Schiff didáctico en Palacio

Festival de Granada. Sir András Schiff | Crítica

En su segunda presencia en el Festival de este año, Sir András Schiff recorre en solitario el mundo del Clasicismo con un modelo de concierto diferente

Andras Schiff momentos antes de empezar el concierto. / José Velasco / Photographerssports
Pablo J. Vayón

05 de julio 2024 - 12:59

La ficha

SIR ANDRÁS SCHIFF

**** 73 Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Sir András Schiff, piano.

Programa: Obras de Bach, Mozart, Haydn y Beethoven

Lugar: Palacio de Carlos V. Fecha: Jueves, 4 de julio. Aforo: Casi lleno

En los últimos años (dicen que desde la pandemia) Sir András Schiff (Budapest, 1953), el fino pianista húngaro que vive en Londres y es ciudadano británico desde hace ya más de dos décadas, ha decidido enfocar sus conciertos de manera diferente: suele anunciar con antelación los compositores que tocará pero no las obras, que va comentando y presentando en el momento de la interpretación. Aunque rara vez empleado hoy, el formato no es en absoluto novedoso, y es cierto que ayuda a dar sensación de cercanía, sobre todo al público menos acostumbrado a los recitales clásicos. En el Palacio de Carlos V, el pianista empezó hablando mucho, para ir conteniéndose a medida que avanzaba su recital y se centraba en los datos: título de la obra, fecha de composición y poco más. Tras la salutación en español, habló entre el inglés y el italiano (a veces traduciendo de uno a otro) con un tono monocorde, sobrio, poco enfático incluso para las bromas o para su arremetida contra el Brexit.

Schiff es uno de esos artistas consagrados a una serie de compositores de los que rara vez sale, y en Granada no fue la excepción: su recital estuvo enfocado a los maestros que lo han convertido en uno de los más prestigiosos pianistas de nuestros días: Bach y la trinidad clásica vienesa (Haydn, Mozart, Beethoven), a quienes en las propinas se unió otro de sus eternos caballos de batalla, Schubert, tan vinculado a los anteriores.

La primera parte del recital estuvo centrada en Bach, de quien posiblemente András Schiff sea el mayor intérprete vivo al piano (confesó tocar diariamente su música antes de desayunar). Su visión se apoya en la búsqueda de la claridad, mediante una pulsación nítida, con una articulación que sin llegar a lo gouldiano tiende al staccato, a la clara separación de notas, y una limitación casi absoluta del uso del pedal. Ahora bien, Schiff no renunció a una ornamentación que pudo resultar incluso florida ni a una flexibilidad agógica que, sin ser especialmente llamativa, le sirvió para potenciar la expresividad de las piezas más lentas, y eso ya desde el Aria de las Variaciones Goldberg con que abrió su recital. Siguió con el juvenil Capriccio sopra la lontananza de suo fratello dilettissimo, la obra sobre la que más se extendió didácticamente, poniendo incluso ejemplos de sus diversas secciones, para tocarla enseguida con una distinguida elegancia y un sutil crescendo en la fuga final. Tras ese Bach esclarecidamernte germánico, quiso contrastar al compositor enfrentado a los dos estilos nacionales dominantes, el francés, a través de una suite, que esta vez fue la Suite francesa nº5, y el italiano, al que se acercó tocando el Concierto italiano. En estas obras Schiff mostró que su Bach se asienta en unas dinámicas muy estrechas, como respetando la naturaleza del clave al que estas obras estuvieron destinadas (llegó a disculparse por tocarlas en un "instrumento falso"). El rigor rítmico de las danzas, con algunas (pocas) libertades en materia de agógica y ornamentación, especialmente en la Sarabande y en las galanterien, centró la atención en la arquitectura formal de la Suite, presentada con refinada y fría transparencia (impecable a este respecto la imitativa giga de cierre). Y si en el Concierto hubo algo más de ardor fue por la propia naturaleza, más audaz, de la armonía y sus mayores requerimientos virtuosísticos, atendidos al detalle.

Schiff conectó luego a Mozart con Bach a través de la biblioteca de Van Swieten y del tema regio de la Ofrenda musical, que tocó para enseñar cómo resuena en el arranque de la extraordinaria Fantasía en do menor KV 475, que también vinculó al Don Juan e interpretó con el mismo respeto por la claridad de las texturas, pero con un sentido del color (del claroscuro, habría que matizar) mucho más evidente. Hay un punto en la obra (Andantino) en que la melodía se enseñorea, y Schiff se volcó en destacar todo su encanto lírico, con una notable flexibilidad en el fraseo y un acompañamiento discreto, para recuperar enseguida el tono trágico de la introducción, con un énfasis sobre el contraste de dinámicas, aunque sin perder nunca de vista la distinción del sonido. Siguió con las Variaciones en fa menor de Haydn, que presentó como el último "capolavoro" pianístico del compositor. Se trata de una obra compuesta en 1793, entre los dos viajes a Londres del músico, y que más allá del ingenio que gravita sobre toda ella, pues son en realidad dos temas los que se varían, busca al final una resolución dramática, en la que el ánimo del pianista no se alteró. Pura contención y control.

La sorpresa (relativa) llegó al final, pues Schiff decidió enfrentars a la Sonata Waldstein de Beethoven, una de las más significativas de su etapa heroica. ¿Seguiríamos oyendo al Schiff elegante, contenido, racionalista y objetivo de Mozart y Haydn? Pues sí y no. La elegancia y la claridad del sonido siguieron ahí, incluso en un arranque de ritmo brioso que no se desbocó nunca, pero las líneas se llenaron de tensión, las dinámicas se ensancharon y la obra fue adquiriendo ribetes emocionales que estallaron en la coda del primer movimiento. El Adagio fue más que nunca el enigmático (y breve) preludio al rondó final, que sonó siempre magníficamente articulado, pero a la vez repleto de energía e intensidad, con resonancias muchos más amplias hasta una coda brillante.

Respuesta entusiasta del público puesto mayoritariamente en pie, que sacó dos propinas al artista: primero un impoluto primer movimiento de la Sonata en do mayor de Mozart, puro y gozoso canto, y al fin, un Schubert raro y un punto nostálgico, el de la Melodía hungara D.817.

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