El amor en fuga

Crítica 'Antes del anochecer'

Julie Delpy y Ethan Hawke a la luz estival del Peloponeso.
Julie Delpy y Ethan Hawke a la luz estival del Peloponeso.
Manuel J. Lombardo

01 de julio 2013 - 05:00

Antes del anochecer. Comedia romántica, EEUU, 2013, 100 min. Dirección: Richard Linklater. Guión: R. Linklater, Julie Delpy, Ethan Hawke. Fotografía: Christos Voudouris. Música: Graham Reynolds. Intérpretes: Julie Delpy, Ethan Hawke, Seamus Davey-Fitzpatrick, Jennifer Prior, Charlotte Prior, Xenia Kalogeropoulou.

La trilogía de Richard Linklater formada por Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013) va unida ya indefectiblemente a la memoria afectiva de mi generación, y podría decir sin pudor alguno que el correlato entre mi biografía personal y cinéfila y la de los personajes de las tres películas encuentra siempre insospechados reflejos, ecos, proyecciones e identificaciones que trascienden los propios clichés de la escritura para borrar, o al menos, para dar esa sensación, los límites entre la vida y el cine.

Pocas trilogías románticas han conseguido tal grado de aproximación entre una cosa y la otra, y sin renunciar nunca a la exigencia de la forma autónoma, a los rituales y códigos del cine que trabaja con los materiales de la realidad sin abandonar el rigor del lenguaje, el carácter autorreflexivo o la cinefilia como doble pacto con su espectador.

Las etapas y edades del amor según Linklater, Hawke y Delpy se parecen demasiado sospechosamente a las etapas de la vida, y su mirada y su tono han sabido plegarse en tres momentos distintos a sus ritmos, sus cadencias y sus temperaturas, modulando un life-and-work in progress que alcanza ahora una depuración que lleva los hallazgos de las dos primeras a una nueva declinación bajo cuya aparente simplicidad se esconde un trabajo de una gran complejidad y virtuosismo.

Jesse y Celine han cerrado al fin aquella vieja promesa de unión de una noche vienesa y una tarde de reencuentro parisina, han formado una familia (o dos), se han asentado en esa vida burguesa de trabajo liberal y renuncias románticas y se han marchado de vacaciones al paraíso. Pero aún late en ellos, o así quieren hacérnoslo ver Linklater y sus cómplices, la llama autoconsciente del deseo, el rescoldo de la memoria de tiempos sin otras preocupaciones que la ingenuidad y una cierta idea de la pureza, el maravilloso roce de los opuestos y la dialéctica de los sexos con un mismo plan.

Antes del anochecer se empapa del tempo y la luz veraniega de la costa del Peloponeso para emparentar a nuestros protagonistas con los de la referencial Te querré siempre, con los de aquellas parejas de Bergman o con los de los cuentos morales y estacionales de Rohmer, organiza su generosa y torrencial vocación filosófica, aquí con más interlocutores, sobre los grandes asuntos de la vida y el espíritu en grandes bloques de tiempo y palabra (siempre lúcida, inteligente, verdadera), hace fluir el cine al compás de las horas del día en un portentoso ejercicio de condensación narrativa en el que cálculo (puesta en escena: planos largos y sostenidos, travellings de acompañamiento) y azar (dos actores trabajando e interactuando desde una complicidad inmensa) se mueven juntos como pocas veces hemos visto últimamente en una pantalla.

Y en el epicentro de su sustancia vívida, luminosa y zigzagueante siempre asoman las orejas del lobo de la decepción y el agotamiento, la palabra fatal que activa el mecanismo de la destrucción y la catarsis, el apunte de ese pequeño gran fracaso que es siempre el día a día de la pareja, la sutileza en el manejo del suspense que congela nuestros irrefrenables deseos ficcionales de felicidad ajena, una felicidad que, en el fondo, ilusos, también querríamos para nosotros al salir de la sala.

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