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Lo mejor del 'western'

A lo lejos | Crítica

El argentino Hernan Díaz compone en 'A lo lejos' un formidable relato en 'cinemascope' y con toda la fragancia de los clásicos de aventuras de antaño, que le sirve sin embargo como vehículo de confesiones crepusculares y hallazgos introspectivos

El escritor argentino en lengua inglesa Hernán Díaz (Buenos Aires, 1973). / D. S.
Luis Manuel Ruiz

02 de febrero 2020 - 06:00

La ficha

'A lo lejos'. Hernán Díaz. Impedimenta. Madrid, 2019. 344 páginas. 23 euros

En cierta página de A lo lejos, el novelón fronterizo de que es responsable el argentino Hernán Díaz, presenciamos cómo su protagonista, que ha desembarcado por error en San Francisco procedente de Suecia y va de camino a Nueva York para reencontrarse con su hermano, se cruza con una enorme caravana de peregrinos. El narrador la describe como una ciudad en movimiento: una columna de carromatos, bueyes, lonas, hombres, mujeres y bestias, colores y aromas entreverados que se extiende de un extremo a otro del horizonte y que atruena la pradera con su eco. Son los colonos que buscan el Oeste: los que hicieron los Estados Unidos y van extendiendo la famosa república de las libertades de su sede inicial junto al Atlántico hasta la tierra indómita de los yuyos y el bisonte. Pero lo curioso aquí es que Hakan, el héroe de Díaz, no camina en su mismo sentido, sino en el contrario: no sigue el curso de la historia americana, nada contra él. Toda una declaración de intenciones para quien sepa leerla.

Dice la publicidad que A lo lejos es un western, y una abundancia de lugares comunes parecen darle la razón a primera vista. A saber: hay vaqueros, forajidos, indios, buscadores de oro, prostitutas; está la inmensidad roja y amarilla del desierto occidental, las planicies tanto de la tierra como del cielo; está el caballo, animal mitológico del nuevo mundo, y el hombre hecho a sí mismo, el self-made man, no menos mitológico y americano. Pero las divergencias surgen pronto. No es esta una historia de extroversión y conquista, sino de sus opuestos; sus personajes, o el central y casi único de ellos, no se señala por su amoralidad en el vendaval de un mundo donde aún no han llegado las leyes de los hombres. Lo atípico del caso llega hasta el punto de que, a pesar de haber sido escrito en un inglés que se adivina exuberante y sonoro, es obra de un argentino, un expatriado desde cuya óptica las tradiciones nacionales no contienen las cantidades habituales de solemnidad y épica. Así que, cuando uno reflexiona un poco más, se da cuenta de que lo que tiene ante sí es menos western que anti-western: un uso muy elaborado de las grandes convenciones del género para socavar el género en sí.

La historia aparente consiste en un viaje. El joven Hakan, inmigrante sueco, desembarca por error en un extremo del continente y concibe la idea de atravesarlo de parte a parte para alcanzar la orilla opuesta. Ignorante tanto de la lengua como de las costumbres al uso en este lugar extraño, es arrastrado sin entender nada (el estilo de Díaz despliega su sutileza en los apartes que su protagonista no puede traducir, en las situaciones sólo sugeridos que obligan al lector a mirar de lejos) de un puesto como esclavo junto a una familia irlandesa a otro de petimetre en un prostíbulo, de ahí al de vagabundo, ayudante de un médico ambulante, vagabundo de nuevo, pistolero, curandero, asesino de leyenda. Paralelamente al periplo físico, otro mucho más íntimo y crucial se dibuja: el que va realizando Hakan, llamado el Halcón, de su inocencia casi animal, pasando por su crecimiento y toma de conciencia como persona, hasta su conversión en mito. En realidad, me parece, la novela es el relato de un exilio: de qué modo puede sobrevivir el totalmente otro, quien nada comparte con el espacio que habita ni con sus sombras, quien vive entregado sólo a sí mismo, aislado en la vastedad de su propio mundo y quiere huir de él.

Es de suponer que los temas fundamentales de su novela, que son la exclusión y el alejamiento, le hayan sido sugeridos a Hernán Díaz por su experiencia como apátrida. Perteneciente a una familia de prófugos políticos afincados en Suecia y luego en Gran Bretaña y los Estados Unidos, habrá contado sin duda con oportunidades más que suficientes para sentir, igual que su criatura, que el suelo que pisa es incapaz de transmitirle ningún calor y que parece conveniente cambiarlo por otro donde sus plantas se sientan menos incómodas. El modo que ha elegido para transmitir su extravío es notable por su precisión y su belleza: un relato formidablemente escrito, con toda la fragancia de los clásicos de aventuras de antaño (cómo no recordar los cuentos de supervivencia de Jack London), apoyado en paisajes en cinemascope, que sirve sin embargo como vehículo de confesiones crepusculares y hallazgos introspectivos que no suelen frecuentar este tipo de escenarios. A resaltar también la traducción de Jon Bilbao, capaz de añadir suavidad y nitidez a la prosa en castellano.

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