La alegría de Gipsy Kings, la personalidad de Raimundo Amador y la elegancia de Medina Azahara se conjugan en Icónica
Público de diferentes gustos, una temperatura agradable y una asistencia algo menor propiciaron un ambiente idóneo para disfrutar de la música y el enclave de la Plaza España
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La noche del sábado el Icónica Santalucía Sevilla Fest programó un pequeño festival en sí mismo, con tres artistas muy diferentes hilvanados por su -más o menos remota- inspiración flamenca. El rock andaluz de la mítica banda cordobesa Medina Azahara, la espontaneidad del blues gitano de Raimundo Amador, y la descarada energía de Andrés Reyes, uno de los miembros originales de Gipsy Kings.
La música de estos tres grupos se gestó principalmente en los años ochenta y noventa, y a pesar de sus prolongadas carreras, es a ese periodo al que remiten sus actuaciones. En consecuencia, más maduro que en otras ocasiones fue el público que asistió a Icónica este sábado. Quizás por ello, el ambiente se enriqueció hasta acabar por parecerse a un festival de los de antes, cuando la gente iba sobre todo a escuchar a los músicos: menos selfie, menos directo de Instagram cuando la estrella de turno canta el temazo. En una palabra: menos postureo. A cambio se pudo disfrutar de una tarde de ambiente primaveral, que invitaba al paseo, a la conversación y la admiración de una Plaza de España engalanada de luces. Ayer el Icónica, con menos asistencia que en citas anteriores, lució quizás mejor que nunca.
Arrancó Medina Azahara, que expandió su sonido electrificante por las bóvedas y corredores de la plaza, donde resonó esa cadencia peculiar, esa lírica tan concreta en torno a la que gravita toda la obra de la banda, anclada en los dictados del rock andaluz, condimentado con sonidos más metal, una oscuridad que le sienta bien a los temas de Triana que versionaron, así como sus éxitos, Paseando por la Mezquita y Córdoba, además de algunos temas de su último disco, El Sueño Eterno, que luce hechuras heavy. A los de Manuel Martínez se les vio acuciados por el reloj y justo cuando caía la noche se despedían del escenario, dejando a la hinchada que los acompañó con ganas de más.
Raimundo Amador jugaba en casa. Al igual que hiciera su colega Kiko Veneno unos días atrás en el mismo escenario, complació al respetable con sus canciones más exitosas y escanció su carisma cercano y espontáneo. Le bajó las revoluciones al Icónica, y se enfrascó en una sesión que a menudo se desarrollaba con la libertad de una jam session, en la que le dio tiempo de versionar a Amy Winehouse, Jeff Beck y hasta de subir a su nieto Luis, de apenas cinco añitos, a tocar y bailotear en el escenario. La savia de Las 3000 sigue germinando. Hizo de “trovador”, que no de cantante, “que yo hago lo que puedo” en Bolleré, Patapalo, Qué gustito pa mis orejas o Camarón.
Finalmente, pasada ampliamente la medianoche, la armada guitarrera de los Gipsy Kings formó sobre el escenario. Seis guitarristas entre diez músicos -cuatro de ellos zurdos, una evidencia de consanguinidad- que ponían músculo a esa rumba tocada a ventilador, como se llama al característico rasgueo que popularizaron el Pescaílla y Peret. Los franceses alternaron siempre un tema movido, con otro romántico y uno instrumental, en un concierto que a pesar de la energía del ritmo resultó monótono, por lo reiterado de las estructuras musicales que emplearon. No obstante, es imposible resistirse a la alegría contagiosa de Djobi Djoba, Volaré, o Bamboleo. Se ha comentado el origen catalán de las rumbas omnívoras de los Gipsy Kings, pero queda explorar la influencia de los tangos extremeños y portugueses, palpable en tonalidades, giros y letras.
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