Voy para casa
'Lento en la sombra' reúne escritos breves, miniaturas sinuosas de Peter Handke sobre literatura, arte y cine.
Lento en la sombra. Peter Handke. Eterna Cadencia Editorial, Buenos Aires, 2012. 23 euros.
Se recopilan en Lento en la sombra textos breves sobre literatura, arte y cine, desde discursos de aceptación de premios a elogios de traductores o pintores pasando por juicios estéticos y éticos sobre imágenes fijas y móviles. Y lo que primero vuelve a sorprender es cómo tantos retales se reflejan en un Todo, cómo la pluma de Handke, sinuosa, elíptica, entrecortada, sutura las partes hasta hacernos olvidar la idea de compendio o colección y poner en su lugar otra, la del alumbramiento de una teoría del arte que se encarna en una precisa Weltanschauung, cosmovisión que el austriaco comparte con esos suyos a los que aquí rinde homenaje y pleitesía. No nos referimos a la ejecución de ditirambos, sino al establecimiento de esa distancia justa a partir de la cual se reconocen los iguales; que en este caso son los habitantes de una provincia -¿quizás esa "del lápiz" de la que hablara Robert Walser?- de solitarios y marginales transeúntes que más que vivir de la literatura, la pintura o el cine viven en esos ámbitos (y viceversa).
Seleccionadas por Matías Serra Bradford, estas miniaturas dejan constancia, entonces y más allá de los distintos contextos para los que fueron preparadas, de la admiración que Handke ha manifestado en tanto que lector y espectador, ejercicios de la mirada y el pensamiento que no quedan empequeñecidos frente a su propia condición de autor, sino que se advierten como el gozo secreto y constante del que se alimenta esta última. Tanto es así que, establecida y descubiertos hace tiempo constelación y pasadizos, parece que el austriaco incluso habría renunciado a la creación antes que ceder ese cobijo en el arte de los demás. Y en esto se concentran dos raras virtudes, por un lado la de saber admirar, por otro la de, después de los éxitos y la fama propios, no dudar en recelar de lo profesional, notarse vinculado y próximo en especial a todos aquellos que, antes que escritores, se han sabido "buscadores de escritura".
Prólogos, homenajes, discursos de entrega del Premio Petrarca, notas fúnebres o reseñas sirven al autor de Lento regreso para articular una genealogía en la que maestros y discípulos conviven con naturalidad, clausurado el tiempo como progreso, taladas las arborescencias. De este modo Goethe, Moritz, Grillparzer, Stifter o Kafka no se citan desde la erudición del que recapitula para la academia, sino desde la hiperestesia arqueológica de quien los experimenta en el presente, en el mundo actual. De la misma manera, Bernhard (a quien Handke resucita gustosamente en el extraordinario Cobro de deudas, su discurso de aceptación del Premio Nacional de Austria), Lenz, Hohl, Born, Bachmann, Bove, Berger o Inoué son mucho más que ilustres colegas para quien considera la literatura como una casa. Estos autores a los que ama provocan en Handke una experiencia de borrado, casi de shock, que suele poner en relación con las primeras impresiones, alrededor del campo semántico del niño: "sensación de infancia", "ojos de escolar", "ojos inocentes-conocedores". Y en otras habitaciones de la misma casa, otros moradores: los traductores (Manheim, Goldschmidt), también correligionarios, pero no sólo eso, sobre todo las encarnaciones de un rodeo filológico que le refresca su propia lengua materna y se la vuelve a enseñar; los editores, como Siegfried Unseld, que lo escruta con sus penetrantes ojos desde el más allá después de haber velado por la obra con dedicación y escrúpulo desde que el Handke juvenil aterrizara despistado en su despacho; o los pintores, como Jan Voss, cuyos cuadros le dan a la casa "un impulso".
Es precisamente la posibilidad de un metafórico "regreso al hogar", atravesando la noche de cláxones y neones camino del suburbio, lo que el austriaco aún le pide al cine. Y de nuevo las nociones de lo escolar y la infancia le sirven para transmitir su exaltación por lo que escapa de la norma, por lo que traiciona al canto, en este caso el cine de Straub y Huillet y el de Kiarostami. Noche de cine. Noche de cine animal, artículo en torno al Antígona (1992) de los primeros, es uno de los mejores textos que nadie haya dedicado jamás a la "dupla terrible". En él Handke, lejos de los recurrentes tópicos del recitado y el estatismo, se percata admirablemente de la condición "atlética" de la obra de los Straub, reclamando para este cine en el que las entradas y salidas de encuadre son tan importantes el ascendiente clásico más que el rupturista: los planos y los cuerpos que los habitan están más cerca de Hawks y Hitchcock que de otra cosa. Y como los Straub, Handke también reivindica desde estas páginas fragmentarias y vacilantes la necesidad de oponer resistencia a la ley del más fuerte, ésa, muy democrática, que veta, censura y margina mientras no para de recordar y lamentar hasta dónde llegaron las llamas de las hogueras nacionalsocialistas donde se esfumaron los libros.
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