Visita guiada al Territorio Caballero Bonald

Benítez Reyes, Julio Neira y Rafael Valencia recorren los lugares que inspiraron el espacio mítico del autor.

Benítez Reyes, la profesora Encarnación Aguilar Criado (que moderó el encuentro), Rafael Valencia y Julio Neira.
Benítez Reyes, la profesora Encarnación Aguilar Criado (que moderó el encuentro), Rafael Valencia y Julio Neira.
Francisco Camero / Sevilla

08 de mayo 2013 - 05:00

En una ocasión, a propósito de su novela favorita, dijo José Manuel Caballero Bonald que el tema fundamental de Ágata ojo de gato era "la noble tierra que castiga a todo aquel que pretende ultrajarla". Lo recordó su amigo el también escritor y poeta Felipe Benítez Reyes. Junto a él, el profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Sevilla Rafael Valencia y el ensayista y profesor Julio Neira, participaron ayer, en la jornada previa a la visita del reciente Premio Cervantes (hoy, desde las 20:00 en la Pérgola, acompañado por Javier Rodríguez Marcos, Antonio Lucas y el editor y crítico de este diario Ignacio F. Garmendia), en una mesa redonda sobre los personalísimos y a la vez universales paisajes literarios en la obra del escritor jerezano.

Un asunto, señaló Benítez Reyes, que no es "ni tangencial ni anecdótico". En gran medida porque la configuración de ese espacio "envuelto en algo así como una bruma de realidad", de ese ámbito de resonancias míticas -como "territorio sagrado" lo ha definido el propio autor- nació primero, apuntó Rafael Valencia, como "rechazo a una tierra que después, sin embargo, integró plenamente en su literatura". Y lo ha hecho, además, como alabó Neira, siendo un escritor muy andaluz, "pero en ningún caso andalucista, ni localista", trascendiendo, en definitiva, la "exaltación al uso".

Ese espacio mítico es, claro, "la versión libre de un espacio real", dijo Benítez Reyes. Un espacio de "fronteras imprecisas", que pivota sobre tres ejes ineludibles. De manera especialmente intensa en Ágata ojo de gato (1974), vibra la atmósfera y el paisaje del Coto de Doñana y su entorno, ese "territorio cimarrón" donde se dan "formas de vida menesterosas, riancheros, domadores de caballos, cazadores furtivos, campesinos atípicos", y en el que la naturaleza es "fuente de promisión" y "fuerza incontrolable" y terrible al mismo tiempo. Jerez, la ciudad natal de Caballero Bonald, sus terratenientes, el mundo de las bodegas y la burguesía que gracias a sus fortunas vinateras llegaron a la riqueza y a los títulos nobiliarios, es otro polo capital en su obra, en particular -señaló el autor de la novela El novio del mundo o Las identidades, su último poemario hasta la fecha- en Dos días de setiembre (1962) y La casa del padre (1988). El tercer vértice de este triángulo es una "imprecisa bahía gaditana", el universo de la burguesía comercial de la zona, real y estilizada por el autor, del que da cuenta, por ejemplo, la novela Toda la noche oyeron pasar pájaros (1991).

Y es curioso, añadió Benítez Reyes, que, habiendo rechazado Jerez por su sociedad fuertemente jerarquizada, Caballero Bonald se identificara en cambio, de manera tan rotunda, con un lugar marcado, de hecho, por una "aristocracia más antigua": Sanlúcar de Barrameda. Si eso pasó, si se identificó hondamente con esa tierra desde la que se puede ver, al otro lado del mar, el Coto de Doñana, explicó el narrador y poeta roteño, fue porque el autor de Las adivinaciones, Manual de infractores o el más reciente Entreguerras quedó "fascinado por la pervivencia de atavismos culturales" que en Jerez, con su "mímesis paródica" de la nueva riqueza, nunca halló.

Julio Neira amplió, siquiera de manera oblicua, los dominios del "Territorio Caballero Bonald" hasta Colombia, donde en su juventud, durante dos años, dio clases en la universidad. "Dos días de setiembre supuso un ajuste de cuentas con la sociedad jerezana que conoció. Escribió la novela allí [en Bogotá], de alguna manera se puso en orden con respecto a su pasado -aseguró-, y cuando volvió ya era otro. Esa novela fue una catarsis personal".

También evocó Neira la excursión que Caballero Bonald hizo por Doñana, a bordo de un velero en compañía de unos tíos suyos. En algún momento después de haber tomado tierra en el Coto, el escritor, que entonces no lo era, que entonces era un niño, se perdió. Lo cuenta él mismo en sus memorias y en poemas como Argónida, 13 de agosto. Sufrió una insolación, perdió incluso el conocimiento, y con el paso de los años, el filtro de la memoria y la literatura aquello se convirtió en una suerte de espejismo. En adelante, este episodio, al que Neira otorga la categoría de fundacional, "marcó su relación con la naturaleza".

Hay otros lugares en sus novelas y poemas: La Habana, Estocolmo, Barranquilla, Chaouen, Copenhague, iluminaciones en el Danubio... "Todos son lugares que ha conocido, y todos ellos, siendo tan distintos, y tan distantes, aparecen, sobre todo en su poesía, caracterizados por algo que los enmarca dentro del Territorio Caballero Bonald". Lo más parecido a una certeza que se puede encontrar en el autor, ese algo: "Que nada es verdad ni es ficción, que no sabemos nunca qué es verdad y qué es ficción", concluyó Neira.

Este "no estar seguro de nada" deslumbra también a Rafael Valencia, a quien le parece que esa refutación perpetua de los dogmas y las certidumbres es lo que, "a pesar de la edad, lo mantiene joven". El arabista, además, trazó otro reino en la geografía imaginaria del escritor: el flamenco que recogió magistralmente, celebró entusiasmado el profesor, en su Archivo del cante flamenco.

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