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Homenaje a David Bowie
Como tantos otros, el escritor y profesor de Secundaria Fran Ruiz (Málaga, 1981) sintió una profunda orfandad cuando supo, en enero de 2016, de la muerte de David Bowie, una figura a la que idolatraba desde un ya lejano día de su infancia en que faltó a las clases y se topó con el videoclip de Ashes to Ashes. Conocedora de esta devoción, María Hesse pensó que Ruiz sería el apoyo que necesitaba para su biografía ilustrada de David Bowie, un proyecto que seguiría la estela de su exitosa semblanza de Frida Kahlo y que en esta ocasión abordaría, también en primera persona, la vida del músico británico.
La empresa encerraba esta vez una mayor dificultad: Kahlo había construido su poderoso imaginario retratándose a sí misma y convirtiendo su existencia en la materia principal de su producción, pero Bowie había elegido la sofisticación y el ocultamiento como vías desde las que expresarse. Se había desdoblado tantas veces –era el comandante Tom, Ziggy Stardust, Aladdin Sane, Starman, el rey de los Goblins de Dentro del laberinto– que David Robert Jones, el nombre real del genio, se antojaba demasiado escurridizo. “Siempre que te enfrentas a alguien que vivió realmente no dejas de hacer ficción, porque no hay una forma de saber qué sintió esa persona, pero con Bowie la cosa se complica más, porque nunca hablaba de su vida personal”, sostiene Hesse sobre un libro en el que –la afirmación es de Ruiz– sus autores han buscado “qué había detrás del maquillaje, del disfraz de camaleón” del músico británico.
Sumergirse en las declaraciones, entrevistas y las letras de las canciones de Bowie, no obstante, le mostró a Ruiz que su ídolo no era tan esquivo como presumía. “Él siempre aseguró que su música era un reflejo de su sociedad, pero en ella hay apuntes personales”, considera el especialista. La dramática historia de Terry, su hermanastro, que le enseñó a amar la literatura estadounidense y el jazz y que acabó suicidándose tras un largo y doloroso periplo por clínicas mentales, está más presente de lo que cabría sospechar en sus canciones. “La reflexión sobre la locura de Terry aparece con cierta frecuencia en su obra. Para Bowie, como para tanta gente, el arte es una forma de terapia. Esas creaciones de personajes, esos desdoblamientos, eran una forma de procurar entender la esquizofrenia de su familiar”, expone Ruiz.
Bowie. Una biografía (Lumen) es, ante todo, un “homenaje” a ese “alienígena aislado en un planeta en el que nunca había encajado”, a ese artista audaz que “logró a principios de los 70 que ser raro molase”. Un tributo con el que Hesse y Ruiz quieren agradecer la “explosión de color que supone la obra de Bowie en nuestras vidas”, defiende el segundo. Desde niño, “en una Inglaterra devastada por las bombas, donde todo es gris y aburrido”, el protagonista del libro encuentra la redención en la fantasía y la música, cuando ve a escondidas de sus padres la serie de ciencia ficción The Quatermass Experiment y escucha por primera vez vinilos de Little Richard.
Crónica documentada en profundidad, que entre otros episodios relata la amistad del autor de Heroes con Iggy Pop –con el que superó en Berlín su adicción a la cocaína– o John Lennon, al que apreciaba como a su hermano, la tortuosa relación con su primera mujer, Angie Barnett, y la serenidad que halló con su última esposa, Iman, Bowie. Una biografía describe a su homenajeado como un perfeccionista, “alguien que se aburría de sus hallazgos y necesitaba cambiar, aunque sus reinvenciones no gustaran siempre al público. Prefería arriesgarse a estancarse en una fórmula que funcionara”, apunta Hesse. Junto a esa entrega en el trabajo, Ruiz destaca del músico que “tenía un olfato increíble para coger de su alrededor las cosas que podían funcionar bien, podríamos definirlo como un arqueólogo cultural. Y algo interesante es que él nunca dejó de reconocerlo, nunca se vendió como un artista plenamente original, decía que bebía de muchas fuentes. Quizás por eso su obra es muy artificiosa pero al mismo tiempo está llena de honestidad”.
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