"Me siento más protegido por Bruselas que por Madrid"
Ventura Rico | Coordinador de la OBS
En el año de su veinticinco aniversario, la OBS publica un nuevo disco salido del Proyecto Atalaya, mientras su fundador y coordinador Ventura Rico se plantea la salida a la crítica situación actual
La ficha
Astro Nuevo
Pedro Rabassa (1693-1767)
- Astro Nuevo, cantata al Santísimo con violines
- Aleph. Ergo videns. Lamentación 3ª de Viernes Santo
- Corred, corred, pastores. Villancico al Nacimiento de Cristo para tiple solo con violines
- Sonata para clave
Juan Pascual Valdivia (c.1737-1811)
- Si recatada, si traslúcida. Área a solo con violines para tiple
Juan Manuel González Gaitán (1716-1804)
- Eternamente triste. Cantada a solo a la Purísima Concepción para soprano, violines, trompa y acompañamiento
- Voy buscando a mi cordero. Cantada a solo al Santísimo para tiple, violines y acompañamiento
Julia Doyle, soprano; Carlos Mena, contratenor; Alejandro Casal, clave. Orquesta Barroca de Sevilla. Director: Enrico Onofri
Passacaille
En medio de la incertidumbre absoluta que pesa sobre el sector musical, Ventura Rico (Sevilla, 1963) presenta el último disco de la OBS.
–Este álbum nace de grabaciones de los años 2015 y 2017. ¿Por qué ese desfase en la publicación?
–Hemos acumulado retraso, y además Passacaille tiene su política de secuenciación de artistas, no puede sacar tres discos de la orquesta en un año. Nos interesa la relación con este sello, porque tiene una distribución internacional importante y nos va a dar mayor proyección que la que teníamos con nuestro sello, pero tenemos que adaptarnos a su tempo. Vamos muy tarde, es cierto. Pero lo importante es que van saliendo y al público que compre el disco no le va a importar mucho que se grabase en 2015.
–Vuelven a la música de Rabassa, pero en compañía de otros.
–Sí, en este caso se trata de un pequeño remix de varios proyectos Atalaya. Además de obras de Rabassa, incluida una rara Sonata para clave, hay un aria de Juan Pascual Valdivia, un músico que trabajó en la Colegiata de Olivares, y dos cantatas de Juan Manuel González Gaitán, maestro de capilla en Córdoba.
–¿Queda aún algo del Proyecto Atalaya por publicar?
–Sí, el próximo disco será el Stabat Mater de Pergolesi en la versión de Iribarren, que hicimos con Carlos Mena y María Espada de solistas. Vamos cumpliendo, con retraso pero cumplimos. Es verdad que la universidad no nos está presionando, cosa que les agradezco.
–Un proyecto, el de Atalaya, que desapareció.
–Por nuestra parte, sí. El último fue justo ese del Stabat Mater en 2017Stabat Mater. El problema es que se trata de una actividad que necesita una preparación previa muy larga. Antiguamente, un año antes conocíamos el presupuesto del que íbamos a disponer. Pero al aumentar los controles burocráticos contra la corrupción, se hizo imposible: empezaron a decirnos en octubre de cuánto dinero disponíamos para un proyecto que había que ejecutar antes de fin de año. Buscar la música, editarla y contratar a los solistas sabiendo en octubre de cuántos recursos disponemos es imposible. Nosotros no podemos cumplir con esos plazos, es por completo imposible.
–El confinamiento de marzo los cogió en el peor momento, con una ópera en el Real a punto de estrenarse y una Misa en si menor en el Maestranza a principios de abril...
–En efecto. Nos pilló con la ópera de Corselli en el Real, que casi llegamos al ensayo general. Era un proyecto buenísimo, con grandes solistas, con un gran director como Ivor Bolton, que estaba encantado con nosotros. Además nos perdimos la Misa en si menor para el Femás, que era un proyecto soñado. Y luego hemos perdido tres conciertos más: uno en la Fundación March, otro en Toledo y otro en Getafe, que estamos intentando repescar. Era un año muy bueno, el vigésimo quinto aniversario de la orquesta era espléndido, habiendo hecho Agrippina, los conciertos de Haendel con EnricoHaendel que fueron muy bien, la publicación del disco con Asier Polo. Pintaba estupendo, pero bueno. Te pilla un camión, y tampoco está en tus planes… Es una pena.
–¿Y cuál es la situación actual del conjunto?
–Como practicamos una política de austeridad todos los días, nos ha pillado con un remanente como para poder mantener nuestra estructura administrativa hasta diciembre. Si en diciembre la cosa no ha mejorado, cierro la empresa. No es sostenible. Si no hay perspectiva de trabajo para el año que viene no podemos seguir abiertos, porque habremos quemado nuestros ahorros. Hemos limitado los gastos a la mínima expresión, pero no es suficiente. Estamos a la expectativa de lo que pasa con nuestra temporada del año próximo, si se ratifica el presupuesto o no, y si se puede contar con ello, lo tenemos todo organizado, solistas, directores, programas, hasta el cartel, porque pensábamos presentar antes del verano. Pero mientras no tenga la confirmación de que el Ayuntamiento tiene el dinero para respaldarlo no puedo dar el paso adelante. Si tengo que cancelar, cuanto antes mejor, porque estoy ocupando fechas a gente que a lo mejor podía coger otros trabajos. Vamos a ver. Estamos en un momento un poco volátil.
–¿Qué significa cerrar la empresa?
–Hay dos tipos de empresa cultural: la que es capaz de tener una maquinaria de gestión, y la que no. Hoy día es imposible subsistir con una actividad de cierto volumen si no tienes una maquinaria administrativa detrás. Es imposible firmar un contrato, estar al corriente de tus obligaciones tributarias, tener una gestoría, pedir una subvención... En el momento en que no seamos capaces de sostener nuestra estructura administrativa, cambiaremos de división. Así de claro. La orquesta seguirá funcionando, pero a otro nivel.
–¿Qué pensó cuando escuchó que se cancelaba el Femás?
–Cuando se canceló en marzo, que era lógico. Pero se nos dijo que se iba a reorganizar. Me consta que el director del festival hizo el trabajo de reorganización. Nosotros nos tomamos también el trabajo de reorganizar nuestro recital, que no es fácil, no se hace dándole a un botón, hay que llamar al director, a los solistas, a la plantilla, hacer varios presupuestos, y además hacerlo en estas circunstancias... El Ayuntamiento comunicó que no se iba a hacer por la inseguridad de que vengan artistas extranjeros. Es comprensible. Pero quizás no se le ha ocurrido al Ayuntamiento que con artistas locales también se hace, y se hace un muy buen festival. Quizá no se lo han planteado. La Asociación de Amigos de la OBS, que tiene para nosotros una importancia enorme, su papel es excepcional, ha sacado un comunicado en el que dice que se puede hacer, animando a apoyar la iniciativa. Y vamos a hacer un festival se llame Femás o no, porque hay público y para el músico es algo importante, ese concierto que puede dar en los meses que quedan para acabar el año no es algo despreciable. Si no vienen artistas internacionales no pasa nada. En Sevilla hay solistas suficientemente competentes para tocar en conciertos con orquesta y para una programación de cámara sólida. Yo, de hecho, ya tengo hecha una programación. Si el Ayuntamiento quiere participar, estupendo, y si no, se va a hacer de todas formas, porque yo lo voy a hacer. He hablado con muchos músicos, y todos están sorprendidos de que no se pueda hacer un festival en Sevilla que lleva 37 años realizándose y que es patrimonio de todos los sevillanos porque no puedan venir artistas de fuera. Hemos decidido que lo podemos hacer.
–¿Con qué soporte?
–Podemos ser nosotros mismos los patrocinadores, ofreciendo nuestro trabajo gratis, o podemos encontrar patrocinadores, con dificultades, porque las circunstancias de la covid lo hacen todo más difícil, pero lo intentaremos. Necesitamos un espacio con personal para las medidas de desinfección que son obligadas. Si el Ayuntamiento cede la Sala Turina, perfecto. Si no, pues buscaremos otros espacios. Se puede montar una programación muy bonita, incluso rescatar la idea de la Misa en si menor, aunque no sea completa. El Coro del Maestranza la preparó durante meses y los músicos pagaríamos por tocar en algo así. Lo genial sería que el Ayuntamiento fuera sensible a esta idea y la hiciera suya. Y es que a la única puerta a la que se puede llamar en España es a la de las instituciones públicas, qué le vamos a hacer.
–Jordi Savall está promoviendo una federación de conjuntos europeos de música antigua en cuyos primeros pasos la OBS se está mostrando muy activa. ¿Puede hablarnos de la iniciativa?
–A sus 78 años, Jordi Savall sigue siendo un entusiasta defensor del patrimonio europeo. Ha sido muy activo en los últimos meses en el seno de las agrupaciones españolas de música antigua y, en efecto, está promoviendo una asociación a nivel europeo a la que ya se han incorporado muchos grupos [FEIPIMHE, esto es Federación de conjuntos e intérpretes profesionales independientes de músicas históricas de Europa en sus siglas en francés]. Me ofreció coordinar la sección española y creo que lo voy a aceptar, porque es una iniciativa muy interesante. Existe la sensación general de que hace falta moverse a nivel europeo. No hay una homogeneidad legal, fiscal, laboral… Hay países con situaciones muy buenas, promovidas por sus gobiernos, y otros, como los casos de Italia y España, en los que existe un total absentismo de las autoridades culturales. Algunas cuestiones tienen que ver con el dinero, con cuánto se invierte. Pero otras no son de dinero, son de pensar: tener una ley de la música, organizar la política de subvenciones, pensar cómo distribuyes tus medios… En España si hay una cosa paradójica es que las ayudas oficiales van a los organizadores de ciclos y festivales. Al no estar compensadas estas ayudas con otras a los grupos, resulta que los conjuntos españoles somos mucho menos competitivos que los que sí tienen leyes de mecenazgo y ayudas importantes de sus estados. Así que, a causa de este modelo, en España los grupos españoles somos menos competitivos que los extranjeros para nuestros propios ciclos y festivales. Nuestro dinero, el dinero público, el de todos, va a los organizadores y estos acaban contratando a grupos extranjeros, que llegan subvencionados por sus estados y son, por ello, más baratos que nosotros. Es demencial. En el seno de GEMA [Grupos Españoles de Música Antigua], que ahora preside Raquel Andueza, que está muy ilusionada y haciendo muchas cosas, hemos tenido muchos contactos, y de hecho los tres grupos que tenemos el Premio Nacional de Música (el de Savall, el de López Banzo y nosotros) hemos ingresado en la asociación, que le pidió al ministerio que hiciera un esfuerzo en su programación del Auditorio Nacional para integrar a los grupos españoles, que normalmente recibimos el 10% del presupuesto de contratación, un pequeño esfuerzo que pudiera servirnos de balón de oxígeno en estas circunstancias. Ha salido la programación y es más de lo mismo. Ni siquiera eso han sido capaces de hacer por nosotros.
–¿Hablamos entonces de un problema estructural?
–Exacto. Detecto en todas las administraciones culturales un error básico de planteamiento. Ya no es cuestión de tener más o menos dinero o unas políticas más o menos adecuadas. Es de qué papel representa cada uno. Ninguna administración (ni local ni autonómica ni nacional) siente sobre sí la obligación de cuidarnos a nosotros. Igual que el Ministerio de Industria tiene muy claro que tiene que cuidar las empresas españolas, el Ministerio de Cultura y los responsables culturales no tienen en mente que una de sus obligaciones es cuidarnos a nosotros. En 25 años de gestor de una iniciativa musical como la de la OBS jamás he recibido una llamada de una administración pública para preguntar por mis necesidades, por lo que pueden ofrecerme, por la optimización de los recursos públicos que conseguimos. Falta ese enfoque. Lo que pasa en el Auditorio Nacional sería impensable en cualquier otro ámbito. ¿Se puede alguien imaginar que el Ministerio de Agricultura organizara una feria de productos de excelencia marroquíes, franceses, italianos y portugueses en Madrid, con dinero de todos los españoles para que vengan a mostrar sus productos, desatendiendo a los productores españoles? Eso está bien que se haga, pero después, cuando has atendido a tus propios productores. Las medidas estructurales que serían necesarias para cambiar esta dinámica no las toma nadie. El Ministerio te dice que están transferidas y en las autonomías te dicen que no tienen competencias. Y unos por otros, la casa sin barrer. Pasan los años y no se hace nada: una ley de mecenazgo, seguridad jurídica en cuanto a Seguridad Social y Hacienda, ordenar el tema de las subvenciones, que es por completo demencial, la protección del patrimonio... Pasan los años y se sigue sin hacer nada. No hay una sola institución en España que vele por el patrimonio musical español. Por eso me estoy implicando mucho con la iniciativa europea, porque pienso que es más fácil que en Bruselas se interesen por nosotros como personas que leen un patrimonio cultural europeo que alguien se interese en España. Aquí he tirado la toalla. Creo que puedo trabajar por mi país mejor desde Europa que en la propia España.
–¿Con qué objetivos concretos nace esta Federación europea?
–De momento, coordinarse. La asociación hace suyos los argumentos de Savall, que son muy básicos, pero son la clave de todo. Todos los estados hacen un esfuerzo presupuestario grandísimo para la lectura de la música de los siglos XIX y XX (orquestas sinfónicas, teatros de ópera, básicamente). El resto del repertorio desde la Edad Media hasta el siglo XVIII no recibe ayudas. Hay una descompensación absoluta. Hay que decir que los grupos de música antigua (y estas son palabras de Savall) representamos el museo viviente de la música, y si algo así existe es por el voluntarismo de algunos entusiastas y por el acierto empresarial de otros, pero hace falta dar la batalla en toda Europa para que la gente sepa que estamos ahí. En Europa se aplica la llamada excepcionalidad cultural, que significa que la Unión no se mete en la política cultural de los distintos estados, porque se considera que cada cual debe promover su propia idiosincrasia y tener autonomía. Esto vale para los estados responsables con su cultura, pero no para los que no son responsables. Yo intentaré que la excepcionalidad cultural dé un paso atrás, porque me siento mucho más protegido por Bruselas que por Madrid.
–Eso es duro. ¿En qué consisten básicamente esos desequilibrios entre estados a los que se refiere?
–Por ejemplo, Francia es un sistema fuertemente estatalizado, y puede funcionar porque protege a sus músicos, sus grupos y su patrimonio. Hay otros países con un sistema extremadamente liberal, y también funciona, porque hay poca carga fiscal, bajos costes laborales y leyes de mecenazgo. Puede funcionar de las dos formas. Pero en España tenemos lo peor de los dos sistemas: costes laborales altísimos, un estado que aparece poco y de forma insuficiente y una burocracia paralizante. Sería hora de que copiásemos uno de los dos sistemas, pero estamos en tierra de nadie. En estas conversaciones que estamos teniendo, al conocer la realidad española, los colegas europeos se sorprenden de cómo podemos sobrevivir. No es operativo lo que tenemos. A principios de la pandemia lancé un mensaje en redes sociales: señores, hay un problema presupuestario, pero sobre todo estructural. Hay que hacer mejores leyes, hay que coordinarse. Hay que sentarse, copiar sistemas de otros países. A mí me quedan diez años para jubilarme, pero la próxima generación va a estar muy mal. Hay que esforzarse por dejar esto mejor de lo que nos lo encontramos y lo vamos a dejar peor.
–¿No hay esperanza?
–Soy pesimista. Veo que estamos en un sistema en el que las administraciones públicas absorben el presupuesto de cultura para mantenerse a sí mismas. Mire, no es posible que, como pasa en Andalucía, haya un organismo público que gaste 23 millones y medio de euros para gestionar un millón. Tendría que ser al revés. Esa disfunción tendría que ser suficiente para mover a la reflexión a nuestros políticos. Señores, aquí hay algo que no funciona bien, vamos a ver qué se hace. Porque eso tiene el mismo efecto que la corrupción tradicional: el dinero que tiene que ir destinado a un fin se distrae y no va a ese fin. Esto es lo mismo, con el agravante de que es legal. Hay que plantearse este tema. Hay que tomar medidas estructurales que sirvan para una generación, y eso no se está haciendo. En tiempos de la primera legislatura de Aznar ya se hablaba de una ley de la música, y todavía no se ha hecho. Es desesperante. Me he cansado. He perdido la esperanza en que en España se pueda crear un sistema racional y razonable. Por eso voy a luchar en Europa todo lo que pueda para intentar que eso venga dictado desde Europa, porque de España no espero ya nada.
–Volviendo al tema del último cedé, el final del Proyecto Atalaya deja herida la recuperación patrimonial.
–El tema del patrimonio es doloroso. Llevo 25 años administrando la OBS. No he visto a ninguna administración municipal (y las he conocido de tres colores diferentes, con varias mezclas) que se haya interesado por el tesoro musical de la Catedral de Sevilla. Eso es una mina. El archivo de la catedral es un tesoro. Ninguna ha hecho nada por poner en valor ese impresionante patrimonio sevillano. El IAPH (Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico) de la Junta de Andalucía no tiene ni una triste mesita dedicada al patrimonio musical andaluz. El Ministerio de Cultura, lo mismo. ¿Quién se ocupa en España de velar por nuestro patrimonio musical? Nadie. Lo que nosotros hemos hecho, un grano de arena en el desierto, ha sido de modo indirecto, a través de la Universidad de Sevilla por el Proyecto Atalaya; si no, no lo habríamos hecho tampoco. Falta interés. Y eso me lleva también a pensar en Europa, porque el patrimonio español es patrimonio europeo, y creo que será más fácil que un funcionario de Bruselas se interese por la España como potencia cultural en los siglos XVI y XVII que lo haga uno desde Madrid o desde Sevilla. En España entre el follón de competencias y el desinterés absoluto de unos y otros es algo que no se va a hacer.
Dentro de mi pesimismo general: puede ser que la situación mejore, no quiero ser agorero, pero si la situación no mejora y las administraciones públicas acaban de devorar los presupuestos en mantener sus estructuras, vamos muy mal, vamos hacia una privatización del hecho cultural. Desde la transición hemos funcionado con la idea de que la cultura era algo que el estado tomaba sobre sí para que fuera accesible a todos los ciudadanos, y esa idea se va abandonando progresivamente, y creo que esto le puede acabar de dar la puntilla. Muchos grupos, que somos empresas muy frágiles, no vamos a poder mantener nuestras estructuras administrativas, y eso va a generar una precariedad absoluta. Sobrevivirán los que carezcan de estructura administrativa y puedan hacerse un nicho en la economía sumergida. Las estructuras legales lo tienen muy difícil, porque sin una perspectiva de continuidad laboral, tú no puedes mantener una estructura empresarial, que se basa en unas expectativas de ingresos. Si esto no mejora y no hay cambios estructurales vamos a una privatización absoluta y a la muerte de las empresas culturales, que son muy frágiles en este momento.
–¿Cómo va la programación municipal del año próximo?
–Todo hecho. La temporada está cerrada. Tenemos un compromiso atrasado con Xavier Sabata y Hiro Kurosaki, que sería en octubre, y luego nuestra nueva temporada incluiría seis programas (algunos en dos días) de febrero a junio. Estamos a la espera de que el ICAS nos confirme que hay dinero.
–Después de la Agrippina del pasado curso cómo está la relación con el Maestranza
–Muy bien. Creo que Agrippina fue un éxito. Tenemos una buena relación. Tenemos este año el programa de Monteverdi en noviembre [Combattimento] y luego el ya tradicional concierto de enero, que será justamente con Julia Doyle. Pero supongo que el Maestranza está ahora como todas las instituciones culturales, con la absoluta incertidumbre sobre lo que viene. No va a haber dinero. Son malos tiempos para la farándula, que es lo primero que se va a restringir, como siempre.
–Del Real sólo llegaron elogios hacia el grupo.
–Se han portado de maravilla. Ha sido una institución que se ha portado con una responsabilidad absoluta y admirable. Nos han pagado todos los días de trabajo. Y esto no es tan sencillo. La situación del músico freelance en España es terrible. Nuestro régimen laboral registra altas por días. Nunca se firma un contrato antes del primer día de trabajo, con lo cual un músico que ha perdido quince, veinte, veinticinco conciertos no tiene firmado ni un papel al que acogerse. Está en la absoluta indigencia. A las empresas nos pasa lo mismo. Firmamos los contratos días antes de que se produzca el evento. A veces yo he firmado una hora antes del concierto. No tenemos nada a lo que acogernos. Y en estos tiempos tan difíciles se nos ha cancelado con una alegría…, como si eso no tuviera ninguna trascendencia. Las empresas culturales se basan en los ingresos por los conciertos, y los músicos viven de esos conciertos. Si tú destruyes un tejido cultural, luego es muy difícil volver a empezar. Yo tardé cinco años en organizar la gestión profesional de la orquesta: durante cinco años lo hice yo de forma gratuita, poniendo mi trabajo al servicio de la orquesta. Si ahora volviera a empezar tendría que hacer algo parecido, y ya no tengo ni edad ni ganas.
–¿Y la relación con el CNDM?
–Echo mucho de menos a Antonio Moral. Yo tuve mis más y mis menos con él, pero es un hombre resolutivo, y lo ha demostrado en Granada este año de forma espectacular. El CNDM debería tener un papel determinante en este país. Y si miras la proporción entre artistas españoles y extranjeros de sus programas (ojo, no sólo el número de conciertos, sino el tamaño de los conciertos, es decir, el presupuesto destinado a unos y otros) no hace falta decir nada más. Basta con mirar esa programación. Pero yo estoy cansado de mendigar.
–¿Su pesimismo es compartido por la profesión?
–Los artistas en España formamos un gremio muy cobarde. No nos atrevemos a decir lo que pensamos, justamente por nuestro carácter mendicante. Y es que para pedir limosna sólo hay una familia: la administración pública. Nadie se atreve a decir lo que piensa porque no quiere morder esa mano. Pero en algún momento tenemos que decir lo que pensamos. Es más, lo que pensamos lo comparten la mayoría de los responsables públicos. Cuando he hablado con personas que tienen altas responsabilidades culturales, todos te dicen que la maquinaria que arrastran les impide mover un cenicero de sitio. Hay toda una trama de intereses creados, de temas laborales detrás y no pueden hacer nada. La incapacidad para abordar problemas estructurales se perpetúa: unos que no dicen lo que hace falta decir por miedo y otros que se sienten impotentes para actuar. Yo estuve veinte años dando clase en conservatorios. En España, los Conservatorios Superiores se rigen por la misma legislación que los centros de enseñanza secundaria. A partir de ahí, todas las disposiciones que llegan son surrealistas: el recreo, las evaluaciones... Todos nos reíamos en el bar cada vez que nos llegaba una cosa nueva, pero nadie hacía nada, porque al final cada cual tiene su trabajito y nadie quiere arriesgarlo. Todos saben que muchas de esas cosas son absurdas, que el rey está desnudo, pero nadie se atreve a decirlo. Pues en el mundo de la gestión cultural pasa lo mismo. Todo el mundo sabe que esto es un desastre, pero nadie hace nada. Yo no pienso que los políticos sean unos malvados. He conocido a gente con auténtica vocación de servicio público, pero no pueden hacer nada, están atados de pies y manos. Ese es el drama. Nosotros con la orquesta hemos cometido todos los errores del mundo. Afirmo, con Pessoa, que no hay aspecto de la existencia en que no haya conocido el fracaso. Lo he conocido en todas las facetas imaginables, haciendo presupuestos, pidiendo subvenciones, en las relaciones dentro de la orquesta, en la organización de las plantillas..., pero tenemos capacidad para hacer crítica y resolver problemas. Sin embargo, la administración no tiene capacidad para resolver los problemas que sabe que existen. Y el que la administración no pueda corregir sus errores es un drama que va más allá de la situación de tal o cual grupo, de tal o cual programa o política concretos.
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