Más allá del tópico de cansados pero satisfechos
Alhambra Monkey Week
El festival Alhambra Monkey Week terminó brillantemente su edición de 2024, sobreponiéndose a todas las dificultades sobrevenidas, con una jornada final que batió todos los récords de público asistente
La cultura silenciada
Hasta donde la música nos lleve
La Batalla de Bandas que organiza Radio 3 todos los años para iniciar la tercera jornada del Alhambra Monkey Week tiene un horario incompatible con el de los que vivimos el festival apurando las sesiones nocturnas de las salas de la calle José Díaz y además tenemos que emplear después algún tiempo más en contarlo todo en estas crónicas. Por eso, de la batalla de ayer solo pude ser testigo más o menos directo durante el rato que la escuché en la radio del coche, camino del Espacio Santa Clara para comenzar mis propias doce horas de andanzas entre los monetes. Sí os puedo decir que los ganadores -bastante discutidos, como suele suceder- fueron los gaditanos Space Surimi, lo que contribuyó mucho a que con su concierto posterior, pasada la medianoche, en el escenario AiE, pusiesen a reventar de público la sala Holiday y su entorno más cercano.
Mientras la bandas batalladoras seguían pasando por el escenario Alhambra, daba comienzo en el de la Fundación SGAE, situado al pie de la Torre de Don Fadrique, un concierto secreto, para la prensa y los profesionales acreditados, en el que la banda sevillana Vera Fauna dio a conocer algunas de las canciones que aparecerán en su nuevo disco, junto a algunas otras de las más escuchadas de los anteriores, como Los naranjos y Casa Carreras, extendiendo su calidez a todos los presentes de forma melificada, a través del suave toque pop que tiene su vocabulario musical, conformando una conversación sonora cada vez más sofisticada en la que la banda definitivamente ha encontrado su propia voz. Fue muy agradable también que contasen con la presencia de Ángeles Toledano y Noni, de Lori Meyers, para interpretar junto a ellos las dos canciones del disco que cuentan con su colaboración. No lo tendremos publicado hasta la primavera, pero los adelantos que hemos escuchado en directo aquí y en su intervención de hace unos días en el concierto de Som València indican que la esencia de Vera Fauna no cambia, sino que se extiende, y nos va a proporcionar muy buenas pistas para responder a la pregunta que plantearán en su título, Dime dónde estamos. Donde quiera que sea, procuraremos estar con ellos.
Aprovechando que todavía era temprano para que comenzasen los conciertos en los escenarios del parking del Teatro Central y que estaba en el Espacio Santa Clara, me acerqué al escenario del Claustro para tener una pista de lo que me voy a encontrar dentro de unos días en Nocturama con Julia de Arco. Lo que me encontré hace que esté ya impaciente porque llegue ese momento, ya que en su showcase la jovencísima artista sevillana ofreció algo tan fresco como hace tiempo que no veo por ahí. Dominó a la audiencia con un diseño escénico mínimo: una consola para bases y efectos, una guitarra eléctrica para momentos muy ocasionales, el micrófono y una cantidad extrema de energía y lucidez. Julia mostró que está claramente influenciada por la creatividad ilimitada que la rodea y su concierto fue creíble y dinámico, a veces incluso reflexivo, aunque por mi parte queda esperar que el tiempo acerque su lírica más a mí, pero si no lo hace no sería fallo de ella, sino mío, porque ya estoy muy lejos de la generación Z a la que ella pertenece y mis intereses se apartan mucho de los temas que pueblan las letras de sus canciones.
En todas las ediciones me encuentro alguna sorpresa de las que de por sí solas justifican la celebración del festival. La de este año ha sido Pinpilinpussies. ¿Dónde andaría yo metido todo este tiempo atrás, que no las he descubierto hasta ahora, cuando ya tienen dos discos en la calle? Ane y Raquel, dos chicas cantantes, guitarristas y baterías, que se van intercambiando los puestos durante el concierto, forman una bestia de dos cabezas que con su brutalidad convirtió ayer la pista de coches locos en una hoguera que solo dejó cenizas entre los espectadores, todavía pocos, que estábamos frente al escenario Jägermusic. Con ellas rememoré el momento de hace ocho años, cuando en este festival descubrí a Bala, que también son dos chicas como Pinpilinpussies, aunque estas tienen una pinta más sofisticada, si es que esa palabra se puede emplear para dos torbellinos que te alcanzan con sus dentelladas desde la primera canción, entre punkarra y garagera, y no te sueltan hasta que sientes que los golpes que cualquiera de las dos del dúo da a la batería con toda su fuerza te los está dando a ti en la cabeza; ya no puedes más, pero entonces se acaba el concierto y te has enamorado. Canciones como Mandarinas, esa cosa subversiva que llaman Makarena -basada en la canción que estás pensando, sí-, o 47 segundos, con la que para finalizar el concierto Ane se salió del escenario y se metió entre nosotros con pie de micro y todo, destriparon la tarde de una manera que el contraste con el siguiente concierto iba a ser más marcado de lo esperado. El eclecticismo llevado a otro nivel.
En el escenario Alhambra, el de al lado, ya estaba Sebastián Cruz rodeado por un cuarteto de músicos que son el más claro exponente del flamenco heterodoxo: Raúl Cantizano, que comenzó con una zanfoña para después pasarse a la guitarra flamenca y ocasionalmente también a la eléctrica; Marco Serrato, tocando el contrabajo haciendo vibrar sus cuerdas con un arco tanto como pulsándolas con sus dedos maestros; Gustavo Domínguez, con un clarinete bajo que a veces cambiaba por una flauta rociera y Borja Díaz a la batería y percusiones. Con todos ellos detrás el concierto fue una maravilla de flamenco e improvisación: había que ver a Cantizano mirando a Serrato para mantener el compás del contrabajo con su guitarra mientras Cruz nos transportaba a otro mundo con la taranta de Siendo cenizas. Ya antes, casi al principio del concierto, habíamos tenido uno de esos momentos únicos, cuando después de la serrana de Nace la aurora con la que todo se inició, el maestro coronó Te quiero con el alma, la pieza por malagueñas que abre su disco Zarabanda, convirtiéndose en un Paco Toronjo barroco que esparcía la esencia del fandango -como quieres que te quiera como yo quiero a mi madre- entre un público que todavía no entendía del todo lo que estaba viendo. Más tarde, rondando el final, los fandangos volvieron a aparecer para deslumbrar como el sol al que su letra se refiere: el sol tiene que salir, como salió el primer día. La primera vez que Cantizano cogió la guitarra eléctrica fue para acompañar a Cruz en País del sueño, una zarabanda que parecía escrita por Häendel, dando una nueva vuelta de tuerca a esta revolución de fusionar el flamenco con el barroco. Pero es que además metió a Lope de Vega por tanguillos con Amada pastora mía y se apartó al final del flamenco para terminar el concierto con La cigüeña, una canción tradicional castellana perteneciente al cancionero de Agapito Marazuela. Fue un concierto de flamenco para escuchar sin prejuicios. Sobresaliente.
Lo que ofrecía a continuación Teo Lucadamo en el escenario de al lado, en comparación, parecía una tomadura de pelo de tal calibre que más valía no pensar mucho en lo que estábamos viendo y escuchando y refugiarnos en el alcohol. Pony Bravo volvió a ofrecernos otro concierto, de nuevo en el escenario Alhambra, en el que desplegó todo el eclecticismo del que hacen gala, suavizando o acelerando el ritmo para manejar la respuesta de un público que ellos saben fiel. Junto al hipnotismo de piezas ya clásicas en su repertorio como la copla anómala en que convirtieron la zambra de Manolo Caracol que ellos llaman Ninja de fuego; la de El político neoliberal, con la que desataron al público definitivamente; el aquelarre sónico de Totomami, y la frenética La rave de Dios que puso el punto final, también ofrecieron las canciones de más calibre de las que aparecen en su disco Trópico, estrenado este año: Chichén Itzá, Magic Feeling y Jazmín de Megatrón.
A Triángulo de Amor Bizarro le vino muy pequeño el escenario Jägermusic. La pista de coches locos estaba desbordada, al igual que el espacio entre ella y la barra de las bebidas. Si la palabra despropósito tuviese alguna acepción buena se le podría aplicar a lo que fue anoche el concierto de esta banda: hiperentrega por parte del público, no menos de una decena de círculos de la muerte formados ante ellos, a pesar de que podría parecer imposible con semejante cantidad de gente agolpada, otro puñado de gente haciendo surfing por encima de las cabezas de los demás, de los que el más llamativo fue Javier Rosa, el fotógrafo oficial del festival, que no desaprovechó el momento para seguir disparando su cámara desde tan singular ángulo. En esta gira de Triángulo de Amor Bizarro la banda está celebrando sus veinte años de existencia y tiene la costumbre de que antes de cada concierto sea el público quien elija, por medio de unas cartas de tarot, los dos discos que tocarán íntegros en ellos. Aquí solo les iba a dar tiempo, debido a la estructuración del festival y sus -no hablemos de nuevo de ellos, que me enciendo- horarios, a interpretar uno, pero la mecánica fue también esa. A las primeras filas del público se acercó un cuervo gigante y tiró las cartas al suelo para que la banda tocase lo que dijese la primera de las que cogiesen. En esta ocasión puedo incluso decirles quien fue el responsable de lo que escuchamos después, porque la carta la cogió alguien a quien conozco bien, Rafa Lamet, asiduo a las salas de conciertos y festivales, además de autor de un libro que les recomiendo que busquen y lean si además de la música les gusta el fútbol, porque Amigos de Colusso vs amigos de Kukleta es divertidísimo y está repleto de textos hilarantes sobre los futbolistas más malos que han pasado por el Sevilla y el Betis. La carta en cuestión era la del disco Salve Discordia y ese fue el que interpretaron desde su canción inicial hasta la decimoprimera, con la que termina. Tras ellas todavía tocaron tres o cuatro canciones más, que no terminé de escuchar porque quería coger un buen sitio en primera fila para Parquesvr, aunque me dio tiempo a reconocer que un par de ellas fueron Vigilantes del espejo y De la monarquía a la criptocracia.
Parquesvr, desde que comenzaron su concierto con 1992, la canción que les dio a conocer hace cinco años, hasta que lo terminaron con Javi Ferrara gritando que el mundo pedirá perdón, convirtieron ese mundo en un lugar enloquecido, en el que la alopecia nos hace ya sufrir más que el amor, a través de canciones de su reciente disco, Si molesto, os vais, salpicando un repertorio que se paseó por toda su discografía. De las nuevas, metiendo por ahí Tazas con mensaje, se fueron sucediendo Alfredo’s, Que arda Madriz y Tu nombre es una puerta por cerrar, hasta que cambiaron a Ansiedad, que era la que abría su disco anterior, enumerando cosas que hay que hacer para superarla: reiki, spinning, yoga, nada de tiritos ni pastillas. En ese disco siguieron, derramando sarcasmo del más cáustico sobre nuestros dos directores de cine más famosos en Almodóvor y Amenábor, para ir moviéndose entre el pasado y el presente discográfico con Todos menos tú, Arde quema duele, Juancarlista, remontándose de nuevo a sus inicios para empezar a despedirse con Lance Armstrong y montar con ella un pogo que me apretó varias veces contra la valla de protección delantera, que dejó en una broma el que montaron en el escenario de Cristal del Cartuja Center cuando vinieron a la edición del Monkey Week de hace dos años.
Tanto Gazzi en el escenario Jägermusic como el marroquí enmascarado Guedra Guedra en el Alhambra una vez repuesto de los excesos de Parquesvr, traían sets de Dj con paisajes inmersivos, el primero, y ritmos africanos fundidos con electrónica de gran nivel, el segundo, interesantes pero sin el gancho suficiente, después de unos quince minutos con cada uno de ellos, como para que cambiase mi idea de una cena frugal de camino a las sesiones nocturnas, que comencé en la sala La2 con Ralxx.me X Losoho, un dúo de entre Castilleja y Utrera, en el que el primero lanza bases llenas de pulsos electrónicos y efectos de sonido y el segundo toca la trompeta, anima al personal constantemente y, sobre todo, canta aires flamencos, a veces demasiado cercanos a cuando a esa palabra se le cambia el sufijo de cos por el de quitos, cosa que ocurre cuando cambia los fandangos de Morente o las granaínas de Vallejo por versiones de Vengo venenoso de Antonio Carmona o Ahí estás tú de Chambao, salvadas por las atmósferas como de garito de la escena de Colonia sobre las que flotan gracias a la mezcla de house clásico y techno contemporáneo que aportan las bases. Anoche los acompañó en el escenario un guitarrista flamenco de Marchena, del que no llegué nunca a entender si su nombre era Javi o Happpy, tan polifacético como para hacer también un espectacular baile de breakdance en un círculo que los espectadores le dejamos delante del escenario. También el bailaor Pablo Egea nos brindó muy buenos momento. Al final, entre todos ellos y un par de palmeros que se les unieron -uno de ellos, Alberto Álvarez, percusionista de Mártires del Compás- nos dejaron un fin de fiesta por bulerías.
Esta última noche la música de las salas era eminentemente electrónica, pero no quise retirarme antes de ver a Kelia, a pesar de tener que hacer cola ante la puerta de la Sala X. Ellos son un potente dúo de electrónica muy vanguardista y también prácticamente un spin-off de los Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, porque está formado por José Ugia, que es el teclista de la banda, y FK-Ground, que es su road manager. Su intensa actuación fue impactante, aunque visualmente no sean tan deslumbrantes como Justice o Daft Punk, claros referentes suyos. Después de ese trueno continuo ya solo me quedó la tarea de ir desatascándome los oídos camino de mi casa y, una vez en ella, volver a repetir la siempre penosa experiencia de buscar las tijeras con que cortar la pulsera de acceso a los conciertos y despedirme del Monkey Week hasta el año que viene.
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