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Bernardo Atxaga | Escritor
Cuando Bernardo Atxaga obtuvo en 2019 el Premio Nacional de las Letras anunció que se despediría de la novela con Casas y tumbas, que se publica ahora en castellano tras haber vendido más de 6.000 ejemplares en euskera (Etxeak eta hilobiak). La obra es de algún modo la síntesis narrativa del creador de Obabakoak, que también es poeta, dramaturgo, ensayista y autor de letras para grupos de rock, pop y música folk. Bernardo Atxaga, seudónimo literario con el que Joseba Irazu (Asteasu, Guipúzkoa, 1951) ostenta -si hacemos caso a la solapa de su último libro, publicado por Alfaguara- la condición de ser el máximo exponente de la literatura vasca actual, será el encargado de clausurar el Congreso de Librerías que Málaga acoge esta semana y que reunirá hasta el viernes 6 a más de 300 profesionales para reflexionar sobre los desafíos del sector.
-¿Cuánto pesa el cetro y por qué quiere despedirse de la novela el nombre más destacado de la literatura en euskera?
-Ese peso se lleva estupendamente bien porque yo no diría jamás de mí mismo nada de eso, ese lenguaje de solapas me es completamente ajeno. Y ante mí mismo no me cuento mentiras. Henri-Frédéric Amiel tenía razón cuando al hablar de la vida de las personas distinguió tres etapas, y la tercera, cuyo umbral estoy a punto de traspasar, se llama exilio. El mundo no me necesita y la naturaleza tampoco. Tengo ya estos libros, estos poemas, estas traducciones... pero a partir de ahí no saco una conclusión de que yo sea o deje de ser. Sí soy una persona del interior que nunca ha sido ortodoxo. La mía ha sido una carrera en solitario absolutamente. No he aceptado ningún papel fuera del que yo quería asumir. Ningún partido ni sociedad gastronómica me ampara aunque tengo mi familia, mis amigos y afectos, personas que hemos estado siempre muy juntas.
-¿Cómo ve la literatura vasca que se hace hoy en día?
-Estoy muy contento porque acaba de aparecer la traducción al inglés de mi novela Memorias de una vaca y encuentro que la vida literaria vasca es muy dinámica, hay muchos nombres de todo tipo y ahora mismo es posible, por ejemplo, encontrar los poemas de Li Bai traducidos directamente del chino al vasco. Creo que hemos llegado a un momento de normalización de la literatura en euskera pero el lector sigue siendo un bien escaso, no sólo aquí, sino en todo el sur de Europa si nos comparamos con Francia o Inglaterra. La literatura es necesariamente social porque usa la lengua. Si la lengua apenas está en lo real no puede haber una literatura, como le ocurrió al euskera cuando se perdió con la guerra civil. Yo vengo directamente del poeta Gabriel Aresti, toda una autoridad para mí y por quien quise escribir en euskera, ya que empecé escribiendo en castellano y mi primer cuento me lo publicó El Norte de Castilla, el periódico que había dirigido Miguel Delibes. En este momento conviven diversas generaciones de autores vascos muy interesantes: de la mía me gusta mucho Ramón Saizarbitoria; luego vendría la de Kirmen Uribe y ahora es el tiempo de las mujeres, escriben en vasco autoras muy buenas como Karmele Jaio y Eider Rodríguez.
-En Casas y tumbas presenta seis historias independientes que se entrelazarán subterráneamente y donde vierte muchos recuerdos personales. ¿Cuál es su ideal literario en este momento y de qué modo lo fija su última novela?
-Mi idea de todo, antes de escribir y leer, es pensar, que es lo que está en el fondo. Para mí no hay nada superior a eso que se denomina pensar, es lo más grande del paso del hombre por el planeta. Y todo lo que he querido pensar yo lo expreso a través de la ficción, que tiene unas reglas muy concretas, porque la ficción no tiene nada que ver con el ensayo, admite detalles, acciones, pero no abstracciones. Según mi forma de pensar donde no hay experiencia asoma la retórica. Hay quien escribe de China sin haberla pisado pero no es mi caso. Para mí una referencia ineludible es el libro ¡Escríbelo, Kisch! de Egon Erwin Kisch, que escribió un diario durante la Primera Guerra Mundial, en la que luchó como cabo. No es lo que te puedes imaginar de la contienda, lees su libro y ves cosas sorprendentes, como que la gente no estaba dispuesta a arriesgar su vida por la familia, por la bandera o por sexo, pero sí por tabaco, son capaces de cruzar las líneas enemigas por conseguir tres cigarrillos. Dios está en los detalles. Yo he sido telegrafista, he tenido una urraca y un amigo llamado Eliseo, yo he estado ahí, he hecho la mili en ese cuartel en El Pardo que detallo en Casas y tumbas.
-¿Qué ideas le permite explorar el cuartel como escenario de una de las historias más intensas?
-Sitúo la acción en un cuartel porque ahí puedo poner a prueba eso que llamamos afecto mientras que en la vida cotidiana no hay necesidad de intimar y la relación suele ser tan rápida y circunstancial que no se revela. Cuando pasa algo grave en un sitio los vecinos siempre expresan su sorpresa, dicen que era un chico muy majo, pero es que la vida cotidiana es vida de gente que se cruza y no se conoce y eso en un cuartel no pasa porque se está durante meses en un espacio cerrado, muy intenso, hay problemas y todo cobra relieve, el afecto, la cobardía de uno, la nobleza de otro. Recuerdo a un compañero de facultad que era un tipo simpático cuando te cruzabas con él pero cuando lo encontré en el cuartel, comparado con otros soldados, era lo que en Euskadi llamamos un txoxolo, una marioneta, un títere, vi el poco valor que tenía en una situación tan intensa como esa. Mucha gente piensa que hay una visión positiva de la vida en el cuartel y no es eso. Yo lo que digo es que he estado ahí y que la amistad entre los cuatro protagonistas de mi novela ocurre porque teníamos mucho tiempo para conversar, fumar, beber, hablar, y no teníamos por qué salir de aquel lugar.
-¿Siente que Casas y tumbas es la novela que más se acerca al mundo mítico de Obabakoak?
-Sí. Yo he tenido la voluntad de sacar un mundo después de Obaba, el de la violencia, los maoístas, los sabotajes, las bombas, las torturas... el mundo que me tocó atravesar. A partir de ahí he escrito poemas humorísticos, porque me quería alejar de ese mundo, y cuentos infantiles, porque pensaba que los niños debían protegerse de eso. De Casas y tumbas hice varias versiones pero retiré dos textos para que se pudiera ir desde Obaba a esta novela, que comienza en los años 70 y acaba en 2017, a través de todos los libros intermedios.
-La naturaleza y animales como el jabalí y la urraca están también muy presentes en este libro, pero quizá el protagonismo esencial se lo reservan los afectos. ¿Diría que son ellos el gran tema de su literatura?
-En realidad no se dice pero todos los viejos del mundo, cuando ya están en la última silla, dicen que lo más importante es el afecto. Si una persona ha vivido con afecto su vida puede darse por bien vivida o bien cumplida. Eso cuesta entenderlo. El problema que tiene el afecto es que es muy difícil, es imposible de nombrar. Pessoa decía que todas las cartas de amor son ridículas pero añadía que los que no las escriben también son ridículos. Y la amistad es el nombre menos contaminado dentro de todos los afectos, el más libre todavía. Mi ideal literario es mostrar. Las letras que hay en el libro son como un limpiaparabrisas en el cristal, lo que me importa es que se vea con nitidez de qué manera se quieren los cuatro amigos, los gemelos... No hay nada más importante que el afecto, la felicidad anda muy cerca. La paradoja es que no hay cómo llamarlo, hay un problema de denominación. Amor es una palabra completamente devaluada e imposible de utilizar, en cambio amistad está más libre de connotaciones indeseables. Las redes sociales son un equívoco, una polisemia, son Marte. No tienen que ver con nuestro mundo. Y no tienen nada que ver porque la amistad y el afecto pasan por el cuerpo. Si no hay cuerpo no hay nada.
-¿Cúanto entrega de su propia vida en estas historias donde hay tanta luz como desencanto?
-Me guío por la intensidad del hecho que conserva la memoria. El colegio Beau-Frêne (en Pau) que aparece en la primera historia podría hasta dibujarlo, mi estancia ahí fue de una gran intensidad en muchos sentidos. Lo mismo digo de mi vida en el cuartel del Pardo. Y lo mismo digo de un personaje que quiere a sus perros más que a nadie. Y luego están las relaciones entre iguales, entre hermanos gemelos, entre gente que se tiene que querer mucho y a lo mejor no se quiere tanto. Pero es que es muy raro que el afecto entre dos personas tenga profundidad, lo normal es que sea algo somero, como esta tela de algas en el mar, debajo debería estar el agua pero a veces no hay nada. Y en Casas y tumbas reflexiono a través de las historias de estos hermanos, del primer amor de los chicos, sobre por qué el amor y la amistad no se materializan. Y no lo hacen porque en realidad no existen o existen muy poco.
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