'Desmontando un elefante': La adicción y sus abismos
Cine
'Desmontando un elefante' es el primer largometraje de ficción del director y guionista Aitor Echeverría, una historia que indaga en los desencuentros de una familia cuya madre trata de superar su dependencia al alcohol
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En el pasado Festival de Sevilla se celebró la premier nacional de Desmontando un elefante, película en la que debutó su director, Aitor Echeverría, quien a su vez firma el guion junto con Pep Garrido –un trabajo que fue finalista del Premio Guion Julio Alejandro 2019, de la SGAE–. Echeverría, quien cuenta con una notable trayectoria como director de fotografía en largometrajes, documentales y series de televisión, se estrena en este formato, en la dirección de un largometraje de ficción.
Desmontando un elefante –en cines a partir del 10 de enero– relata la vida de una madre, interpretada por la actriz Emma Suárez, que regresa a su casa, con su familia, tras pasar dos meses en un centro de desintoxicación. El alcoholismo erosiona ese núcleo familiar y, sobre todo, la relación con la hija, Blanca –interpretada por Natalia de Molina–. Pero esta película va más allá de esa relación familiar, tocada, claro, y ahonda en las consecuencias de la falta de comunicación con nuestros afines, familiares, seres queridos. Desmontando un elefante nos describe, con sutileza, las situaciones que se viven a causa de una falta de conversación honesta, de señalar sin miedo los problemas, de arreglar desencuentros delicados, a veces menores, pero que se convierten en relevantes a medida que no se tratan.
“Marga –declara el director de la película– es una persona enferma. Es una persona que tiene una adicción. Aunque en este caso, por otra parte, es muy valiente, porque está dando los pasos necesarios para superar esta enfermedad”. Pero ese paso, es decir, volver a casa tras pasar por una clínica de desintoxicación, no es más que la primera parada de un largo camino. La adicción no concluye ahí. Ahora queda curar el dolor causado, la relación con la hija.
“Entrar en una clínica de desintoxicación es algo anecdótico en la vida de Marga. Tras salir le queda una vida por delante. Una vida que no tiene que ver con el consumo de una sustancia. Tiene que ver con un cambio de actitudes. Un cambio de relaciones. De eso va la peli, de cómo esta mujer vuelve a su casa y tiene que reinventarse”, apunta Echeverría.
Pero la adicción, aclara el director de la película, no es “el elefante”. No es el verdadero monstruo que hay dentro de la habitación –esa metáfora del problema-. El verdadero “elefante” es “la incomunicación”. “Esta familia lo que necesita es comunicarse. Y hablar. Hablar aunque duela. Hablar las cosas siempre es oportuno, a pesar de que estas sean difíciles. Sólo hablando claro podemos querernos realmente. Con la oscuridad –con la falta de diálogo- no vemos al monstruo, que cada vez es más gigante; sin embargo, con la conversación lo iluminamos, lo nombramos, y ese es el primer paso para poder con él”, zanja Echeverría.
En esta conversación surge la duda de por qué nos cuesta tanto hablar con sinceridad de nuestros problemas –entre gente que se aprecia, que se quiere, con la que supuestamente hay afinidad, cercanía y confianza-. La actriz Natalia de Molina considera que en buena medida se debe a que vivimos en “un mundo que nos educa para no tener herramientas con las que gestionarnos emocionalmente”. “Las cosas desde fuera se ven muy fáciles, pero cuando las vives se complican mucho. No es sencillo. La falta de comunicación y los silencios lo único que hacen es incrementar barreras”, añade la actriz.
Otro de los temas que destaca en Desmontando un elefante –quizá en contraste con el deterioro de la convivencia familiar y el alcoholismo- es la danza. La belleza de la danza. Aitor Echeverría suma, como otra cuestión predominante, la arquitectura. “Marga es arquitecta. Una arquitecta que vemos cómo en la película trata de hacer una casa, sólida, para que se mantenga. Sin embargo –reflexiona el director- su personaje que se está desmoronando”. Por otra parte, “Natalia, que hace de bailarina, es decir, que es reflejo de flexibilidad y de ligereza, es un personaje bloqueado y atrapado. La danza aquí se usa para expresar lo que el personaje no consigue decir”, concluye Echeverría.
Esta historia, producida por Arcadia Motion Pictures –productora que recibió el Goya por Robot Dreams y por As bestas-, nos propone un cierre abierto a un discurso esperanzador. La vida continúa, a pesar de las dificultades, y siempre hay posibilidad de perdonar, sanar, reconstruir. Otro “mensaje” que podríamos extraer, así lo sugiere la protagonista de esta película, es el papel de la cultura como un remedio terapéutico. “Creo que la cultura y el arte son un espacio seguro donde tú puedes expresar cosas que no sabes y que no te salen. En concreto la danza es una manera de poder comunicar cosas a través del cuerpo. Para mí la cultura es terapéutica. Y espero que esta película sirva a la gente para que tome conciencia. El arte siempre ha sido un lugar sanador”.
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