El agitador de conciencias / José Antonio Griñán
La muerte de José Saramago deja en todos nosotros, los andaluces, el sentimiento de haber perdido a uno de los nuestros. Muchas veces me he preguntado por qué un escritor tan profundo y, en ocasiones, difícil como José, es tan leído. Y creo haber encontrado la respuesta en la forma que tenía de expresar esas profundidades que todos llevamos dentro y que casi nunca queremos aflorar. Sus temas solían ser los temas eternos. Por eso sus argumentos no eran sino reflexiones sobre el ser, sobre el vivir, el morir, el recordar o el amar.
Saramago fue un militante hasta el final. Un militante de las causas mejores y también las más difíciles; aquellas que acogemos en la juventud y que, poco a poco, la vida nos las hace lejanas. En su caso, sin embargo, no fue así. Porque Saramago, José, fue irreductible, resistente, implacable con las injusticias; luchador contra todas las formas de dominación; generoso y patriota de la humanidad. Un agitador de conciencias profundamente realista.
Ha muerto un portugués que amaba a su país con una fuerza y una entrega contagiosas. Y lo amaba con ese iberismo que hacía compatible su pasión por su tierra con un gran cariño por España. Portugal y España tienen una historia compartida que se encarnaba a la perfección en Saramago. Una historia que no se ha de ver desde la rivalidad, desde esa vecindad que nos suele hacer recelosos, sino desde lo mucho que nos une.
Y ha muerto también un andaluz, un hijo predilecto de nuestra tierra. Pilar, su compañera durante tantos años, lo hizo granadino, andaluz por convicción. De su mano, José conoció Andalucía, aprendió a quererla y a compartir lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos ser.
En uno de sus libros se podía leer que la voluntad de recordar es la que perpetúa la vida. Somos muchos y muchas los que vamos a hacer a José eterno con nuestros recuerdos.
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