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Crítica 'La bruja'
LA BRUJA. Terror, EEUU, 2015, 92 min. Director: Robert Eggers. Fotografía: Jarin Blaschke. Intérpretes: Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie, Harvey Scrimshaw, Lucas Dawson, Ellie Grainger, Julian Richings, Bathsheba Garnett, Sarah Stephens, Jeff Smith.
No se tomen esta película a la ligera. No dejen de ir a verla porque su título les invite a la pereza, porque teman ver otra película de terror llena de chimpunes efectistas. Esto es cine de verdad, muy buen cine. Y da miedo de verdad. La bruja es el debut en el largometraje de Robert Eggers, que con esta película logró el premio a la mejor dirección en el festival de cine independiente Sundance. A este tipo hay que seguirle la pista porque aquí hay director. Se ha formado como diseñador de producción y director de cortometrajes inspirados en clásicos de la fantasía y el terror de Grimm (Hansel y Gretel) y Poe (El corazón delator). No es mal aprendizaje.
Presentada en los créditos como "una historia popular de Nueva Inglaterra", tierra fecunda para el terror desde el siglo XVII de los famosos procesos contra las brujas de Salem hasta la sombría vida de Lovecraft, basada en testimonios reales de los procesos por brujería y ambientada en 1630, en plena era del puritanismo obsesionado por las brujas y lo demoníaco, narra la consunción de una familia que, tras ser desterrada de la comunidad, se establece en una solitaria cabaña rodeada por un bosque quizás habitado por brujas. Quién sabe. El caso es que el bebé desaparece, que las relaciones familiares se enrarecen, que las cosechas se mustian, que las cabras dan sangre en vez de leche, que los árboles del bosque parecen gemir… Y que tal vez haya alguien, o algo, que vive entre ellos.
Con un estilo impecable, con una auténtica maestría a la que le basta un plano de las puertas del recinto cerrándose tras la expulsión de la familia de la comunidad para que nos sintamos tan desamparados como ellos en las inmensas extensiones deshabitadas de un territorio amenazadoramente deshabitado, Eggers debuta dando una lección del mejor cine de terror: el que susurra, sugiere, se balancea entre lo posible y lo imposible sin aclarar nunca si lo que vemos es una alucinación o la realidad. Además del dominio de los verdaderos y más serios mecanismos del terror, tiene ese talento -que también tiene algo de don- que define a un gran cineasta: un sentido personal del plano, una sabiduría para situar la cámara en el lugar exacto, un dominio del montaje capaz de crear terror sólo con el paso de un plano a otro (de lo mejor visto en muchos años en una película de terror: la chica juega con su hermanito, un bebé de pocos meses, a te veo y no te veo: plano de ella tapándose los ojos -no te veo-, plano del bebé riéndose en su mantita al descubrirse los ojos -te veo-, plano de ella volviendo a taparse los ojos -no te veo- y plano de la mantita vacía; el bebé ha desaparecido y a lo lejos crujen los árboles del bosque).
Una extraordinaria capacidad de visualización sugestiva, como las goyescas representaciones de las brujas, y la inteligencia con la que representa sólo con miradas el mal que parece infiltrárseles a todos por los poros de la piel. Un montaje tan seco que parece hecho a hachazos. Una soberbia fotografía de Jarin Blaschke -sólo cuatro largometrajes, pero uno de ellos el multipremiado Fray- que en los planos diurnos tiene la luz fría y cortante de los maestros flamencos y en los nocturnos los alardes tenebristas de un Georges De Latour. Una excepcional banda sonora de Mark Korven capaz de fundirse con las imágenes al compartir con ellas el talento para crear una tensión insoportable sin recurrir a efectos facilones. Y unas muy buenas interpretaciones, sobresaliendo la actriz escocesa Kate Dickie como la madre y el pequeño Harvey Scrimshaw. No se la pierdan. Es mucho más que una película de terror. En realidad ni tan siquiera es una película de terror, sino una reflexión trágica sobre el mal. ¿Hay algo que dé más miedo? Una de las grandes películas de este año.
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