Vivir como viven los libros

El sello Vaso Roto publica 'Últimas mareas', el regreso a la poesía de José Antonio Moreno Jurado La Historia, la muerte y el paisaje onubense inspiran los versos de este sólido autor

José Antonio Moreno Jurado, referente de la poesía sevillana.
José Antonio Moreno Jurado, referente de la poesía sevillana.
Charo Ramos Sevilla

16 de enero 2013 - 05:00

José Antonio Moreno Jurado (Sevilla, 1946) es una de las voces más inclasificables de la poesía andaluza y su voluntad, expresada en numerosas ocasiones, de no repetirse a sí mismo, ha espaciado su obra lírica durante largas temporadas. Ganador en 1973 del premio Adonais con Ditirambos para mi propia burla, refrendado por el premio Juan Ramón Jiménez en 1985 con Bajar a la memoria, este autor meticuloso y excesivamente autocrítico ha vuelto a reencontrarse con el verso en Últimas mareas, trabajo que ha publicado el nuevo sello hispano-mexicano Vaso Roto. Trece años separan este libro de Las elegías del Monte Atos (Barcelona, 1999), obra a partir de la cual Moreno Jurado vaticinaba que la pasión por la poesía se había consumido en él irremediablemente. Ahora, retirado ya de la docencia a la que ha dedicado su vida en la Universidad de Sevilla y, sobre todo, como catedrático de Griego en enseñanzas medias, sensible a la perplejidad de la renuncia tanto como al ocaso de la vida, entrega versos que indagan en la condición humana y en el arte, inspirándose en personajes de la Historia en el momento de su muerte o en los paisajes costeros y los barcos lejanos que avista desde su refugio literario en Huelva.

En su estructura, Últimas mareas está concebido como un homenaje a las formas de Odysseas Elytis, rapsoda al que este doctor en Filología Griega ha traducido y estudiado detenidamente. "Es una construcción arquitectónica que había quedado ausente de nuestra poesía en lengua castellana", aclara sobre la regla formal que preside este trabajo, dividido en dos grupos: poemas extensos (donde emplea el asterisco para marcar el ritmo) frente a otros más breves "donde dejo espacios lineales para que el lector se quede un poco impresionado", sonríe.

En el contenido, en cambio, no hay sujeción a modelo alguno aunque los poemas extensos incluyen su tributo a seres singulares que le precedieron. "Son personajes tanto reales como imaginados con los que reflexiono sobre cómo la condición humana se mantiene constante a través de los siglos, con sus desmanes y su locura". Entre los seres reales figuran Constantino Paleólogo -el último emperador de Constantinopla-, Copérnico, Juliano el Apóstata o Giordano Bruno, "al que llevaron desnudo y con la lengua clavada en un madero desde el Trastévere al Campo dei Fiori, donde fue ejecutado". "Los personajes" -continúa- "están retratados en ese instante fatal y son en realidad monólogos dramáticos que culminan con la misma expresión, 'hacia la muerte'. El último se titula Cualquiera y está dedicado a cualquier persona que sufre, padece hambre o dolor".

Frente a esta mirada cargada de Historia, los poemas pequeños ahondan en emociones mucho más subjetivas, como el amor o la espera. "El libro va más a mi interior en esos poemas, que son más personales y en ellos me fijo en elementos poéticos que suelen pasar inadvertidos. Por ejemplo, en la fidelidad de un perro solitario que, durante años, recorre cada amanecer la ruta de Mazagón a Palos que hacía con su dueño antes de su muerte. Siempre el mismo camino y a la misma hora. O me inspiro en un arco de adobe que no lleva a ningún sitio y por donde nadie atraviesa, con Moguer en la distancia, para pensar en la vana intención de nuestros propios actos hermosos".

Leyendo estas páginas se adivina que su autor ha recuperado la ilusión primera por la poesía ante el mar de Mazagón -"con las aguas heladas del Atlántico en febrero mojando mis talones", escribe- y los pinares que rodean La Rábida, Moguer y Palos, que constituyen el fondo de los poemas pequeños. "Vivo entre Sevilla y Huelva. La zona también me ha inspirado poemas sociales sobre la multitud de gente que trabaja allí: senegaleses, polacos, rumanos, marroquíes de las llanuras profundas o de las estribaciones del Atlas".

La obra, que pone fin a un silencio poético que sus admiradores juzgan demasiado largo, comienza con una reflexión sobre su condición de bardo solitario. "Creo que la poesía española que se hace ahora es demasiado periodística. En todo el mundo se ha olvidado el lirismo y sin ritmo no hay poesía. Ha influido demasiado sobre los poetas el marketing, el saber estar. Ya lo decía Juan Ramón Jiménez, 'primero hay que ser buen poeta y luego escribir cien cartas diarias'. Yo he vivido de otra manera, poco preocupado del mundo exterior, en un aislamiento que tal vez no me ha conducido a nada. Pero ese he sido yo, solo, sin torre de cristal aunque alejado del humo umbilical de las tertulias. Como puede leerse en uno de estos poemas, he vivido como viven los libros, quiero decir, de acuerdo con los libros, confundiendo la realidad con la pasión y el miedo vespertino".

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