Lo que uno ama
de libros
El traductor Juan Manuel Macías revisa las 'Poesías' de Safo, unos versos revestidos de misterio y certeza
La ficha
'Pesías'. Safo. Ed. y trad. Juan Manuel Macías. La Oficina Ediciones. Madrid, 2017. 190 páginas. 18,50 euros.
A veces sucede. El lector se enfrenta a una traducción y descubre no sólo lo que tiene que contarnos el autor traducido, sino también lo que sobre él tiene que decirnos el traductor. Algunos podrán pensar que es una injerencia imperdonable. No siempre. De vez en cuando, nos encontramos con un traductor capaz de darnos una lección de erudición con naturalidad, modestia y valentía. Es lo que ocurre con esta traducción de Juan Manuel Macías: se adentra en el mito para dejar a un lado la leyenda y devolvernos, purísima, una poesía de una mujer que ha sido desdibujada por el tiempo y los rigores filológicos, más ocupados en saber hasta dónde llegaba su amor por las jóvenes Góngula o Dica que en dilucidar el alma -sí, esa palabra tan denostada-, de una poeta que no ha dejado de ejercer su magnética influencia a lo largo de los siglos.
La Oficina Ediciones apuesta por recuperar la traducción que ya hiciera Macías para DVD hace diez años y que ahora ha revisado para devolver al lector estos versos revestidos de misterio y certeza. Además de las pocas -pero esclarecedoras- notas a los textos, el volumen incluye dos artículos, a modo de apéndice, en los que el traductor y responsable de la edición refuerza su admiración y su profundo conocimiento de la obra de la de Mitilene.
Entre las páginas de esta cuidada edición encontraremos un eco antiguo, apenas un murmullo lejano, que nos hace volver la vista atrás. Para entenderlo, para disfrutarlo, resulta imprescindible pararse, dejarse mecer por esa voz, abrir la mente y el corazón para comprender lo que una mujer del siglo VII a.C quiso cantar con gracia en sus cálidos epitalamios -compuestos tal vez por encargo- y decir con pasión, dulzura, furia y desengaño en sus emocionantes versos rescatados poco a poco entre las nieblas del pasado.
Pocos son los poemas completos que se conservan de Safo. De hecho, sólo uno puede considerarse pleno. Del resto de su producción poética se han recuperado fragmentos más o menos extensos. Algunos de ellos son apenas retazos: un par de versos sueltos de enorme fuerza y capacidad evocadora. Otros son hilos sueltos que quizás alguna vez formaron parte de un bordado exquisito. Macías los recoge en un capítulo aparte, Retales. "Digo que más de uno se acordará de mí", reza uno de ellos. Y con ese "digo" la poeta se hace presente. Y además tenía razón, los poetas no han dejado de acordarse de ella, desde la admiración o la ironía -que no deja de ser una forma velada de admiración-, como hace Ezra Pound en estos famosos versos , citados por Macías, en los que remeda el carácter fragmentario de los poemas de Safo que han llegado hasta hoy: "Spring... / Too long... / Gongula...".
Safo es la poeta de la pasión, que le habla a la mismísima Afrodita como si fuera una igual, que la convierte en diosa terrena a la que pide ayuda: "Acude a mí también ahora y líbrame / de mis arduos desvelos, y todo cuanto mi ánimo / ansía que se cumpla, cúmplelo y sé tú misma / mi compañera de armas" (poema 1). Pero es también la mujer madura que se lamenta por la juventud perdida, la amante despechada que vuelve los ojos hacia su madre buscando refugio que sane sus cuitas; la madre que aconseja a su hija sobre cómo debe adornar sus cabellos. Pero, sobre todo, es la mujer lúcida capaz de reconocer que la belleza suprema está en lo que uno ama, en lo que cada uno de nosotros, mortales, somos capaces de perseguir: "Una tropa a caballo, dicen estos; de infantes, / dicen esos; y aquellos, que una flota de naves / sobre la negra tierra es lo más bello; pero / yo digo que es lo que uno ama" (poema 5).
Poeta de la media luz, del crespúsculo, le da la vuelta al epíteto homérico para invocar a esa luna "de rosados dedos" que es "plata en la tierra". Ofrece una lección de vida al que sepa comprender, pero también nos da una lección de estilo en este puñado de versos cándidos y vehementes a partes iguales y nos conmueve con enigmas encerrados en versos incompletos, como éste que podría ser principio y fin de una historia intuida: "No muevas los cantos rodados..." (poema 62).
"Yo no aspiro a tocar la inmensidad del cielo" (poema 27), nos dice Safo, pero en esa inmensidad sigue brillando con luz discreta. La arena de los siglos ha conseguido amortiguar su voz, pero no acallarla. Entre nosotros permanece unida a sus versos, dispuesta a hablar al que quiera escuchar, clara para el que quiera entender, alta para hacer presente una única verdad: "Y anhelo y busco" (poema14).
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