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Adiós, señor Haffmann | Crítica
**** 'Adiós, señor Haffmann. Drama, Francia, 2021, 115 min. Dirección: Fred Cavayé. Guion:Fred Cavayé, Sarah Kaminsky. Música: Christophe Julien. Fotografía: Denis Rouden. Intérpretes:Daniel Auteuil, Gilles Lellouche, Sara Giraudeau, Nikolai Kinski, Anne Coesens, Mathilde Bisson, Claudette Walker, Frans Boyer.
Primero como actor, después como director y finalmente como autor toda la carrera de Jean-Philippe Daguerre ha girado en torno al teatro. Y al gran teatro francés, pues ha dirigido la puesta en escena de obras de Rostand, Molière y Corneille. En 2018 estrenó y dirigió su obra Adiós, señor Haffmann con enorme éxito, logrando cuatro premios Molière. La ha llevado al cine Fred Cavayé, artesano que se ha movido entre el policíaco (logrando su mejor título con Mea culpa) y la comedia (en la que ha obtenido los éxitos de taquilla Los infieles, Manual de un tacaño y El juego, versión francesa de la catarata de ocho remakes –entre ellos el español de Alex de la Iglesia– hechos en solo dos años a partir del original italiano de Genovese Perfectos desconocidos). Con esta película Cavayé se interna en el drama en su dimensión a la vez más trágica y más tratada: el destino de los judíos franceses durante la ocupación alemana.
La obra teatral de Daguerre trata de la lucha por la supervivencia de un joyero judío que deja su tienda en manos de su empleado para salvar a su familia e intentar huir. No lográndolo, regresará viéndose obligado a aceptar las condiciones de su empleado para poder vivir oculto. Y estas no serán ni fáciles, ni razonables, sino fruto de su ambición reprimida, su envidia a duras penas contenida y sus complejos sociales, físicos y sexuales. El texto de la obra teatral da al director un gran material en el que el tema de la persecución de los judíos aborda la cuestión de las humillaciones y chantajes a los que fueron sometidos a cambio de sus vidas no solo por los alemanes y los colaboracionistas franceses, sino por todo miserable que quisiera sacar provecho o ajustar cuentas.
Cavayé ha tenido la inteligencia de priorizar esta línea de tensión depositando toda la fuerza del texto (con el que se toma algunas libertades) en el talento interpretativo del gran Daniel Auteuil –perfecto como siempre, en uno de sus mejores trabajos recientes– y de un sorprendente Gilles Lellouche que logra crear una especie de Jekyll y Hyde moral en el que el monstruo va ganando terreno al doctor en su perversa conversión, siendo este quizás el tema clave de la obra. Un papel menos destacado por ser una pieza en el juego perverso entre Lellouche y Auteuil es resaltado por la buena interpretación de Sara Giraudeau.
Este drama en el que pueden percibirse ecos (lejanos) de A puerta cerrada de Sartre, de El último metro de Truffaut o de (en mayor proximidad dramática) de El otro señor Klein de Losey, tiene como más grande acierto la discreción con la que su director se pone al servicio de la obra y de los actores que con tanto talento la sirven, usando extraordinariamente bien tanto los diálogos como los silencios cargados de tensión. Uno de esos casos de cine con resultados discretos en lo que a la puesta en imagen se refiere, pero más que interesante desde un punto de vista ético (el siempre espinoso tema para los franceses, no ya del colaboracionismo que puede explicarse –no justificarse– como fanatismo nazi-fascista y antisemita, sino de la envidia y la avaricia) gracias a su trama y brillante gracias a las interpretaciones.
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