Alhambra Monkey Week
Más allá del tópico de cansados pero satisfechos
José Luis Rey
Emily Dickinson fue para José Luis Rey (Puente Genil, Córdoba, 1973) uno de esos hallazgos que ensanchan horizontes y afinan sensibilidades, que revelan una manera propia de estar en el mundo a través de la poesía. Y en los últimos años ha sido una presencia permanente. El autor de La familia nórdica, Barroco y Las visiones, uno de los grandes poetas españoles del nuevo siglo, acaba de publicar en Visor su traducción de las Poesías completas de la norteamericana. Un volumen de casi 1.500 páginas en edición bilingüe que supone una gozosa invitación a dejarse envolver por el misterio de la poeta de Amherst.
-¿Qué ha supuesto para usted, como poeta y traductor, esta profunda inmersión en la poesía de Emily Dickinson?
-Ha supuesto conocer mejor y casi enteramente a una gran poeta a la que siempre he admirado. Obviamente, un trabajo de esta envergadura solo se aborda por una gran admiración y devoción hacia la obra que traduces. No me considero un traductor profesional; para mí, traducir es más difícil que escribir. Pero esta traducción he querido hacerla únicamente para sentirme más cerca de quien es una de las influencias principales de mi propia poesía. No creo que hubiera trabajado tanto en otro poeta de lengua inglesa. Eso sí, he aprendido mucho; he aprendido, por ejemplo, cómo un poema puede ser profundo sin necesidad de ser solemne; cómo la poesía puede ser cercana y trascendente a la vez. Dickinson puede empezar un poema hablando de un ratón y terminarlo hablando de Dios. Nos enseña mucho sobre la fusión de lo común y lo trascendente en poesía.
-¿Cuáles han sido las dificultades principales que le ha planteado la traducción?
-La principal dificultad en Dickinson es su sintaxis, influida por sus estudios del latín. Suele poner el complemento directo antes del verbo, que aparece al final. Y, en muchos casos, el verbo ni siquiera está conjugado. Otra dificultad es hallar en español el nombre apropiado de su profusa flora y fauna. Es un verdadero reto traducirla. Pero la recompensa también está ahí; su dificultad sintáctica no anula su gran capacidad de comunicación. Por supuesto, he sido fiel al uso de los guiones. Luis Antonio de Villena, en su reseña sobre esta traducción, ha resaltado esta fidelidad a su forma de escribir diciendo que a Emily Dickinson no se la puede normalizar. Le agradezco mucho esta apreciación; en efecto, su forma de escribir fue muy innovadora, más aún en su tiempo. Y sigue siéndolo hoy.
-¿Qué aporta este trabajo respecto a las anteriores traducciones de Dickinson al español?
-En mi opinión, Dickinson ha sido siempre muy bien traducida y tratada en España. Hay traductores que han hecho muy buenas antologías, como Mariá Manent, Carlos Pujol o Margarita Ardanaz. Mi traducción aporta la visión personal de un poeta español de hoy sobre la obra de una autora a la que admira. Siempre he creído que a un gran poeta hay que leerlo entero, con sus aciertos y sus caídas. No todos los poemas de Dickinson son igualmente grandes, pero todos merecen la pena. Espero que mi trabajo aporte una buena visión de conjunto de su obra.
-¿Cómo se refleja la singular vida de Dickinson en su poesía? ¿Qué correspondencias hay en su caso entre experiencia poética y experiencia vital?
-Su vida fue muy retirada, como todo el mundo sabe. Apenas salía de su casa de Amherst. Pero en su juventud tuvo una formación extraordinaria para una mujer de su tiempo; estudió y llegó a dominar muchas disciplinas, entre ellas botánica, latín, filosofía, astronomía, literatura, religión... Todo ello se refleja en su obra. Fue una mujer muy culta, pero su carácter retraído y su condición femenina la mantuvieron aislada del ambiente literario de su tiempo. Yo creo que ella era consciente de su talento, pues cuando escoge a un crítico de segunda como Higginson para que juzgue sus poemas sabía, en el fondo, que su obra no podía ser comprendida en todo su valor por los literatos de su tiempo. Hubo mucha soledad en su vida, pero también mucha vida interior. Su alma era un volcán de visiones y belleza. Sin duda, vivió más en su interior que en el indiferente y anodino exterior. Realizó lo que ella llama en un poema "la hazaña blanca", esto es, ser un gran poeta ante todo, consagrar su vida entera a la poesía. Con eso basta y sobra para justificar una vida.
-¿Qué aportó Dickinson a la poesía de su tiempo? ¿Y cómo se manifiesta su legado en la poesía posterior?
-Aportó una nueva forma de ver y expresarse. Nadie antes había sido, a la vez, tan profundo y cercano. Ni siquiera Whitman, que tiene un verbo arrollador y extenso, pero tal vez carece de su ironía y su capacidad de llegar al fondo de las cosas con dos o tres imágenes impactantes. En la poesía posterior podemos ver su huella especialmente en Wallace Stevens: en mi opinión, uno de los mejores poemas de Stevens, Mañana de domingo, está lleno de su influencia y es un homenaje secreto a la poetisa de Amherst. También influyó en otros poetas como Hart Crane o Elizabeth Bishop. En España siempre ha sido leída, pero influye poco. Aunque en mi obra, si he de decir la verdad, está muy presente: comparto con ella el interés por temas como la muerte o la eternidad y la reflexión sobre la misma poesía.
-¿Cómo fue el impacto que causó Dickinson en Juan Ramón Jiménez?
-Juan Ramón Jiménez la conoció pronto y llegó a traducir algunos poemas suyos. No extraña que se sintiera cercano de ella, pues ambos eran dos grandes solitarios y dos grandes amantes de la vida interior. Dos personas que dedicaron su vida a la poesía. Hay muchos puntos en común entre ambos grandes poetas. Juan Ramón llegó a decir a propósito de ella que un poeta es un tesoro viviente que a veces deja caer joyas en forma de poemas y que Dickinson se llevó el resto del tesoro de su alma a la eternidad, por si estaba vacía.
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