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Desde el verano, Rocío Montero Amaya friega los platos "repitiendo palabras", que de todos modos al principio se esfumaban. Poco a poco la memoria se hizo fuerte y el hilo se fue estirando, hasta que se supo el papel. Ella es la Bernarda Alba del montaje que este domingo estrena TNT-Atalaya en su teatro de Pino Montano, un espectáculo interpretado casi exclusivamente por mujeres gitanas del Vacie, que a pesar de las buenas intenciones de Emilia Barroso, delegada de Bienestar Social del Ayuntamiento, no es "un barrio más", sino un asentamiento chabolista de cuyos estigmas es difícil librarse y donde "cuesta llevar una vida normal", dice esta madre de siete hijos.
La experiencia teatral ha permitido a Rocío y a sus siete compañeras de escenario -Carina, Sandra, Mariluz, Loli, Ana, Sonia y Pilar- verse de manera distinta, sentirse otras. Una manera de escapar de un encierro invisible y cruel que tiene "muchas concomitancias" con la obra de Federico García Lorca, quizás la más cercana al delirio y a la tragedia griega, como dice Pepa Gamboa, la directora de esta "versión Vacie" del texto.
"No queríamos una mirada entomóloga ni tramposa, sino sincera. Hemos pactado con Lorca: la fábula se mantiene, pero contamos la obra desde la luz", explica Gamboa. No se trata de una versión "ortodoxa", advierte, pero todo lo que se aleja del texto original se gana en "vida". "El trabajo con los personajes ha sido muy distinto a lo que yo conocía, pero es que no era necesario crearlos: ya existen, son ellas, entrando en un mundo que les resulta cercano", continúa la directora, que ha tratado en todo momento de evitar el "morbo" y que el montaje parezca "una pieza de museo", algo que no merecería, dice Gamboa emocionada, este "encuentro tan maravilloso", uno de sus trabajos más importantes -asegura la ganadora de varios premios Giraldillo por sus proyectos flamencos-, porque "el instante, base de todo trabajo teatral, aquí alcanza una dimensión que va más allá de la escena".
La expectación que ha generado este estreno absoluto, que servirá también como colofón de la segunda edición del Mitin, demuestra que a veces merece la pena hacer este tipo de "apuestas desde la locura", dice Ricardo Iniesta, fundador y director de TNT-Atalaya y de su Centro Internacional de Investigación Teatral, en el que da cabida a otros proyectos de inserción social. Ayer había nervios entre el reparto, pero también entre el personal del teatro, que recibía llamadas de medios de comunicación de todo el país, interesados en conocer los detalles de esta aventura que pretende, dice el Premio Nacional de Teatro 2008, desterrar ciertas "ideas tenebrosas sobre El Vacie".
Por ejemplo, que no hay nada que pueda hacerse. Ninguna de las actrices de esta versión de La casa de Bernarda Alba sabe leer ni escribir, pero todas han visto ya obras de Valle-Inclán, Bertolt Brecht o Heiner Müller, algunas de las muchas a las que han asistido con sus familias desde la apertura del teatro -a unos 150 metros del asentamiento- en octubre del año pasado. "Así que seguramente tienen ya más cultura teatral que la media de los sevillanos", afirma Iniesta. "La preparación del montaje se ha basado en el intercambio con todas ellas, a la convivencia, que es el único sitio desde el que podemos hacer algo útil", añade Gamboa.
Así que la improvisación, el vuelo libre de las intuiciones, han sido fundamentales para la obra, que cuenta con el apuntalamiento profesional de Marga Reyes, actriz de la compañía Atalaya desde hace 15 años y que interpreta a la criada Poncia, junto con Jeroni Obrador y Silvia Garzón.
Esta última participó en los talleres de teatro que organizó el centro desde su inauguración. En ellos surgió el interés por el teatro. Luego, las mujeres llegaban a sus casas tan entusiasmadas que contagiaron a quienes las rodeaban. Ahí empezó a tomar forma el montaje, para cuya primera función se han agotado ya las entradas y volverá al mismo teatro del 20 al 28 de este mes, para iniciar más tarde, el 20 diciembre en Valladolid, una gira nacional. "¿Quién iba a pensar esto?", dice Rocío, Bernarda; que 300 personas llenaran una sala para verlas a ellas, cuando tantas veces les "han dado la espalda".
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