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Ante el abismo romántico

La Orquesta Barroca de Sevilla puso el broche al Femás anoche en la sala Joaquín Turina.
Andrés Moreno Mengíbar

21 de marzo 2011 - 05:00

Orquesta Barroca de Sevilla. Femás 2011. Programa: Sinfonías para cuerdas nº 9 en Do mayor y nº 10 en Si menor y Concierto para violín y orquesta en Re menor, de F. Mendelssohn; Rondó para violín y orquesta en La mayor D 438, de F. Schubert. Violín solista y dirección: Giuliano Carmignola. Fecha: Domingo, 20 de marzo. Lugar: Centro Cultural Cajasol (Sala Joaquín Turina). Aforo: Tres cuartos.

Ya a nadie le debería resultar chocante ni herética la aproximación históricamente informada al repertorio del siglo XIX. En la actualidad se pueden escuchar hasta versiones historicistas de Mahler y Ravel que, lejos de suponer el desatino que muchos creen, aportan nueva luz, nuevos colores y nuevas sonoridades a obras que, no por relativamente cercanas en el tiempo no merezcan una indagación en las condiciones de pobilidad performativa de los momentos concretos en que fueron creadas.

En este sentido, el subtítulo de este programa que cerró el Festival de Música Antigua del 2011, ¿Al límite de la interpretación histórica?, suena a interrogante retórico, porque está claro que el primer Romanticismo, aún atado a las estructuras clásicas, más que límite es un punto de partida, un momento de inflexión en la trayectoria de la Orquesta Barroca de Sevilla que le debe llevar a introducirse en el siglo XIX con mayor asiduidad en el futuro.

Instrumentos expresivos y recursos discursivos no le faltan al conjunto, en un espléndido punto de madurez a sus 16 años de trayectoria. En este tiempo, y gracias a la continuidad de sus efectivos y a su capacidad para enganchar a los mejores especialistas en la dirección historicista, la OBS ha adquirido madurez y personalidad suficientes como para, por ejemplo, poder tocar prácticamente sola y sin dirección la mayor parte de un programa muy comprometido. Porque Carmignola, esencialmente violinista y extemporáneamente director, ha debido hacer un gran trabajo en los ensayos, tanto como para apenas dar indicaciones, quedarse quieto en el escenario y dedicarse al violín en sus dos intervenciones solistas. Eso sí, como violinista fue espectacular, sobre todo en el juvenil y paganiniano concierto de Mendelssohn. De su Stradivarius de 1732 extrajo un sonido brillantísimo, poderoso y bien redondeado desde el cual hacer una demostración pasmosa de virtuosismo y musicalidad.

A las sinfonías de Mendelssohn le aportó la OBS toda su conocidad flexibilidad en el despliegue de gamas dinámicas muy matizadas y ata+cadas desde una conjunción milimétrica. A pasajes de apabullante densidad (Allegro de la nº 10) le seguían otros de meridiana transparencia, donde hasta las frases de las violas eran perceptibles. El Presto de la nº 9 fue un espectáculo total de energía y contundencia sonora.

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