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Ignacio F. Garmendia

24 de agosto 2014 - 05:00

'Los campos del honor'. Jean Rouaud. Trad. Javier Albiñana. Anagrama. Barcelona, 2014. 184 páginas. 14,90 euros

Publicada por primera vez hace casi un cuarto de siglo, Los campos del honor reveló a un autor hasta entonces desconocido que ganaba el Goncourt con su primera novela e inició con ella una tardía y celebrada carrera literaria. Las crónicas destacaban el hecho de que Jean Rouaud trabajara en un quiosco, pero el dato verdaderamente relevante era que su obra hubiera logrado el premio más prestigioso de Francia -donde al contrario que entre nosotros los galardones rara vez se conceden a obras inéditas- sin otro apoyo que su calidad indudable. Reeditada por Anagrama en el año conmemorativo del inicio de la Gran Guerra, que justifica el título y da sentido a la trama aunque el conflicto apenas sea evocado directamente, Los campos del honor adelantó la tendencia narrativa de la autoficción antes de que se convirtiera en una moda, pero este carácter precursor o el subgénero al que pueda adscribirse la novela importan menos que la admirable capacidad de Rouaud para retratar unas pocas vidas -y con ellas el mundo al que pertenecieron- cuya significación trasciende la anécdota.

La memoria del narrador se centra en tres personajes de su propia familia, el padre, el abuelo materno y una tía abuela por parte de aquel, fallecidos el mismo invierno de 1963 y cuyas historias, en buena medida, remiten a la tragedia o estuvieron marcadas por ella. Son los objetos del tiempo viejo, guardados en un trastero, los que actúan como desencadenante de un discurso no lineal que conmueve por su mirada compasiva, pero sabiamente distanciada, y por su elegante combinación de ternura e ironía. No hay trama, en realidad, sino el hilo tenue de una voz que recuerda, reconstruye o reinventa a partir de pequeños detalles, a veces mínimos, siempre reveladores. En la escritura muy cuidada y a la vez fluida, nada artificiosa, reside el principal encanto de una novela que observa con bienhumorada emoción e incluso algo de reverencia los desvelos de los antepasados, traza una hermosa recreación de la vida en la campiña -región atlántica del Loira, de donde procede Rouaud- y refleja el drama de la guerra a partir de los perdurables efectos en la gente corriente. Alejada de los parlamentos épicos o antiheroicos, se alza la sencilla y profunda verdad de lo cotidiano.

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