Vida y ventura de Lucio Anneo Séneca

Séneca | Crítica

Doce años después de su primera edición, vuelve a publicarse, corregido y ampliado, el Séneca de Francisco Socas, obra biográfica que incluye aquellas otras vidas que la historia y el mito le atribuyeron al moralista y político hispano

El escritor y profesor de Lenguas Clásicas Francisco Socas
El escritor y profesor de Lenguas Clásicas Francisco Socas
Manuel Gregorio González

31 de mayo 2020 - 07:00

La ficha

Séneca. Cortesano y hombre de letras. Francisco Socas. Athenaica. Sevilla, 2020. 482 páginas. 25 €. Pdf: 15 €

El presente libro fue galardonado en 2008 con el Manuel Alvar de Estudios Humanísticos y hoy vuelve a presentarse, ampliado y revisado, en la irreprochable edición de Athenaica. El subtítulo de la obra -cortesano y hombre de letras-, indica ya el tenor de las indagaciones de Socas, así como la hendidura vital e intelectual por donde la figura de Séneca pudiera escaparse al recto entendimiento de una vida. Sin embargo, la tarea del biógrafo es, precisamente, ésta: cohonestar y restañar los fragmentos dispersos de un hombre, hasta dar con algo que pudiéramos llamar, sin faltar a la verdad, su efigie verídica o aproximada.

La escasez de las fuentes obliga a una cautelosa indagación, enriquecida por la sabia y perspicaz erudición del autor

En el caso de Séneca, pensador y político romano nacido en Córdoba, se añaden algunas dificultades que Socas no deja de señalar y que, en cierto modo, son la parte fundamental de esta obra. Una primera es la escasez de las fuentes, que obligan a una cautelosa indagación y un salubre escepticismo, y que en el caso actual vienen enriquecidos por la sabia y perspicaz erudición del autor. Esto implica que, ya sea al modo de Diógenes Laercio, ya al modo de Suetonio, ya sea un moderno uso de ambas fórmulas, la investigación de la vida de Séneca adolece de cierta parquedad de datos externos, que vienen a compensarse, parcialmente, por el testimonio del propio biografiado. A este obstáculo debe añadirse otro, acaso de mayor importancia, que podríamos titular “los Sénecas que habitan en Séneca”, y que son el fruto ineludible del uso histórico de su figura. Una figura, de grave ejemplaridad, que obedece a las similitudes que quisieron encontrársele con Sócrates y Jesucristo, y que por ello mismo ha conocido una larga y misteriosa ventura.

En este sentido, resulta curioso que Lessing, en su Laocoonte, acusara a Séneca de escribir para gladiadores (refiriéndose a la parquedad sentimental de sus dramas), cuando lo cierto, según nos recuerda Socas, es que Séneca mostró una reiterada curiosidad por la la figura y el destino de los gladiadores, cuyo desdichado final pareció divertirlo y repelerlo en igual medida. Con esto se quiere señalar que el Séneca de Lessing, que el Séneca del XVIII, no podía ser el mismo que el Séneca de Petrarca, el de Montaigne o el de don Marcelino Menéndez y Pelayo, cuya figura venía ya cubierta por la erisipela nacionalista que aquejó al XIX y al XX. Esta segunda “vida” de Séneca, tan importante como su vida biográfica, es la que Socas desvincula, exitosamente, de los datos desnudos que el investigador baraja, y con los que construye una aproximación sólida y veraz a la textura nebulosa de una vida. Y ello sin dejar de señalar una cuestión, por lo demás, obvia: una parte importante de los sucesivos Sénecas que aquí se incluyen deben su existencia al interés por la Antigüedad que, ya desde el siglo XII, irá construyendo el mundo moderno.

Y es precisamente esta cuestión, la Antigüedad que alumbra los días Lucio Anneo Séneca, la que acaba de otorgar la solvencia y robustez debidas a la presente obra. Si, por un lado Socas busca ofrecer el contorno vivo de un hombre (un hombre como nosotros, hijo de sus pasiones y sus miedos), por el otro recuerda que Séneca fue un habitante del siglo I, un hijo de Roma, cuyas ideas y costumbres distan mucho de ser las nuestras. Ahí es donde la erudición de Socas se aplica para alzar, con la notable utillería de sus saberes, la efigie de un ser humano, que linda con sus propios prejuicios -no con los nuestros- y con su particular concepto del mundo. Ese es el logro indiscutible de este ensayo, que acaba por ofrecernos el retrato de un político ambicioso, de un escritor enfermo, seductor, riquísimo, contradictorio; un hombre que emerge del minucioso análisis de su obra, pero también de sus actos mundanos. El Séneca que habita estas páginas es el niño que sueña una pureza estoica, el joven que ambicionará la gloria, el anciano que ha glosado el bien morir y, no obstante, desea fatigosamente seguir vivo. Es el hombre que, tras sobrevivir a Claudio, ha pastoreado a Roma. Es el preceptor que ha modelado a Nerón y morirá desangrado a una orden suya.

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