"El feminismo no necesita panfletos, sino planteamientos más profundos"
Aitana Sánchez-Gijón | Actriz
La intérprete regresa el próximo mes de marzo al Lope de Vega con 'La vuelta de Nora', la segunda parte que el dramaturgo estadounidense Lucas Hnath propone a 'Casa de muñecas' de Ibsen
Para alegría del espectador, Aitana Sánchez-Gijón (Roma, 1968) empieza a ser un referente habitual de la actividad escénica andaluza con montajes siempre deslizados entre las recomendaciones imprescindibles. A Sevilla regresará en marzo como protagonista de La vuelta de Nora. Casa de muñecas 2, la obra del dramaturgo estadounidense Lucas Hnath que propone nada menos que una secuela a Casa de muñecas de Henrik Ibsen, con el personaje titular de regreso al hogar roto para terminar de formalizar su divorcio.
El montaje original de Broadway, estrenado en abril de 2017, obtuvo un gran éxito y le valió un Tony a la actriz Laurie Metcalf. Aquí, Andrés Lima dirige la versión española, con no menos éxito desde su estreno el pasado mes de octubre y con un elenco que completan Roberto Enríquez, María Isabel Díaz Lago y Elena Rivera. Acaba de representarse en Málaga y estará en el Lope de Vega de Sevilla del 14 al 17 de marzo.
–¿En qué medida es La vuelta de Nora una continuación de Casa de muñecas y a la vez una obra contemporánea, del siglo XXI?
–Lucas Hnath propone un juego teatral muy interesante al titular su obra, directamente, como Casa de muñecas, segunda parte. Imagino que para hacer algo así hay que tener una autoestima muy bien amueblada y saber con seguridad qué se hace. El texto transcurre quince años después del portazo de Nora, y es curioso porque el autor imagina una ambientación más o menos de época pero al mismo tiempo llena todos los diálogos de expresiones coloquiales propias de hoy día. Es de suponer que esos quince años son una figuración de los 150 que han transcurrido desde la obra de Ibsen, pero lo cierto es que esta Nora es una mujer completamente nueva, distinta, más libre y mucho más independiente. En su momento, Nora fue una transgresora que rompió un cierto techo, llamémoslo de cristal o de cualquier otra manera, y creció hasta que se lo permitieron; pero, llegado un momento, Nora se ha encontrado otro techo, ha vuelto a verse con las manos atadas y con límites claros a sus deseos, y está dispuesta a completar el camino que se había fijado. Pero para ello tiene que reencontrarse con los personajes a los que abandonó en Casa de muñecas, con lo que se reabren heridas que parecían cerradas y todos estos mundos estallan en un tremendo conflicto.
–¿La evidencia de que el techo de cristal es distinto del de hace un siglo y medio justifica entonces la aparición de esta nueva Nora?
–Así es. La Nora de Casa de muñecas era, ciertamente, una muñequita supeditada en todos los órdenes al poder masculino. Ibsen la creó para perfilar su tesis de que el matrimonio tradicional es un invento nefasto para las mujeres. Pero te diría que lo que más me interesa de La vuelta de Nora no es tanto la posición de su protagonista respecto al hombre, sino el factor humano que respira. Con su regreso, la protagonista desencadena batallas que libran todos y en las que cada uno defiende sus razones, pero todos comprenden que para seguir adelante tendrán que establecer una mínima conexión, una cierta aproximación a las razones del otro. Hay que recordar que cuando Nora se marchó dejó atrás tres hijos. Es decir, no era ninguna santa. Ni creo que deba ser considerada una especie de mártir del feminismo. Dejó demasiados cadáveres con su decisión.
–Por eso precisamente Casa de muñecas fue una obra bastante difícil de digerir en la España del siglo pasado, a pesar incluso de producciones como la de Estudio 1. ¿Podría despertar hoy La vuelta de Nora el mismo rechazo?
–No, se produce una situación muy reveladora: nos llegan muchos testimonios de mujeres, algunas ya de cierta edad y con matrimonios compartidos durante muchos años, que nos confiesan las veces en que han estado tentadas de hacer lo mismo que Nora. O sea, coger la puerta, largarse y no volver. Me llamaron la atención las palabras de una mujer, digamos, muy tradicional, del Opus Dei, con cinco hijos, que un día se subió al coche y enfiló la carretera dispuesta a no regresar, hasta que finalmente dio media vuelta. Hay como una fantasía femenina en ese deseo de dejarlo todo y marcharse. La diferencia es que las mujeres siempre vuelven, mientras que los hombres que abandonan a sus familias no lo hacen nunca.
–Y si atendemos a públicos más jóvenes, ¿es La vuelta de Nora un ejemplo de teatro político, al menos en cuanto a intención?
–A ver, lo personal siempre es político. Eso hay que tenerlo claro. Pero también hay que comprender que el arte no puede dedicarse a hacer panfletos. Estamos aquí para otra cosa, para sugerir en el espectador cuestiones más hondas. Si hubiera tenido la mínima sospecha de que La vuelta de Nora iba a ser un planfleto feminista, no la habría hecho. De ningún modo. Es más, esta obra es mucho más feminista que ciertos discursos panfletarios, porque lo que el feminismo necesita hoy no son panfletos, sino argumentos más profundos.
–Andrés Lima y usted ya son viejos conocidos, ¿eso les ha beneficiado al hacer esta obra?
–Sí, desde luego. En todo caso, sigue siendo un milagro la manera en que Andrés hace fácil lo difícil, en que te coloca en el epicentro de la creación. Él siempre huye constantemente de la narración, detesta la narratividad, tanto que para esta obra, que es de naturaleza muy dialéctica, ha optado directamente por crear un ring emocional. A los actores no nos deja colocarnos nunca en un plano narrativo: lo que hace es insertar en nosotros experiencias que después, muy poco a poco, van dando sus frutos. A veces me siento como un kéfir que sigue fermentando.
–¿Qué espinita le queda por sacarse en lo que se refiere al teatro, si le queda alguna?
–Me gusta mucho meterme en charcos, arriesgarme y probar cosas distintas. Pero precisamente ahora he recibido la oportunidad de quitarme una de esas espinitas: estamos trabajando para la próxima temporada un espectáculo de danza-teatro junto al bailarín y coreógrafo Chevi Muraday que estrenaremos en octubre en el Teatro Español. Se llamará Juana y versará sobre diversas Juanas de la Historia: Juana de Arco, Juana la Loca, la Beltraneja, la Papisa... Estoy muy ilusionada. Entiéndeme, no voy a bailar propiamente, pero sí a hacer un trabajo más corporal que gestual. Y me apetecía mucho meterme en este charco.
–En obras como su Medea había ya una construcción muy importante a través del cuerpo...
–Sí, y en Capitalismo, que hice también con Andrés Lima. Todo eso ha ido creciendo hasta convertirse en una necesidad. Y será una suerte poder satisfacerla.
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