Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
La casita de Jesús
La alfombra roja de los Premios Goya
Lo textil prevalece sobre lo cinematográfico en las alfombras rojas. En los Goya por supuesto que también. Un escaparate donde pugnan las marcas. Y nuestros artistas, casi todos, hacen patria. Por supuesto.
En este apartado el cine español ya es mayor de edad y la noche sevillana vino a añadir más alegría, y abanicos rojos reivindicativos, a una cita que necesitaba de reanimación cardíaca. El primer golpe a las revistas del corazón lo dio el granadino Antonio Velázquez con su ruptura con Marta González. Ya por entonces andaba por Fibes la niña de Shrek, bueno, Silvia Abril, de negro y escote palabra de honor con mangas bombachas, vestida por Nacho Aguayo (Pedro del Hierro). Con el primer vestido barruntaba una presentación con conexión, que lo merecía el acontecimiento.
No era cuestión de que la presentadora robara más protagonismo en la pasarela previa. La ganadora lo tenía fácil: la modelo Nieves Álvarez, de negro y bordados dorados con inspiración animal print, del libanés Elie Saab. Penélope Cruz también puso de su parte en presencia, no en tanto en sus respuestas a Carlos del Amor, de TVE (“todos los años me preguntas lo mismo”, decía en el día de la marmota, 2 de febrero). Nuestra mayor estrella, pisa morena pisa con garbo, iba de Chanel, para eso es embajadora de Karl, en un corte esmoquin efecto dos piezas, color perla. Pe, sin Javier, iba espléndida, con la frente despejada.
El negro como Nieves también lucía para otra destacada, su tocaya Ana Álvarez, con el toque clásico y seguro de Rosa Clará; como Paz Vega, con sus abundante apliques florales y sus volúmenes de organza; o Blanca Romero, de Pronovias, firma que además vestía de premamá a Sara Sálamo, con un vestido vaporoso de tono maquillaje. Sálamo revelaba que hizo de doble de Penélope años ha.
De negro y con escote de vértigo posaban Aura Garrido, con pedrería plateada, y la sevillana Belén Cuesta, mismo color y elegancia para otra que actriz de casa, María León. Manuela Vellés, Cristina Brondo o Juana Acosta optaban por líneas sobrias en negro. Como alternativa, y con todos los ojos puestos en ella, Rosalía, con corte japonés y atrevido de Juan Vidal. Otra estridencia oscura, y encadenada, la de otra voz de la gala, Amaia Romero.
El contraste del blanco era la elección de la siempre celestial Marisa Paredes, de Dior, y acompañada de sus compañeras chicas Almodóvar, 30 años después, Julieta Serrano, Rossy de Palma y Loles León; y María Adánez, también blanca, de Santos Costura. Con cintas de terciopelo geométricas la extrovertida y cumpleañera Macarena Gómez, acompañada a tono de su marido, Aldo Comas. La cordobesa dividía opiniones con su vestido de Teresa Helbig. Belén Rueda se encuentra también en la lista de las más acertadas en blanco, bella con ahuecado y con un vestido de Benjamin Friman. Natalia de Molina brillaba también en la noche. Cristina Castaño iba muy 2014 con un dos piezas de encajes y transparencias de Yolan Cris. Con transparencias negras poco favorecedoras había aparecido por allí Miriam Díaz Aroca. Y en blanco y negro una imprevista invitada, Tamara Falcó, con un modelo diseñado por ella misma.
Entre los tonos alternativos, una tercera vía también subrayada en la alfombra, la de los malvas y rosas degradados y vaporosos de Silvia Abascal, modelo de Marchesa; el azul de escote asimétrico de Leonor Watling; o la chaquetilla de brocados de la siempre personal, y plateada, Najwa Nimri. La influencer Dulceida, otra presencia heterodoxa, lucía un voluminoso y romántico modelo de Ze García. Itziar Castro, de rojo, fuera complejos. Como Hiba Abouk, de amarillo. Eso es tentar a la suerte.
Por el lado masculino la seguridad del esmoquin fue predominante, con los mejores posados para Alfonso Bassave, José Coronado y el mencionado Antonio Velázquez. Antonio de la Torre elegía el azul, como Berto Romero, compadre y ‘colgado’ del anfitrión Buenafuente; y Javier Gutiérrez, un osado rojo. El campeón puede permitirse lo que quiera, como la pareja de Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, sonrientes tras su purgatorio. Eduardo Casanova y C. Tangana, a su manera, iban a pecho descubierto.
Incluir a Ignatius en una pasarela de moda es una excentricidad en sí misma ¿verdad? Tanta como la del sonriente Miguel Ángel Muñoz y la del pictórico Brays Efe, todo un poema.
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