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‘Secreta luz’, la vida entre las llamas

Feria del Libro de Sevilla

Victoria León recoge el Premio Hermanos Machado por un poemario sobre el desamor y la tristeza con el que se rebela contra "esa euforia colectiva a la que parecemos obligados"

Victoria León recoge el Premio Hermanos Machado de Poesía. / José Ángel García

"La poesía exige incandescencia, / vivir, o haber vivido, entre las llamas", sentencia Victoria León en los versos que abren Secreta luz, el libro ganador del IX Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado, una obra despojada de artificio, sentida y honda, en la que su autora viaja a la verdad de la tristeza y describe esas ascuas que queman el alma de todo aquel que vive.

"La poesía que admiro y que me gusta es la poesía que tiene un componente importante de experiencia vital", señala León (Sevilla, 1981), que recogió ayer en la Feria del Libro de Sevilla el galardón que otorgan el Ayuntamiento de Sevilla y la Fundación José Manuel Lara. "Pero también pienso", matiza esta traductora que hasta ahora sólo había publicado una obra de creación propia, el libro de aforismos Insomnios, "que la anécdota tiene que ser un medio, nunca un fin, y que la vivencia propia, lo que es estrictamente individual, tiene que desdibujarse para convertirse en algo en lo que cualquiera pueda reconocerse".

Así, León compone en Secreta luz un poemario tan valiente como pudoroso, una crónica de un descenso a los infiernos que reivindica el dolor y la soledad como un camino de descubrimiento. "¿Por qué da esta tristeza tanto frío? (...) ¿Por qué da esta tristeza tanta sed? Este cansancio, ¿no termina nunca? (...) Con el pecho vacío me encontrará la noche", anota en el poema Despedida.

La escritora defiende que hay "otras formas de abordar la pérdida y el dolor distintas a las que nos venden hoy, que sugieren que pases páginas y no dejes, no pierdas el tiempo en que cicatricen las heridas". Secreta luz se rebela "contra esa euforia colectiva en la que parece que estamos obligados a vivir", argumenta León, que ha intentado "explorar ese otro lado del dolor, esa parte que es sana e incluso positiva conservar porque con ella estás conservando todo lo que esa pérdida fue antes de ser dolor. Algo que pudo ser alegría, ser plenitud, en su momento. Si lo tapas igual estás mutilando una parte de ti misma, de tu vida", asegura la escritora.

"Me interesa partir de la experiencia individual para buscar que todos puedan reconocerse”

La voz de los poemas decide abrazar la vida con todas sus espinas. "No renuncié a la sed de mi nostalgia; / beber no quise el agua del olvido", se dice en un pasaje de Secreta luz, un poemario en el que cobra mucha relevancia el desamor. "No fue premeditado, no me planteé escribir un libro de temática amorosa, pero ésta fue ganando peso cuando entendí que muchos de los poemas iban sobre el encuentro con el amor y con la despedida. Trataban de cómo completar ese ciclo, encajar las piezas y encontrarle sentido".

Una vulnerabilidad que León describe desde la contención, un registro en el que la autora se fue instalando con los años tras unos textos iniciales más recargados. "Es un proceso que comparto con muchos escritores que conozco, que incluso han vivido algunos que son más barrocos. En mi caso, he comprobado que conforme la experiencia vital se ha ido imponiendo la forma ha ido perdiendo importancia", expone, antes de precisar que "considero igual de legítimo ser barroco o despojado, simplemente cada uno encuentra su lenguaje, su forma de expresarse".

Jacobo Cortines, director de la colección Vandalia donde se publica el libro y miembro del jurado que le otorgó el premio, celebra que en los versos de León se perciba el eco de otras lecturas. "Uno de los defectos de la poesía contemporánea, de la poesía joven, es que sus autores se ponen a escribir demasiado pronto, sin haber asimilado la tradición", declara Cortines.

No es el caso de León, que tardó años en publicar porque aguardaba a tener un estilo maduro. Su profesión de traductora, en el que ha trasladado al castellano obras de Oscar Wilde, G. K. Chesterton o Arthur Conan Doyle, fueron determinantes. "Cada autor al que he traducido, incluso los que aparentemente estaban más lejanos a la literatura que aspiro a hacer, me ha aportado algo. Es paradójico, pero esos escritores me ayudaron a crear mi propia voz mientras me metía en la de ellos. Para mí", concluye, "la gran escuela que he tenido como poeta ha sido la traducción".

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