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Alba Molina | crítica
No lo soy, ni pretendo serlo. Palabras que nos dijo anoche Alba Molina durante su concierto en el hotel Meliá Sevilla, inaugurando el ciclo de Noches Icónicas de este año. Ella se refería a su madre, Lole Montoya, presente en la sala junto a Mayte Martín, pero igualmente podría haberse referido también a su relación con el flamenco. Alba no es cantaora, ni pretende serlo. A ella le conmueve más el jazz, es la música que escucha habitualmente. Me hubiera encantado nacer en otra época para ser cantante de jazz, dijo en otro momento. Y realmente anoche vimos que eso es así. Absolutamente así. No se trata de decir aquí, ahora, que Alba no canta bien las canciones de Lole y Manuel, no sería cierto. Porque las interpreta llenas de magia e intimidad, con tanta claridad y alegría que, si bien no llega a ensombrecer a Lole, las llena de sonoridad de una manera increíble. Anoche también lo hizo así y me rendí a la evidencia a pesar de que llegué a la velada cargado con algunos prejuicios por la desazón que me produjo escuchar su versión de Todo es de color en la gran gala de El Flamenco es Universal, con ocasión de los Grammy latinos. Pero después de siete de esas canciones terminó su concierto con otras tres en las que se dejó arrebatar por el jazz y ahí vimos la verdadera dimensión como cantante de Alba, sin corsés, sin ataduras, sin nada que la vinculase a otros acordes que no fuesen los que sonaban al ritmo de los latidos de su corazón.
Hace un par de años grabó en Madrid un concierto acompañada al piano por Pepe Rivero que después se editó como disco con el título de Nuevo día, el mismo del disco que dio a conocer a sus padres en 1975. En ese disco Alba rescataba muchas de las canciones que ya había lanzado en otro disco anterior, de nombre Alba Canta A Lole Y Manuel, acompañada esa vez por la guitarra de Joselito Acedo. Es decir, que ella ha reinventado las canciones de sus padres de varias maneras diferentes, y la de anoche fue otro eslabón más de la cadena de estilos que ha empleado. Aquí la acompañaba al piano el gran maestro alcalareño Álvaro Gandul, que supo darle una pátina de brillo y sensibilidad a todas las canciones, con magnificas introducciones -sublimes la de Dime y Nuevo día- y acompañamientos que lo mismo nos transportaban a mundos apartados del flamenco -El balcón no fue Lorca por bulerías, fue Sarah Vaughan acompañada por George Shearing- que se quedaban en un plano tan discreto que al terminar la canción, como ocurrió con Cuento para mi niño, nos preguntábamos si realmente el piano había sonado tras la voz de Alba. Ella tuvo también su momento de discreción cuando se retiró del escenario después de las cuatro primeras canciones -las mismas y en el mismo orden que en su disco Nuevo día- para dejar a Álvaro que se moviese por las teclas del piano a su aire durante un rato, y él serpenteó entre los acordes, para llevarlos más allá del flamenco, para convertirlos en copla, en vals, en jazz, sobre todo en jazz, desprendiendo dulzura y calidez. ¿Qué era eso?, le pregunté al terminar el concierto: ¿composición suya, adaptación de otra cosa? Pura improvisación, me dijo; llevaba dos días en los que le daban vueltas en la cabeza unos compases y a partir de ellos sacó todo lo que el alma le fue pidiendo.
Lole y Manuel son la escuela de Alba Molina, su herencia, y ella la respeta con pavor y agradecimiento. Su repertorio de anoche lo basó principalmente en ese respeto: Dime, El balcón, Almutamid, Todo es de color, Nuevo día, Cuento para mi niño; con todos los espectadores que llenaron la sala del hotel dejándonos arrastrar por las ráfagas de sentimientos que nos producía ella. En otra más todavía de Lole y Manuel, que no está en su disco, se le notó la conmoción, se le quebró la voz, recordando a Manuel Molina, recordando los versos que su padre compuso un año antes de su fallecimiento: que nadie vaya a llorar el día que yo me muera; la frase que Rosalía lleva tatuada en su espalda para que no se le olvide dónde están sus raíces, las mismas raíces desde las que Alba ha crecido hasta la altura que demostró anoche con este Que nadie vaya a llorar.
Se apartaron de la poesía flamenca. Álvaro todavía intensificó la frondosidad de la instrumentación que respaldaba a Alba, apegada con brillantez a cada sílaba y a cada verso, y su piano se integró, aportando nuevos acentos, a las tres piezas que siguieron, que provenían de otros mundos estéticos; las últimas de la noche. Loca me llaman sí está en el disco de Nuevo día, aunque marque un paso diferente a las demás. Es una adaptación del estándar Crazy He Calls Me que han cantado Billie Holiday, Dinah Washington, Linda Ronstadt, Aretha Franklin, infinidad de ellas; también muchos de ellos, cambiando el he del título por she: Sam Cooke, Nat King Cole, Rod Stewart. Hace falta ser tan valientes y tan libres como Alba y Álvaro para adentrarse a través de este camino; el premio fue llegar a un paraíso que nos dejó el corazón estremecido. A un lugar para el amor, como el sitio que describieron el argentino Luis Salinas con su música y el cubano Tito Duarte con su letra en la canción Back to the Place I Love, españolizada aquí por Alba como Para volver, con un acelerón a mitad de ella que latinizó por completo los aires jazzies con los que había comenzado. Si ahí la voz de Alba subió con la precisión de una flecha, después bajó con la gravedad de la lluvia, tan abundante horas antes en nuestra ciudad, para interpretar otro estándar, con el que puso el punto final: No puedo quitar mis ojos de ti, la canción que Matt Monro convirtió en maravilloso bolero partiendo del Can't Take My Eyes Off You que cantaban originalmente Frankie Valli & The Four Seasons. Las inflexiones de la voz de Alba, sus maneras de entonar, de moverse, la forma de terminar las frases de las canciones; estábamos realmente ante una maestra en el arte de revestir de jazz -y de luz- cualquier cosa que se le ponga por delante: el flamenco, la salsa, el bolero.
En Alba Molina descubrí a una cantante enormemente expresiva e intuitiva, que estoy seguro de que nunca volverá a cantar estas canciones tal como lo hizo aquí. Los conciertos también sirven para darle a esas canciones una nueva vida, diferente a la que tienen cuando salen de una pista grabada o llegan a ti acompañadas de algunos músicos que no son tan geniales como Álvaro Gandul. Entre los dos lograron el prodigio de hacernos pensar que eso que oíamos desde el escenario era solo para nosotros.
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