Naturaleza muerta con rosas

Cada vez que se ofrece una ópera en versión de concierto hay algo que se le mutila. Sciarrino escribió Vanitas como una ópera que se representó por primera vez en el Piccolo de Milán en 1981, aunque él mismo afirmó que la obra tenía alma de lied. En último término se trataría de una colección de cinco números con textos arreglados por el propio compositor a partir de fuentes latinas, italianas, francesas, inglesas y alemanas muy diversas.

Obviamente se trata de una ópera muy singular, para una voz y un dúo instrumental acompañante, y de poco más de 50 minutos de duración, en los que se recogen muchas de las constantes estilísticas del músico, su preocupación historicista, su gusto por las tensiones internas, íntimas (esos cinco minutos finales del violonchelo solista recorriendo lentamente todo el diapasón, del puente al clavijero, en un pianissimo al borde del silencio, provocan una mezcla incontrolable de congoja e hipnotismo), su poética del estatismo, las repeticiones y la levedad sonora, compensada con furiosos pasajes de volcánica actividad –el “diluvio de llamas” del texto–, casi todos encomendados al piano, terminan por crear una obra de singular belleza, tan inasible como inefable.

Sin la escena que previó su creador y ni siquiera los textos (una lástima: caben en un A4, traducciones incluidas), Vertixe Sonora hizo una interpretación bien balanceada en dinámicas, con tempi siempre al servicio de la palabra (afilada la voz de Kakuta, de extensa tesitura) y diálogos escrupulosamente trabajados, especialmente ese cello remedando o anticipando a la voz.