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Demasiado para Amenábar

Mientras dure la guerra | Crítica

Una imagen de la nueva película de Alejandro Amenábar. / D. S.
Carlos Colón

28 de septiembre 2019 - 18:34

La ficha

** 'Mientras dure la guerra'. Drama, España, 2019, 107 min. Dirección y música: Alejandro Amenábar. Guión: Alejandro Amenánar, Alejandro Hernández. Fotografía: Alex Catalán. Intérpretes: Karra Elejalde, Eduard Fernández, Santi Prego, Patricia López, Inma Cuevas, Nathalie Poza, Luis Bermejo, Tito Valverde.

En lo positivo: un intento de objetividad no neutral en la presentación de los hechos históricos, intentando abarcar la complejidad de la situación en los primeros meses del golpe del 36; no reducir los golpistas a caricaturas; muy buenas interpretaciones de Eduard Fernández como Millán Astray (el mejor), Santi Prego como Franco (creíble, lo que no es poco: es la mejor interpretación del personaje hecha por nuestro cine), Tito Valverde como el general Cavanilles (estupendo en su complejo personaje que perfila con breves apariciones) y Karra Elejalde componiendo un muy trabajado, voluntarioso y aceptable pero no siempre logrado Unamuno: sólo logra transmitir con la fuerza y el vigor de la desesperación –agonía– unamuniana el drama vivido por el viejo novecentista regeneracionista atrapado por la tragedia del 36 en dos momentos, su diálogo con la mujer del pastor anglicano y el discurso del 12 de octubre en el paraninfo.

En lo negativo: la errónea pretensión de contar a la vez los inicios del golpe del 18 de julio (la introducción africana con los nazis tiene un simplón sabor a En busca del Arca perdida), las tensiones entre los generales sublevados, el astuto ascenso de Franco y el complejo devenir de Unamuno desde su inicial apoyo al golpe hasta su horrorizado rechazo al constatar la crueldad de los golpistas; la falta de pulso narrativo; la frialdad de una puesta imagen que pretende ser serena y se queda en distante; los errores de los cursis flash-backs (que me recordaron casi literalmente a los de la tan mal envejecida Muerte en Venecia), en los que Unamuno aparece bucólicamente enamorado y quedándose frito mientras lee La genealogía del espíritu, y los torpes apuntes oníricos; los pésimos diálogos, lastrados por una torpe voluntad de didactismo, entre Unamuno y sus amigos Salvador Vila y Atliano Coco, o entre el filósofo y su hija (en el caso de Salvador Vila, figura relevante de la Edad de Plata de la cultura española cuya brillante trayectoria académica como arabista fue truncada al ser fusilado en Granada a los 32 años, todo se agrava por el mal tratamiento en guión del personaje y la mala interpretación); el pobretón diseño de producción; y el mal uso de mala música del propio Amenábar.

Pesa sobre todo en lo negativo la insuficiencia de recursos expresivos para abordar la narración de la agonía de Unamuno que debería cargar con el mayor peso de la película. Acaba siendo algo superficial y como de telefilme (sensación que afecta también a la puesta en imágenes). No se alude con suficiente claridad a su pasado republicano que le valió destituciones, condenas y exilios tanto durante los últimos años de la Restauración como bajo la dictadura de Primo de Rivera; ni a las causas de su desencanto con la República y su horror ante la deriva iniciada en 1934 y agudizada tras las elecciones del 36 que explican su apoyo inicial al golpe de estado; ni se contextualiza su desencanto republicano en el marco del de otros intelectuales como Marañón, Madariaga u Ortega o la existencia de los que sí apoyaron el golpe como militantes de Falange, como Ridruejo, Laín Entralgo, Vivanco, Rosales, Torrente Ballester o Tovar. Por el contrario, se presenta el error de Unamuno como un hecho solitario producido por el desnorte del viejo profesor que vive ensimismado. Esta representación de Unamuno como cabezota e irascible anciano preso de sus errores de apreciación pasa casi por alto –aunque algo sí se recoge– su lucidez al ver la guerra como el enfrentamiento entre dos ideologías, fascismo y comunismo, ajenas a lo que para él era la esencia de España. Pero al fin Unamuno es tratado con buena intención y respeto, aunque sin la fuerza y profundidad necesarias.

El momento esperado, el discurso de Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, su valiente denuncia de la crueldad golpista y el enfrentamiento con Millán Astray, está muy bien resuelto. Como ya he dicho, es el mejor momento de Elejalde como actor y también el de Amenábar como director. Pero lo daña su pésimo final con la entrada de la música sentimentaloide cuando Carmen Polo salva a Unamuno del furor de militares y falangistas. Lástima. Parece claro que Amenábar, director discreto que sólo ha dado dos obras y media valiosas –Tesis, Abre los ojos y Los otros– ha sobrevalorado sus fuerzas al enfrentarse a la gigantesca figura de Unamuno, grande y lúcido aún en sus errores y más aún al rectificarlos.

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