Un 'Tristán' de tonos grises
TRISTÁN E ISOLDA | CRÍTICA
La ficha
***Ópera con libreto y música de Richard Wagner. Intérpretes: Elisabet Strid, Stuart Skelton, Agniszka Rehlis, Markus Eiche, Albert Pesendorfer, Jorge Rodríguez-Norton, Fernando Campero, Juan A. Sanabria. Coro Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Nueva Producción del Teatro de la Maestranza. Vestuario: Jesús Ruiz. Iluminación: Luis Perdiguero. Diseño vídeo: Arnaud Pottier. Dirección de escena y escenografía: Allex Aguilera. Dirección musical: Henrik Nánási. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Miércoles, 27 de septiembre. Aforo: Casi lleno.
Ha sido valiente la dirección del Teatro de la Maestranza atreviéndose a abrir la temporada con el estreno de una producción propia de un título tan esencial en el repertorio como Tristán e Isolda. Esencial, sí, pero nada fácil de poner en escena dada la escasa médula teatral de su argumento, con unos personajes definidos desde las primeras escenas y que no evolucionan a lo largo de la ópera.
Se ha optado por parte de Allex Aguilera y su equipo por una concepción esencializada que prescinde de escenografías y de atrezzo: un escenario prácticamente vacío, con una amplia tarima sobre la que se mueven los personajes, dos paneles laterales que aforan el espacio y un fondo plano sobre el que se proyectan imágenes alusivas a las situaciones dramáticas. Todo en tonalidades frías de la gama de los grises subrayadas por una iluminación también fría y de pocos matices, salvo el breve episodio de tonos rojizos cuando Tristán e Isolda beben el filtro y se reconocen en la pasión y el destello cegador final. En la misma gama de colores se mueve el imaginativo vestuario de Jesús Ruiz, de reminiscencias medievales pero pasadas por su fantasía en materia de texturas y telas. Las proyecciones servían para llenar visualmente la escena. Lo más logrado de este apartado fue en mi opinión el tercer acto, con una bella recreación de las arquerías medievales del castillo de Kareol.
El problema vino de la parte de la dirección de actores. Es verdad que estamos ante una ópera de escasa acción y largas escenas meditativas, pero aún así hay que evitar el estatismo de los cantantes, que es lo que ocurrió en muchos momentos, especialmente en la primera parte del segundo acto, con Isolda y Tristán cogidos de la mano parados ante el público durante su extenso y maravilloso dúo de amor. Al margen, hubo detalles que no acabo de entender, como el perfil de bufón que se le da a Kurwenal en el primer acto, el bailarín convulso durante el preludio del tercer acto o algunos rostros crispados proyectados.
Henrik Nánási apostó por una versión musical pausada y meditativa antes que dramática y contrastada. Arrancó el preludio del primer acto de forma feble, sin tensión, sin otorgarle la carga dramática que tiene el famoso acorde. Wagner le otorga a la orquesta el papel de dotar de corporeidad sonora a los sentimientos y los pensamientos de los personajes, pero para lograrlo el director debe saber acentuar y cargar de tensión esos momentos, como el pasaje orquestal con el que se quiere manifestar la explosión de pasión que inunda los corazones de los protagonistas al beber el filtro, lo que al director le quedó plano. Durante el dúo de amor del segundo acto faltó sensualidad y sentido envolvente del sonido orquestal y en el preludio del tercer acto estuvo ausente la tensión dramática de las frases de las cuerdas graves.
Stuart Skelton pasó sin pena ni gloria por los dos primeros actos, con una voz de escasa proyección, corta de armónicos y con una articulación oscura. Se reservó para su escena del tercer acto, en el que la voz le corrió con nitidez y en la que hubo pasión dramática en el fraseo. Elisabet Strid comenzó algo dubitativa, con agudos metálicos y poca presencia sonora, pero al poco evolucionó hacia una Isolda apasionada, con voz penetrante, acentos pasionales y un Liebestod lleno de tristeza y de amor a la vez. Pesendorfer fue un Marke de voz contundente e impresionante, pero con un fraseo plano que no transmitió la congoja por la pérdida de confianza de su amigo. Estupenda la intervención de Eiche como Kurwenal, con una sensacional expresividad dramática en el tercer acto. Rehlis fue una magnífica Brangania, de bellísima voz y línea muy poética, especialmente durante el episodio de las advertencias a los amantes del primer acto, cantado con largas frases sostenidas y reguladas con gran sensibilidad. El resto del reparto se mantuvo a un muy buen nivel general.
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