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Un acorde más allá de este mundo

Lírica El Maestranza estrena este viernes su primer 'Tristán e Isolda'

Wagner consiguió con esta ópera trascender la armonía clásica para alcanzar la sublime expresión sonora de la más pura e incombustible de las pasiones: el Amor

Los trágicos amantes durante el ensayo general, anoche, de 'Tristán e Isolda'.
A. Moreno Mengíbar / Sevilla

20 de mayo 2009 - 05:00

Höchste lust! ¡Supremo placer! Son las últimas palabras de Tristán e Isolda, los últimos sonidos de Isolda en esta vida, el epítome final del Amor frente a las puertas de la Muerte. Isolda, ante el cadáver del amado, con quien tan sólo el Destino le ha permitido compartir apenas un segundo de sublimación allá en el lejano castillo de Kareol, poco antes de que el caballero expirase entre sus brazos, cierra con sus palabras el enorme, acuciante y obsesivo interrogante que se abrió en los primeros compases de esta ópera. Un interrogante armónico, una inquietud tonal, sí, pero ante todo una pregunta sin respuesta en este mundo: ¿puede alcanzar el Amor su máxima sublimación en esta vida? ¿Puede el Amor romper las barreras de las normas sociales? ¿Es posible ir más allá de la armonía clásica en pos de la sublime expresión sonora de la más pura e incombustible de las pasiones?

Detengámonos en los primeros compases del preludio, esa sucesión de notas que tanto ha dado que hablar desde su estreno hace ya más de siglo y medio hasta la actualidad. Primero, una lánguida melodía en los violonchelos (La-Fa-Mi-Re sostenido), una breve línea ascendente y descendente que abre un clima de inquietud en el registro grave. Y, luego, ese famoso acorde: Re sostenido en chelos y corno inglés; Fa y Si en fagotes y clarinetes; Sol sostenido en oboes. ¿Qué tenemos? Una aparente disonancia, un acorde canónicamente imperfecto que está pidiendo su resolución mediante el retorno a la tonalidad original (La menor). Pero Wagner deja sin resolver el acorde, esto es, abre un interrogante, deja colgada del aire un aura de inquietud subrayada por el ascenso cromático del oboe, primero, y del clarinete en la repetición. Es un acorde interruptus, como insatisfecha será a todo lo largo de la ópera la pasión entre los amantes, siempre rota por los lazos sociales en los finales de los dos primeros actos. Pero será con ese solemne y tranquilizador acorde final sobre la dominante en Fa cuando todo alcance sentido y esperada resolución: la armonía encuentra su final concorde, como los amantes encuentran la paz y la reconciliación más allá de este mundo: Perderse, sumergirse sin conciencia… ¡supremo placer!

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