Warhol: el fondo en la superficie
En torno al arte pop. Blackie Books publica una serie de entrevistas, la mayoría inéditas en español, con uno de los artistas más famosos e influyentes del siglo XX, que luchó por desmitificar el arte reapropiándose de los objetos cotidianos y negándole significados trascendentes
Andy Warhol. Entrevistas (1962-1987). Edición de Kenneth Goldsmith. Traducción de Ferran Esteve. Blackie Books. Barcelona, 2010. 559 páginas. 26 euros.
El triunfo de Andy Warhol fue tan rotundo que gran parte del trabajo se lo hicieron los demás. Los espacios en blanco de su discurso, deliberadamente vacuo, los completaban periodistas, críticos y exégetas, que se ofrecían con pasión a amplificar e interpretar los mensajes que emitía con vocecilla inaudible y gestos apáticos el oráculo esquivo de la modernidad. No deja de ser paradójico que una persona tan reacia a hablar sea una de las más citadas del siglo XX. Su astucia para descifrar la lógica del capitalismo y los medios de comunicación, su contribución determinante a la transformación de la obra de arte en mercancía y su demolición de la imagen del creador como depositario de un fuego sagrado forman parte de un legado que trasciende el ámbito del arte.
Ahora un libro reúne 37 entrevistas, la mayoría inéditas en español, en las que Warhol da cuenta de los meandros de su vasta producción, que abarcó prácticamente todos los formatos existentes en su época. A pesar de su interés por este género -escribió en forma de entrevista a sí mismo Mi filosofía de la A a la B, uno de los tarros de las esencias warholianas; fundó con Gerard Marlanga la revista Interview-, o precisamente por ello, nunca fue un entrevistado fácil. De hecho, con frecuencia era incómodamente pasivo, incluso irritante. Contestaba con monosílabos que boicoteaban cualquier tentativa de intercambio -sí y no entre sus predilectos-, tomaba prestadas frases triviales de famosos, trataba de invertir los roles... "¿Por qué no me dice la respuesta y así saldrá naturalmente de mis labios?", espetó en una ocasión a uno de sus esforzados interlocutores.
En otra entrevista hace un guiño a aquel consejo de Matisse: "Quien desee dedicarse a la pintura debe empezar por cortarse la lengua". No sólo no veía la necesidad -el sentido- de explicar el arte. También sacó conclusiones tras exponerse ante las grabadoras: "Casi todas las entrevistas están escritas de antemano. Saben qué quieren decir de ti y saben qué piensan sobre ti incluso antes de hablar contigo, de modo que sólo intentan confirmar lo que ya han decidido que van a poner".
Dividido en tres partes -correspondientes a los años 60, 70 y 80-, Andy Warhol. Entrevistas muestra a una figura empeñada en conservar su "misterio", quizás porque "la gente sólo tiene glamour cuando no la ves". "Apenas hablo o cuento cosas en las entrevistas; la verdad es que ahora mismo no estoy diciendo nada. Si lo quiere saber todo de Andy Warhol, basta con que se quede en la superficie: de mis cuadros, de mis películas, de mí mismo. Ahí estoy. No hay nada más detrás", dijo una vez. "Así lo veo todo, veo la superficie de las cosas, una especie de Braille mental, paso las manos por la superficie de las cosas".
Numerosos pasajes invitan a calibrar el grado de autoconciencia con el que Warhol se ocultaba tras esa máscara vacía; se esforzaba tanto en trabajar el registro banal que la experiencia de leer no pocas de estas entrevistas es efectivamente banal. Sin embargo, la actitud de la mayoría de los entrevistadores, fascinados ante Su Momento con El Mito, y la de los autores del prólogo y del posfacio del volumen, muestran hasta qué punto el artista impuso sus estrategias de simulación y seducción. En las primera páginas, Reva Wolf observa en un "no sé" de Warhol una "excéntrica meditación filosófica"; en las finales, Wayne Koestenbaum sostiene que sus "aparentemente inanes" respuestas "no eran sino un mecanismo para poner en entredicho nuestros propios discursos de inanidad".
Sólo una entrevista está planteada a la contra. En marzo de 1973 una publicación surafricana intentó probar que Warhol era un "arribista de poca monta" con "talento de hojalata". Tras la conversación, su periodista quedó, si no hechizado, bastante conforme con Warhol. Mejor predispuesto llegó en agosto de 1984 Barry Blinderman, de la revista Arts, responsable de una de las entrevistas más sustanciosas del libro, pese a la paradoja de que sus preguntas resultan más estimulantes que la mayoría de las respuestas.
En ocasiones, los entrevistadores logran arrancarle alguna opinión. Sobre el pop -"consiste en coger el envoltorio y convertirlo en el objeto envuelto"- y sobre sí mismo, ya sea desde la fragilidad, como cuando le preguntan por qué dijo que todos deberíamos ser máquinas y él contesta que "la vida duele tanto", o desde el cinismo, en el episodio en que le acusan de escurrir el bulto al calificar de "experimentos" películas sin terminar que sin embargo llevaba a salas comerciales, y él replica: "En ese caso, el experimento son los clientes que pagan".
Siempre controvertido, Warhol planteó debates artísticos aún sin solución. Todos ellos están esbozados o desarrollados en este libro, que incluye momentos verdaderamente curiosos -la charla desaforadamente sexual con William S. Burroughs- y que deja la sensación de que su propia proyección pública, su icono de fondo inaccesible e irresistiblemente magnético, prevalece sobre sus propias obras como su trabajo más sofisticado.
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