Zaz, una celebración de la vida

Icónica Sevilla Fest

La intérprete francesa, que lleva años infundiendo aire fresco a la 'chanson', convence en Icónica con su voz hechicera, etérea y áspera

Zaz en la Plaza de España
Zaz en la Plaza de España / Juan Carlos Muñoz

Zaz íntima, cómplice, cercana a pesar de la magnitud del recinto en el que cantó, llenó la Plaza de España, rebasando los 3.500 espectadores, durante algo menos de dos horas con su voz y el encanto de una veintena de canciones llenas de fuerza y entrega. Icónica Sevilla Fest había programado en nuestra ciudad uno de los conciertos de su gira Organique Tour y el público ha respondido en gran medida a la propuesta de esta cantante francesa que lleva ya una docena de años infundiendo aire fresco a la chanson. No solo recuperó canciones de su disco Isa, del que extrajo siete de ellas, como base de su repertorio actual, sino que fue sobrevolando sobre todos los anteriores, en un espectáculo del que podemos decir que se estructuró en tres partes diferenciadas: una primera, desde el inicio con Les jours heureux e Imagine -tras la que encendió unas velas para disipar las sombras y avivar la llama de su luz interior-, hasta Et le reste, las tres de su disco nuevo, del que intercaló también De couleurs vives, un fuerte alegato contra el racismo. De discos anteriores recuperó Si jamais l’oublie y Qué vendrá, una canción con frases en castellano sobre hacer camino al andar. Comenzó con todos los músicos en el escenario haciendo sonar los primeros compases, pero la voz de Zaz se fue incorporando sin que todavía la viésemos allí arriba porque apareció cantando entre el público de pista, que ya fuese en persona o a través de las pantallas, la miraba con sorpresa, admiración e incluso devoción.

Zaz
Zaz / Juan Carlos Muñoz

Este primer tramo lo terminó cantando Et le reste con el único acompañamiento del piano de David Hadjadi, que comandaba una banda compuesta por dos guitarristas, Jerémy Grandcamp y Guillaume Juhel, el contrabajista, que alternaba este instrumento con el bajo eléctrico, Swaéli Mbappé y el batería Jonathan Grandcamp, a la que sacó el máximo partido durante la segunda fase del concierto, en clave de jazz manouche y swing, con otra sección de canciones que incluyó un recuerdo a Maurice Chevalier, con Paris será toujour Paris, una de sus mejores canciones. Desde ahí hasta el final del concierto, el tercer tramo lo llenó con temas de arreglos mucho más pop; ahí estuvieron las que todo el público esperaba de ella, aunque no faltaron tampoco algunas del último disco, como À perte de rue, Tout là‐haut y Le chant des grives, guardada para el inicio de los bises, después de despedir el set con Je veux, la canción de su primer disco, ya con estatus de mítica, sobre la que cimentó su carrera.

Zaz utilizó el castellano más veces en sus interpretaciones. Entre ellas la de Serendipia, una de las últimas canciones de su cosecha, aparecida en una versión extendida del disco Isa. Si no saltas, no sabrás si puedes llegar, entonaba en el estribillo, solo hay que dejarse llevar; toda una declaración de intenciones para una artista que no solo mantuvo la tensión con la forma en que cantaba las canciones, sino también con lo que cantaba en ellas, aunque el idioma jugase en su contra; así, en On ira volvió a referirse a las diferencias como una suerte, la de los mil colores del ser humano mezclando nuestras diferencias; reflexionó sobre la degradación de la vejez en Si je perds y celebró la alegre infancia con La fée; habló de los amores pasados, en On s’en remet jamais, y de los presentes y futuros, en Ébloui par la nuit, instándonos a disfrutar de la vida y no solo a verla pasar. En ella parecía que se arrancaba con el We will rock you, pero solo eran golpes gemelos a los de esta canción, que aquí sirvieron de base a esta otra, en la que Zaz me recordó a Shara Nelson respaldada por Queen en vez de por Massive Attack. No faltó el habitual guiño que hace en sus conciertos españoles, contándonos tras Serendipia que su madre daba clases de castellano y una vez llevó a una de ellas a la tuna de Ávila, con la que Zaz aprendió a tocar la pandereta con todo su cuerpo y a cantar algunas canciones en nuestro idioma que siempre que las recuerda la hacen feliz, por eso esta noche quiso divertirse con nosotros cantando Clavelitos. A la gente le encantó y la cantó con ella de forma masiva, aunque a mí me pareció el momento más prescindible de la noche; se ve que los antecedentes sociales de las canciones no los traduce de igual forma ella que alguien como yo.

Zaz
Zaz / Juan Carlos Muñoz

Radical cambio de registro fue el de Zaz entre el amago de despedida, saltarina y alegre en la apoteosis de Je veux y la forma en que volvió al escenario con la balada introspectiva que fue Le chant des grives, para mi gusto, la mejor muestra del tono suave, meditativo y reflexivo que marca todo el disco de Isa, aunque después la terminase de una manera espectacular para realzar así la despedida definitiva, que se concretó al volver a territorios gypsies de la mano de la guitarra de Jerémy, poseído por el espíritu de Django Reinhardt en una soberbia intro para La vie en rose, ya casi más de Zaz que de Piaf, en la que todos los demás músicos fueron luciéndose en cortos y floridos solos.

El concierto de Zaz fue un ejemplo de talento puro y de química entre las personas, que ella basó en su personalidad y en la capacidad que tiene para transmitirnos los altibajos de la vida, de la alegría a la tristeza, del amor y el compromiso personal, a la responsabilidad social. Y lo hizo con una voz hechicera, a la vez etérea y áspera, sobresaliendo siempre de las atmósferas de cabaret, de manouche callejero, de chanson francesa que se fundían con el pop, el jazz, el swing, con gran elegancia y sutileza, para hacernos llegar mensajes de diversidad, tolerancia y aceptación, sin perder el ambiente de alegría y vitalidad que reinó durante toda la noche. Una gran celebración de la música y de la vida.

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