No soy racista, tengo un amigo negro

Las dos comedias españolas de este fin de semana son sendos remakes de dos títulos franceses recientes, lo que da una idea del vampirismo sin escrúpulos que se cuece hoy en los despachos de las televisiones y los grandes grupos mediáticos a la hora de explotar fórmulas de probada eficacia y olvido rápido.

En el caso de Al otro barrio, se trata de un remedo local de Bienvenidos al barrio (2019), una improbable comedia a propósito del desembarco fiscalmente forzado de una agencia de publicidad pija y sus empleados en uno de esos barrios marginales y multiculturales del extrarradio con vistas a explotar una vez más la comedia de diferencias de clase, raza y condición embutida en un cúmulo de tópicos y estereotipos de usar y tirar.

En la versión española de Mediaset, nuestro empresario hiperactivo y pícaro no duda en remangarse en su traslado al barrio chungo de moros, negros y gitanos con tal de conseguir la cuenta de una marca de ropa que se parece a la de Don Amancio. Lo demás, como era previsible, no deja de tomar por tonto y cautivo a un espectador intentando convencerlo de que esos maleantes del barrio son, a los ojos del intruso comprensivo y finalmente empático, buenas gentes dispuestas a la colaboración y el emprendimiento ajeno.

La cinta que dirige Mar Olid (Los Serrano, Aida) no duda en forzar su premisa integradora con una patética historia de amor interclasista e interracial, el colegueo criminal con las mafias del barrio, un regreso a las raíces ocultas y todo lo que haga falta con tal de hacer pasar por políticamente correcto lo que en realidad es un catálogo de chistes para la España de Alvise. Que entre semejante despropósito Quim Gutiérrez sea capaz de sacar siempre adelante a su personaje con un despliegue de energía, entusiasmo y una vis cómica desbordante es casi un milagro.