Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
La Pointe Courte | Estreno exclusivo
Tres años antes de que se acuñara oficialmente el término nouvelle vague, y ocho antes del estreno de Cléo de 5 a 7, la película que realmente la daría a conocer, una joven Agnès Varda (Bruselas, 1928 – París, 2019) se adelantaba a todos los que luego iban a ser sus compañeros (masculinos) de oleada con una película que no sólo inauguraba los grandes trazos de la modernidad en el cine francés de su tiempo, sino que adelantaba también muchas claves del personal universo de una autora fundamental para entender el devenir del cine contemporáneo.
Tras cursar estudios de Historia del Arte y hacer sus primeros pinitos en la fotografía trabajando para el Teatro Nacional Popular, Varda se marchaba con un pequeño equipo al barrio pesquero de La Pointe-Courte, en la localidad de Sète, en la región mediterránea de Occitania, para empaparse del ambiente del lugar y sus habitantes, pescadores, mujeres, niños y ancianos, en lo que en principio iba a ser un retrato antropológico. Sin embargo, como ocurriría pocos años después con Hiroshima mon amour, de Resnais, aquí el montador del filme, Varda trasciende pronto la mirada documental y sus corsés didácticos para abrir su película a un constante cruce de ida y vuelta con la ficción a través del esbozo de una historia de amor entre un hombre (Philippe Noiret) que ha regresado al barrio durante unos días, y su novia venida de la ciudad (Silvia Monfort), en un recorrido por la topografía de la zona fraguado en paseos y largas conversaciones sobre el devenir de su relación, las diferencias con la vida urbana y la crisis que ahora los atenaza.
La Pointe Courte trenza con generosidad de ideas visuales y poéticas un relato híbrido que oscila entre la observación de las faenas, los rituales, celebraciones, rutinas y penurias de la comunidad, a la que la cineasta otorgó categoría de co-dirección del filme en los créditos, y el devenir zigzagueante de la pareja por un paisaje nunca embellecido y contrapuntuado por músicas contemporáneas por el que asoman por igual los destellos de la luz y el mar, pero también las ruinas, el abandono, la muerte infantil o la precariedad material de unas construcciones y unos espacios que lo son a la postre de orgullo comunitario y resistencia ante el acecho constante de las autoridades sanitarias o la policía que persiguen la pesca o el marisqueo furtivo del que vive el barrio.
Se deja sentir en este extraordinario y sorprendente filme de debut la herencia del Rossellini de Stromboli o Te querré siempre, del Visconti de La terra trema o del Bergman de Un verano con Mónica, estrenada apenas unos meses antes del comienzo del rodaje. Pero también un sentido del paisaje y el montaje heredados del primer cine soviético, fraguados en la musicalidad visual de la cámara y en sus hermosos travellings emancipados que trascienden lo meramente descriptivo y fotográfico.
Hay también un interesante y discreto apunte en la propia configuración mestiza del filme sobre el papel de la cineasta como observadora externa de la cultura, las costumbres y ritos de un lugar preciso. En cierta forma, la llegada de la novia desde París rima con el propio papel de Varda como cineasta que mira y filma intentando capturar la verdad de un lugar y sus gentes sin traicionar la realidad pero con plena conciencia de su papel catalizador y creador de una nueva.
La Pointe Courte se proyecta mañana jueves a las 20h. en el cine Avenida junto al corto Le lion volatil (2003) como arranque del ciclo que durante varias semanas irá estrenando consecutivamente en sesiones únicas y en copias restauradas en 4K otros filmes de la cineasta: La felicidad (8 agosto), Las criaturas (15 agosto), Una canta, la otra no (22 agosto), Kung Fu Master (29 agosto) y Jacquot de Nantes (5 septiembre).
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