relacionada con el goce y la felicidad de ser padre”
Andrés Neuman. Escritor
El autor dedica un "álbum de bienvenida" a su hijo en ‘Umbilical’, un libro que publica con Alfaguara
–¿Umbilical ha sido un desahogo, compañía, necesidad, afrontar su paternidad desde el primer momento?
–Sobre todo, lo último. Como creo que los lectores no tienen la culpa de mis problemas, que ya tienen los suyos, nunca he sentido el desahogo como cauce principal de la escritura, aunque no niego que haya un efecto catártico en lo que hago. Para desahogarme me tomo una cerveza con los amigos y les lloro y sería suficiente o haría una terapia. Por razones biológicas, pero también culturales, estamos educados para llegar más tarde al cuerpo a cuerpo con el bebé. Entendí que el poder narrarle lo que estaba sintiendo y el ir creando un vínculo, incluso prenatal, me iba a ayudar a centrarme más en mis emociones y en poder acercarme a esos momentos en los que el hombre está más lejos. Este libro me ha ayudado a afinar las emociones de ese otro cordón umbilical, que no es fisiológico, pero sí afectivo, que te une con tu hijo antes de que nazca.
–Las aproximaciones literarias a la paternidad son escasas, y buena parte de las existentes están relacionadas con el dolor, con la pérdida (como puede ser el caso de Mortal y Rosa, de Francisco Umbral), pero en Umbilical lo es desde la felicidad, desde el asombro.
–No hay habilitada una tradición del goce y de la felicidad de ser padre. Hay una tradición, pero marcada por el padre kafkiano, con el que ajustamos cuentas, porque nos ha jodido la vida o el padre ausente, fantasma, que tal vez sea el más terrible de todos, ya que te daña por omisión. O el padre tardío, al que te reencuentras en los últimos momentos, y en la mayoría de las ocasiones desde el cuidado. Hay muy poca literatura de paternidad, relativa a los primeros compases de la vida, entendida como una celebración. Esto es históricamente lógico, pero no deja de sorprenderme, porque sales a la calle y cada vez hay más hombres empujando un carrito; hombres que estamos aprendiendo a conciliar, aprendiendo muchas cosas de nuestro bebé y sobre todo de nuestras parejas, y todo eso ha generado poca literatura. Un ejemplo concreto es cuando narro el momento, tan pedestre, de cortarle las uñas por primera vez, y mientras lo hacía traté de recordar si había visto una escena de una película o había leído un libro que narrase eso y no lo encontré. No tenemos los padres un imaginario estético y narrativo al que remitirnos. En este sentido, tenemos tres limitaciones: biológica, educativa y narrativa. Y siempre ha habido padres tiernos y cuidadosos, pero no nos lo han contado. La literatura también sirve para registrar y contar los cambios de hábitos.
–Del mismo modo que les tomamos fotografías a los hijos para que vean y recuerden como fueron, ha creado un álbum literario para su hijo.
–Es así. Y eso tiene que ver con la certeza y la emoción de que todo lo que narra el libro, Telmo [así se llama su hijo] no lo recordará nunca y era como hacerle un regalo de bienvenida, con todo aquello que no recordará nunca. Y también tiene que ver con la estructura misteriosa de nuestra propia memoria, que más allá de la posibilidad de la descendencia, siempre me ha fascinado que el misterio evidente e irresoluble de los cimientos de nuestra personalidad, nuestros resortes afectivos, permanecerán siempre en la oscuridad. Nuestra memoria es una mezcla de iceberg y de pirámide invertida, siempre hay una base sumergida, y el convivir con un bebe te ofrece la posibilidad de acercarte a esa parte escondida de tu propia vida, que nunca recordarás, salvo los pequeños retazos que te hayan contado tus padres.
–En Umbilical ha fundido los géneros en los que ha trabajado a lo largo de su carrera: la poesía, el haiku, la narrativa, incluso el diario.
–Al igual que vamos hacia el amor arrastrando todo lo que tenemos, lo bueno y lo malo, también vamos hacia la escritura con la mochila llena. Todo mi bagaje literario se da cita en Umbilical. Me pareció muy interesante trabajar con los límites del género en los dos sentidos que alberga la propia palabra. Si estamos en un momento de la redefinición de los roles de género, para mujeres y hombres, me parecía natural aproximarse a la historia de la primera crianza sin prejuicios de los géneros literarios. Aunque tiene forma de prosa poética, lo que cuenta tiene que ver más con el ensayo, porque he tratado que este libro no tenga una ortodoxia de género. Y es un libro breve, porque también es lógico, porque si hubiera escrito el Guerra y paz de mi hijo significaría que lo que menos he hecho es ocuparme de él, por lo que habría algo de fraude. Es una mezcla de emoción y de autocontención.
–El escritor y periodista Félix Romeo [fallecido en 2011] solía argumentar que las recientes generaciones de padres han sido las primeras en expresar de una forma manifiesta, exterior, su amor hacia sus hijos.
–Es una confesión cierta y dolorosa. Lo mismo que hay un boom de una narrativa que aborda la maternidad, desde esa nueva perspectiva de mujeres que se permiten no cumplir con los mandatos sociales, como la tradición les exige, y al igual que se habla de una maternidad que ya no es opresiva y exigente, es lógico que esos padres que no decían “te quiero” desarrollen un idioma para decirlo. Y más que generaciones de padres, un mismo hombre a lo largo de su vida evoluciona, y así vemos muchos abuelos expresar una ternura que nunca han tenido con sus hijos. Y esto me da esperanza, porque no descarta a ninguna generación. Yo por eso me siento en una bisagra, por aquello de ser padre a los 40, que hasta no hace tanto no era lo habitual, y me encuentro entre la paternidad y la abuelez. Cuando llegas a ese momento que la vida se torna en un reloj de arena tienes unas especial vinculación con tu hijo.
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