De Vollmann y las páginas en llamas

Pálido Fuego recupera 'Historias del arcoíris', una singularísima colección de relatos de William T. Vollmann, uno de los autores más deslumbrantes de la narrativa estadounidense contemporánea.

El escritor estadounidense William T. Vollmann (Los Ángeles, 1959).
El escritor estadounidense William T. Vollmann (Los Ángeles, 1959).
Francisco Camero

29 de diciembre 2013 - 05:00

Historias del arcoíris. William T. Vollmann. Trad. José Luis Amores. Pálido Fuego. Málaga, 2013. 572 páginas. 23,90 euros.

A estas alturas resulta dolorosa y absurda la casi insignificante difusión en España de William T. Vollmann, un autor que escribe con los dedos en llamas y la mirada extraviada -pero siempre lúcida- por toda clase de fiebres, desde el amor hasta la violencia, desde raptos de belleza anonadante, incluso inexplicable, a puñetazos de horrible sordidez. Vollmann es uno de los escritores más audaces y deslumbrantes de la narrativa estadounidense de nuestros días; posee, sin duda alguna, una voz no sólo sobresaliente sino de hecho imprescindible si se quiere calibrar en todo su alcance las virtudes de esa privilegiada cartografía literaria contemporánea. Y sin embargo, en un país con lectores (en mayor o menor medida) familiarizados con David Foster Wallace, Dave Eggers, Michael Chabon, Jonathan Franzen o Jeffrey Eugenides, por citar sólo a algunos de sus coetáneos mucho más célebres, su obra no ha estado -hasta ahora al menos- ni siquiera cerca de empezar a calar de manera similar.

Este orillamiento se explica en gran medida por la dispersión editorial de su obra, la mayor parte de la cual, que es extensísima y variada, de hecho ni siquiera ha sido traducida. Historias del mariposa y Trece relatos y trece epitafios (El Aleph); y el fantástico Los pobres (Debate), un ensayo crudísimo y desafiante sobre esa antiquísima enfermedad social sin asomo de condescendencia ni de "expresión elitista -escribe él mismo en su introducción- de anhelos igualitarios", en el que pobres y marginados de diversas partes del mundo toman la palabra para tratar de explicarse a sí mismos por qué lo son: un libro que no fue escrito "para erigir un monumento que hiciera compañía a Das Kapital en el cementerio de los pensamientos vaciados de sentido", sino tan sólo con la "aspiración honrada de mostrar y comparar"; junto con la -en toda la extensión de la palabra- excepcional Europa Central (Mondadori), una novela que hace de la Segunda Guerra Mundial un imponente conjunto escultórico sobre el estremecimiento humano en las antípodas de la vulgar, aburrida y mentirosa épica de los uniformes y las batallitas gloriosas. Este era todo el corpus vollmanniano disponible aquí hasta que Pálido Fuego decidió publicar Historias del arcoíris. Y ese arrojo hay que aplaudirlo y celebrarlo como se merece.

Es tentador atribuir la postergación de Vollmann también a su condición de escritor excesivo. No sólo por la frecuente, notable voluminosidad de sus libros: la misma Europa Central, novela -insistimos- maravillosa, supera las 800 páginas; The Royal Family, una de sus muchas obras inéditas en español, casi las alcanza. Lo es también -excesivo- sobre todo por su brutal ambición y por la naturaleza de su escritura, que no se somete -ni falta que hace- a ningún precepto canónico de género. Vollmann no distingue entre novela, ensayo, relato o crónica periodística, no acata límites ni fronteras en su escritura, que existe per se, más allá de la supuesta necesidad de la existencia de una trama reconocible como tal (aunque existen, y cómo: es un narrador glorioso); una escritura total que se justifica en la propia excelencia de su prosa hipnótica, a ratos onírica y alucinada (se entiende en este sentido la comparación con Burroughs), con dentelladas de un sentido del humor sombrío pero siempre cordial, nunca cínico, y que es rematada por un ritmo endiablado y por una pasión que se desborda hasta el punto de que uno llega a imaginarse, al otro lado de la página, a un tipo medio loco y encantador tecleando a golpes como si la vida le fuera en ello.

Todo esto, que por descontado es precisamente lo mejor de Vollmann, lo que hace de él uno de esos escritores especiales cuyos libros se esperan como las visitas de los amigos a los que se ve de tanto en tanto, lo convierte también en un escritor no difícil, pues las cantidades de placer que deparan sus páginas desmentiría tal calificativo, por mezclado que esté a veces ese placer con el dolor, la obsesión y la crueldad asesina del mundo; pero tampoco fácil, no al menos para quienes no acostumbran a entrar en los libros con un machete entre los dientes y espíritu explorador, no para quienes de algún modo esperan, conscientemente o no, indicaciones claras y fiables -esquemas o patrones narrativos, fórmulas familiares...- que delimiten inequívocamente el camino para no verse a mitad de recorrido desconcertados, sin saber qué terreno están pisando. Entiéndase que esto no es un juicio de valor sobre esta última clase de lectores, sino una advertencia. Con Vollmann hay que perderse en el bosque.

Un ejemplo elocuente en este aspecto es El vestido verde: Un relato pornográfico, uno de los incluidos en estas Historias del arcoíris. Para empezar no es un relato pornográfico, o más bien no exactamente el tipo de relato pornográfico que uno le puede venir a la cabeza al leer el subtítulo, dado que el encendedor del instinto aquí no es la persona que viste ese vestido verde, sino el vestido verde mismo; únicamente eso. Por descabellado que parezca, Vollmann no sólo logra excitar los párrafos con un erotismo hermosísimo, evanescente y embriagador, sino que se permite todavía un par de volantazos, primero convirtiendo la narración en una honda cavilación sobre los cortocircuitos del deseo y sobre los resortes de la obsesión y los amores enfebrecidos (dos de sus temas predilectos, donde se eleva hasta volar: ahí están, respectivamente, los pasajes de Shostakovich y de Elena Konstantinovskaya en Europa Central), y luego envolviéndolo todo en una atmósfera trágica y violenta de relato de amor gótico.

En el resto del libro puede encontrarse casi de todo. Desde relatos autobiográficos sobre su vida amorosa a un fresco áspero y de aire documental sobre pandillas de skinheads del San Francisco más descarnado, pasando por otras crónicas bastardas sobre excrecencias del tardocapitalismo: yonquis moribundos en hospitales infernales, perturbados que asesinan a cuadrillas de vagabundos, putas desesperadas para las que siempre tiene una palabra amable porque él quiere a todos los perdedores y a todos los desamparados: "Al principio -dice sobre una de ellas- pensé que bailaba sólo para complacerse a sí misma, a diferencia de las strippers de Dino's, pero después me acordé de que también ella tenía que hacerlo. No era que le agradara. El mundo la acarició de un modo inadecuado aquella noche, como un amante con dedos de lija". A medida que avanza el libro, se despega del elemento vivencial y walk on the wild side y empieza a inyectar fantasía, aunque quizá la palabra más adecuada sería psicodelia, como en esa divertidísima relectura/parodia de la crueldad del Antiguo Testamento a propósito del pasaje de Nabucodonosor y los tres hermanos caldeos (Sadrac, Mesac y Abednego), o la historia de amor fou sobre una muchacha obsesionada con Heidegger cuyo amor se disputan el Diablo y el Espíritu Santo (que resulta ser, en efecto, William T. Vollmann). El arcoíris al que alude el título del volumen es infinito: el de la miseria y la desgracia humanas. Lo prodigioso es que tras proclamar su lema inaugural -"Lo más bello es la oscuridad más oscura"-, no sólo lo cumple, sino que lo convierte en una fiesta; turbía, sí, y memorable.

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