Sin teatro no hay ópera

NABUCCO | CRÍTICA

Abigaille, el agua, los espejos, las proyecciones.
Abigaille, el agua, los espejos, las proyecciones. / Juan Carlos Muñoz
Andrés Moreno Mengíbar

14 de junio 2024 - 00:12

La ficha

***Ópera de G. Verdi sobre libreto de T. Solera. Solistas: Juan Jesús Rodríguez, María José Siri, Simón Orfila, Alessandra Volpe, Antonio Corianò, Luis López, Carmen Buendía, Andrés Merino. Nueva producción del Teatro de la Maestranza en colaboración con el Grand Théâtre de Géneve, Théâtres de la Ville de Luxemburgo y Opera Ballet Vlaanderen. Dirección de escena: Christiane Jatahy. Iluminación y escenografía: Thomas Walgrave. Vestuario: An D’Huys. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro del Teatro de la Maestranza. Dirección musical: Sergio Alapont. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves, 13 de junio. Aforo: Lleno.

Algo no funciona en una producción de ópera cuando hay que empaparse del manual de instrucciones para comprender qué es lo que está sucediendo en escena. Eso ya lo sabemos los asiduos al Maestranza con algunas recientes “genialidades” teatrales y es lo mismo que ha sucedido con esta coproducción. Todo se reduce al ya conocido juego de espejos que reflejan la sala, las filmaciones en directo, el agua en el suelo y poco más. Si acaso se puede salvar la idea de equiparar el cautiverio hebreo en Babilonia con el de tantos refugiados de la actualidad, a la vista del vestuario actual y multicultural de los personajes. Lo de los burkas y lo del agua me lo tienen que explicar porque no lo pillo. Lo mismo que ese final con sonidos distorsionados y haciendo salir al coro entre el público para repetir el famoso coro de los esclavos. De iluminación no hablaré porque, sencillamente, no hubo más allá de la imprescindible para iluminar mortecinamente la escena.

Al menos en lo musical mereció la pena asistir a esta última ópera de la temporada. Sergio Alapont llevó con firmeza pero también con control esta volcánica partitura que a poco que no se deje ir se va de las manos. En la obertura privilegió la solemnidad sobre la descarga de fuerza. Marcó los tempos con energía cuando era preciso, pero también hizo cantar a la orquesta en los momentos más líricos, estableciendo siempre un buen equilibrio de dinámicas con respecto a las voces, salvo cuando a la regista le dio por hacerles cantar desde lejísimos, boca arriba o de espaldas a la audiencia. Sensacional el coro en su más compleja tarea en muchos años, firmando un brillante Va pensiero intenso y con un bello diminuendo final. El empaste es perfecto y la flexibilidad sobresaliente. Inmejorable Juan Jesús Rodríguez, con esa voz tan esmaltada, tan corpórea y tan dúctil, con un fraseo lleno de sentido dramático en todos los momentos, tanto los más autoritarios en los que retumba su poderoso timbre como en los más íntimos a los que sabe de dotar del color adecuado al dolor del personaje, como se pudo disfrutar en un Dio di Giuda! cantado a base de largas frases ligadas y con acentos conmovedores. Magnífica también María José Siri. Sin ser la soprano dramática de agilidad para la que Verdi diseñó el personaje de Abigaille, supo sin embargo llevar su parte a su terreno de lírica spinto bien timbrada y con canónica proyección, con pasión pero también con control, con largas frases y un soberbio uso de los reguladores. A Orfila le faltó el registro de auténtico bajo (tuvo que ahuecar la voz para poder dar las notas graves de Il santo codice reca) y una mayor firmeza de emisión para redondear su personaje, si bien nunca defrauda la pasión de su forma de acentuar. Correcto e impersonal el Ismaele de Corianò, con un canto monótono. Lo peor vino de una Alessandra Volpe de voz trasera, fraseo a trompicones y evidente discrepancias con la afinación. Y no dejaremos de mencionar las brillantes intervenciones de Carmen Buendía y Andrés Merino.

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