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Variaciones en Río

Javier Montes sigue las huellas que dejaron en la ciudad brasileña escritores tan distintos como Stefan Zweig, Rosa Chacel, Elizabeth Bishop y Manuel Puig.

El escritor Javier Montes (Madrid, 1976).
César Romero

19 de junio 2016 - 05:00

VARADOS EN RÍO.Javier Montes. Anagrama. Barcelona, 2016. 307 páginas. 19,90 euros.

¿Qué tienen en común los escritores Stefan Zweig, Rosa Chacel, Elizabeth Bishop y Manuel Puig? ¿Qué pueden compartir un escritor representativo del viejo mundo extinguido con el Imperio Austro-húngaro, una de nuestras escritoras más olvidadas, una poeta estadounidense cuya breve obra cada día se considera más canónica y uno de los novelistas del boom hispanoamericano que, pese a ser contemporáneo de los García Márquez, Fuentes y Vargas Llosa y haber gozado de popularidad, casi nunca es recordado en la alineación titular de tan trillado movimiento literario? Pues que todos, durante más o menos tiempo, vivieron en Río de Janeiro.

Javier Montes vivió un algunos años en Río a principios de este siglo. Durante su estancia persiguió la huella dejada por estos cuatro escritores en ella y la huella que Río de Janeiro dejó en sus vidas, y en sus obras. La indagación se inicia con quien vivió allí más tiempo: Rosa Chacel. La vallisoletana pasó algo más de veinte años en Brasil, aunque su obra lo trasluce poco. Es cierto que fue escritora de paisajes interiores y climas personales pero, salvo en los compactos tomos de sus diarios, esculcados por Montes, la presencia de Río es menor, muy secundaria. Y eso que la marcó, pues durante los largos años de su madurez propició el ámbito necesario para, aislada del mundo en un exilio político subrayado por su genuino carácter, seguir dando forma a una obra corta, exigente y con un concepto tan alto de su valía que, visto en perspectiva, la acabó perjudicando. Montes no sólo se queda en Río sino que visita los lugares, las casas, donde transcurrió su estancia brasileña. Especialmente lograda es la larga secuencia de su visita a Paquetá, donde la presencia de Chacel aparece como arrumbada, apenas entrevista en la hacienda de unos amigos que la acogieron largamente, quizá porque la mujer de la casa entabló una relación duradera con el marido de Chacel, que nunca se separó aunque vivió alejada los últimos años de aquél.

Engarza muy bien este asedio al largo exilio brasileiro de Chacel con el de los nueve años que el argentino Manuel Puig pasó en Río. Puig llega a esta ciudad al borde de la cincuentena, cuando apenas le quedan diez de vida y es un autor de renombre, universal desde la adaptación cinematográfica de El beso de la mujer araña en 1985. En su apartamento reúne una envidiable filmoteca, recibe a sus amistades y otras visitas y también a su madre, que, junto a una tía viuda, se llevó a vivir a otro apartamento cercano, cuidadoso hasta el final de que la anciana no se enterase de sus correrías homosexuales ni leyera sus libros. El Río de Puig es más chispeante y alegre que el de Chacel, salpicado por su proverbial tacañería, su cinefilia sin parangón (sólo Cabrera Infante le va a la zaga) y sus maldades sobre el boom que hacen sonreír al lector, pero deja entrever ese fondo de tristeza, de vida que se va yendo, que queda en cualquier casa cuando la fiesta termina y hay que recoger y limpiar. Montes lo sabe contar y explica, con tino, que quizá ese tono melancólico de su última novela (la mejor de las suyas, afirma), Cae la noche tropical, se deba a su estancia en Río.

Las 90 páginas finales del libro están dedicadas a Elizabeth Bishop. La poeta fue a Río para pasar unos días y allí se quedó quince años. Se enamoró de una de las arquitectas más conspicuas del país (pese a carecer de titulación) y junto a ella vivió los que calificó como los mejores años de su vida (una relación que acabó de manera tormentosa, con el aún dudoso suicidio de la arquitecta). Allí escribió una porción nada desdeñable de su breve obra y tuvo vivencias imprescindibles para la escritura de algunos de sus poemas más hondos, como el muy célebre Un arte.

Javier Montes ha escrito un libro con encanto, serpenteante (Gilberto Freyre dijo que la línea curva definía el estilo brasileiro, desde su fútbol a su arquitectura, pasando por su samba). Quizá quepa reprocharle que en un arte más dado a la miniatura que al excurso a veces se demore en exceso y la historia parezca no avanzar (también ciertas alusiones personales que denotan la sobrada autoestima del autor). Pero tal vez el estilo de vida de Río, y el ritmo de las obras de los tres escritores centrales en que se fija (pues la presencia de Zweig es casi testimonial), Chacel y Bishop desde luego, Puig quizá no tanto, así lo requieran. Un libro que revela la inevitable relación de cualquier obra con la circunstancia de su autor, que ojalá devuelva a Chacel y a Puig a un canon literario que en su día ocuparon, y que nos cuenta ese Río de Janeiro donde llueve tantos días como en París y Londres y la saudade impregna la vida, y sus obras.

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