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Will Santt | crítica
Teníamos delante anoche en la biblioteca del Hotel Colón a un joven Will Santt, de apenas 21 años, que se hacía un lío con las notas que tenía escritas en una libretita para guiarse y que sostenía la guitarra manteniendo la mirada nerviosa de alguien que acaba de bajarse del avión en una ciudad extraña, que le resultaba muy diferente a la Barcelona a la que había llegado días antes, muy parecida, según nos dijo, a su Sao Paulo natal de calles paralelas y perpendiculares. Su primera visita a Sevilla -y prácticamente su primera incursión fuera de Brasil- tras pasar por Madrid, le tenía algo descolocado con el colorido paisaje natural que decía haberse encontrado. No sé muy bien cómo va esto, confesaba al terminar, ¿me quedo aquí y vienen ustedes a hacerse fotos conmigo o pedirme autógrafos?
Era el de anoche el cuarto de los seis conciertos programados en las Noches Icónicas del Colón y, sobreponiéndose a todo, Will lo solventó perfectamente encomendándose a la Santísima Trinidad de la bossa nova, Antonio Carlos Jobim, João Gilberto y Vinicius de Moraes sobre los que se fue moviendo en las diecisiete canciones de su repertorio, entre las que intercaló tres de su propia autoría: Emaranhado y Maquina do tempo, que son las que tiene publicadas en las plataformas de escucha, y una tan nueva que no he sido capaz de verificar si su título es realmente el que me pareció entender cuando la presentó aquí, Anil juvenil.
Desde el inicio de Desafinado, el gran clásico de Jobim con el que comenzó, dejó patente que más allá de su voz y su forma suave de cantar, lo que hace que destaque en su viaje por el sublime mundo de este género brasileño es su toque de guitarra, que sustituye la nostalgia que podría revestir a las canciones por una vigorosa sensación de contemporaneidad. No voy a cometer el sacrilegio de decir que Will sea un revolucionario en la forma en que lo fue Gilberto en su momento, pero sí que se basa en las generaciones anteriores de músicos de su país para actualizarlas de una forma nueva, que fue lo que este hizo también entonces con muchas de las composiciones que Jobim había hecho famosas antes y, también como de él, de Will no se puede decir que sea un derivado de esas influencias, sino que se vuelven parte de su visión musical y nunca se adapta a ellas. Anoche su relación con el público fue también de esa manera, nosotros tuvimos que acudir a él, al espacio artístico que ocupaba, más de lo que él se acercó a nosotros. Y eso fue uno de los mayores alicientes del concierto, cómo los oyentes nos acercamos al chaval tímido del escenario, adaptándonos a su dinámica suave, su sensibilidad discreta, su visión artística. En una época en que los artistas recurren a los trucos más básicos y los gestos más grandiosos para llegar a la audiencia, el cambio de roles de Will fue entrañable.
Su hábil forma de cantar detrás del compás de su guitarra, como muchos cantantes de jazz quedó incluso superada por su habilidad para frasear antes del compás, impulsando el ritmo y dándole una cualidad apresurada y ansiosa a la música mientras, misteriosamente, seguía sonando extraordinariamente relajado. Samba da minha terra y Brigas nunca mais, interpretadas una tras otra, fueron una buena muestra de ello; también Corcovado, a la que unió su propia Maquina do tempo para terminar el set, e incluso Eu sei que vou te amar, la pieza de Vinicius y Jobim que nos regaló como bis final a petición de alguien de las primeras filas del público que completó con creces las cincuenta localidades disponibles. Todo en el sonido de la música de Will transmitía relajación. Todo en su puesta en escena sugería tensión.
En otras canciones, como la irónica Pra que discutir com madame, la alegre Tin Tin Por Tin Tin y la divertida Só danço samba en la que a pesar de que éramos pocos en la sala, fuimos incapaces de ponernos de acuerdo para acompañarle sin desafinar en el fácil estribillo de vai vai vai vai vai, brilló su forma de tocar la guitarra, basada en unos pocos ritmos repetidos, empleando tonos bajos, marcados con el pulgar mientras los demás dedos conversaban con las cuerdas en un constante cambio de ricas armonías. Este tipo de interpretación fue paradigmático en el magistral Berimbau de Vinicius que interpretó anoche, alternando el swing relajado y desenfadado en una misma pieza de bossa nova.
Me da a mí que Will Santt no va a ser de los músicos que se mantienen fieles a los valores fundamentales de su visión artística a lo largo de toda la carrera que está comenzando, sino que como hizo el referido João Gilberto, también él buscará cambios radicales en su trabajo. Para él no está hecha la palabra estilo, no hace justicia a su contexto musical, que no solo se mantiene en la bossa nova, sino que se mueve hacia la samba -lo vimos sobre todo en esa nueva composición suya de la que hablé-, el tropicalismo, el choro y hacia cualquier otro ritmo popular brasileño que se nos venga a la cabeza. La música de Will desafía esta actitud inmovilista. Lo suyo son las esencias, no las superficialidades; está más allá de las preocupaciones de estilo. Anoche, cuando pasada la mitad del concierto se dejó de charlas y se centró en enlazar las canciones sin romper el ritmo del concierto, parecía como si estuviese actuando para sí mismo. Y cualquiera cuya creación musical sea para el disfrute personal puede tener poca preocupación con la forma en que la defina cualquier etiqueta.
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