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Amenes de un señorito

La espuela | Crítica

Athenaica recupera La espuela (1964), novela del escritor gaditano Manuel Barrios, de excelente ejecución literaria, cuyo componente social lo destacaría como uno de los integrantes de la nueva narrativa andaluza de los 60/70

Imagen del escritor y periodista Manuel Barrios (San Fernando, 1924 Sevilla, 2012)
Manuel Gregorio González

15 de diciembre 2024 - 06:00

La ficha

La espuela. Manuel Barrios. Prólogo de Alberto González Troyano. Athenaica. Sevilla, 2024. 276 págs. 20 €

En el Prólogo con que se abren estas páginas ya se sustancian varias de las razones que hacen de La espuela una novela excepcional. Ahí, la perspicacia erudita del Alberto González Troyano destaca, junto a la valía literaria de la novela, dos singularidades sociológicas que tendrían notable repercusión en los 60/70 del siglo pasado. Tales singularidades son la actualización literaria de la figura del señorito; y junto a ella, la recogida de una realidad social, preterida y acerba, con la que venía a diluirse cierta imagen pintoresca de Andalucía, acuñada con largeza. A esta reformulación de la actualidad regional, expresada con una resuelta ambición literaria, vino a llamársele “la nueva literatura andaluza”, sin que de ello se derivara, según recuerda González Troyano, una premeditación grupal; pero sí un tono común, en fondo y forma, en el que destacaron, junto a Barrios, Luis Berenguer, Antonio Burgos, Caballero Bonald, Aquilino Duque, Manuel Ferrand, Alfonso Grosso, Fernando Quiñones, José María Requena, Julio Manuel de la Rosa, Ramón Solís y José María Vaz de Soto.

Barrios aleja al protagonista de La espuela del escueto arquetipo de señorito del XIX

Al abundante linaje literario del señorito, cuyo origen sitúa González Troyano en las Cartas marruecas de Cadalso, Barrios le añadirá, sobre la innovación formal, una complejidad anímica que aleja al protagonista de La espuela del escueto arquetipo del XIX. El señorito que asoma a las páginas, brillantes y terribles, de esta novela, un señorito con coro de aduladores, hecho al exceso y la arbitrariedad, rodeado de la miseria giróvaga y cantante de la flamenquería, es, principalmente, un ser humano. A ello se suma el retrato social de un mundo -el mundo de los cortijos, las romerías y la noche excesiva del juerguista-, cuyo motor inmóvil es el dispendio caprichoso y retórico del latifundista, a través del cual se adivina un vasto horizonte de infortunio.

En La espuela, todo ese orbe nocturno, aglutinado en torno al quejío, viene compuesto por sucesivos recuerdos de los personajes, cuya articulación expresiva corresponde, no obstante, a la celeridad cortante y alucinada que Valle utilizó para su Ruedo ibérico. Digamos, entonces, que en esta novela de Barrios, la riqueza y la novedad del idioma vienen en servicio de una totalidad dramática; una totalidad donde conviven la ternura, la vergüenza, la maldad, la fiebre y el cansancio de los cuerpos.

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