Vivir con miedo
El tema de la semana
Un compositor clave. Krzysztof Meyer ofrece en este libro reeditado ahora por Alianza otra visión de Shostakovich: la de un hombre atormentado y perseguido por el régimen comunista, pese a la ambigüedad conformista que le permitió un trato privilegiado
Shostakovich. Su vida, su obra, su época. Krzysztof Meyer. Traducción de Ambrosio Berasain. Editorial Alianza (Música). Madrid, 2011 (2ª ed; 1ª edición 1997). 482 páginas. 30 euros.
El 9 de agosto de 1975 fallecía en Moscú a los 69 años de edad víctima de un cáncer de pulmón Dmitri Shostakovich, uno de los más grandes compositores del siglo XX. Pravda tardó tres días en dar la noticia, aunque el entierro, que se retrasó hasta el 14, tuvo carácter oficial, y el músico falleció como un comunista ortodoxo, miembro del partido y defensor de sus postulados en materia artística. Al menos eso hizo creer a Occidente la propaganda soviética. Pero en 1979, Solmon Volkov publicó en Nueva York Testimonio: las Memorias de Dmitri Shostakovich, y la opinión se dio la vuelta. La obra mostraba a un hombre atormentado y en permanente estado de congoja, humillado y perseguido por el régimen, que lo utilizaba como arma propagandística, obligándolo a leer en público declaraciones dogmáticas que no compartía, un hombre refugiado en una música que admitía ahora una segunda lectura: lo que se había considerado estricto cumplimiento de las directrices oficiales del realismo socialista era solo la fachada que ocultaba un trasfondo teñido de amargura y de sarcasmo.
Pronto se sospechó que las Memorias eran falsas y Volkov fue desacreditado, pero la imagen de Shostakovich no volvió a ser nunca la misma. Tras el hundimiento de la URSS empezaron a llegar datos fidedignos que confirmaban en buena medida el retrato de Testimonio. Aunque matiza algunas cosas, este libro de Krzysztof Meyer, compositor polaco y amigo personal de Shostakovich, editado originalmente en 1995, confirma buena parte del relato de Volkov.
Nacido en 1906, Shostakovich era un producto de la revolución rusa. Dotado de un extraordinario y precoz talento, en los años 20, cuando los bolcheviques alentaban aún el modernismo artístico, el músico se impuso con obras como su 1ª sinfonía, el ballet El perno o la ópera satírica La nariz. Pero en la década siguiente las cosas cambiaron radicalmente. Su ópera Lady Macbeth del distrito de Mzensk alcanzó en 1934 un éxito atronador, hasta el punto de que aún en 1937 seguía en los teatros. Fue entonces cuando Stalin acudió a una representación, de la que salió con evidente disgusto. Un artículo aparecido inmediatamente en Pravda, en el que la obra era condenada sin paliativos por caótica y contraria al pueblo, cambió la vida del músico, quien llegó a ser citado en un despacho de la policía política como sospechoso de conspirar contra el líder supremo. Shostakovich vivió aterrado las purgas stalinistas, durmiendo incluso vestido, con una maleta al pie de la cama, por si agentes de la NKVD pasaban a detenerlo de noche, como era costumbre.
Peor incluso fue la humillación de 1948, cuando su música fue declarada, junto a la de otros grandes de la composición soviética (Prokofiev y Jachaturian entre ellos), "formalista", esto es, contraria al espíritu del pueblo soviético, y obligado a retractarse públicamente de su trabajo. Incluso con la relajación del régimen en la época de Jruschov, Shostakovich tuvo que aceptar a regañadientes el carnet del partido y hasta poner su firma, ya en los años 70 y muy enfermo, para combatir a algún famoso disidente, como Sajarov ("No me lo perdonaré nunca", dice Meyer que el compositor confesó a su médico de cabecera).
De personalidad compleja, tímido casi hasta lo patológico (lo que no le impidió casarse tres veces), Shostakovich pasa por estas páginas permanentemente atenazado por el miedo (incluso a la escena), pero su actitud no tiene defensa posible si se piensa que muchos disidentes pagaron su desviación ideológica o artística con la tortura, la cárcel, el exilio y la muerte. Su permanente ambigüedad conformista costó al músico humillaciones y desvelos, pero también le permitió recibir premios y disfrutar de privilegios reservados a determinadas elites, como los viajes al extranjero (eso sí, siempre bajo control) o el tratamiento médico de su enfermedad.
Con esta obra que, por fin, Alianza se decide a reeditar, Meyer deja no solo testimonio de la trayectoria de uno de los compositores claves de la modernidad, cuya música analiza sin tapujos, destacando los indudables rastros de genio, pero también sus debilidades, sino que además traza un dibujo certero de la vida del artista en uno de los regímenes más corruptos, crueles y despóticos que conociera el pasado siglo XX.
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