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Utopía y sonido

Se publica por fin en español la obra de referencia de un pionero en el estudio de los entornos acústicos.

Miembros del World Soundscape Project en los años 60; Murray Schafer es el primero por la izquierda.
Pablo J. Vayón

03 de agosto 2014 - 05:00

'El paisaje sonoro y la afinación del mundo'. Raymond Murray Schafer. Trad. Vanesa G. Cazorla. Intermedio, Barcelona, 2013. 390 páginas. 23 euros

Desde los años 60 lleva Raymond Murray Schafer (Ontario, 1933) preocupado por la ecología del sonido. A través de iniciativas como el World Soundscape Project (Proyecto Mundial del Paisaje Sonoro), el compositor e investigador canadiense ha tratado de promover una mayor concienciación por el entorno acústico en el que vivimos, lo que él llama paisaje sonoro. Este libro es uno de sus acercamientos más célebres sobre el particular. Publicado originalmente en 1977 con el título de The Tuning of the World (La afinación del mundo) y vuelto a editar en 1993 ya como The soundscape: our sonic environment and the tuning of the world, esta primera edición española, muy bien cuidada por Intermedio, debe ser saludada con alborozo por lo que tiene de estudio casi fundacional de una disciplina que no ha hecho sino ganar en importancia en el último medio siglo.

La obra combina su voluntad de tratado objetivo, apoyado en los estudios científicos de campo realizados por el propio Murray Schafer y su equipo, con un carácter divulgativo y reivindicativo que tiene como principales valores el cuidado de un lenguaje que resulta siempre claro y accesible, lo que no le impide alcanzar ribetes poéticos en algunas secciones, y la pasión que transmite por la disciplina objeto de estudio. El libro se divide en cuatro grandes apartados, los dos primeros de carácter descriptivo, el tercero, analítico, y el cuarto, propositivo.

De la definición de algunos conceptos básicos, Murray Schafer pasa a hacer un recorrido exhaustivo por la evolución histórica de los paisajes sonoros (histórica y prehistórica: el primer objeto de curiosidad recae en los sonidos de la naturaleza, que seguirán muy presentes durante toda la obra), apoyándose en ocasiones en relatos míticos o en la literatura, fuente de información fundamental para conocer cómo sonaba el mundo para el ser humano en otras épocas. El paseo se torna por momentos fascinante, ya que Murray Schafer no se limita a la mera descripción de los fenómenos, sino que extrae de ellos infinidad de implicaciones sociológicas, históricas, urbanísticas y artísticas, muchas de las cuales tienen que ver con la música, ofreciendo explicaciones que a algunos parecerán sorprendentes, como la idea de que el entorno sonoro condicionó siempre la evolución del estilo (y así explica por ejemplo la aparición del bajo de Alberti a partir de los viajes en diligencia).

La revolución industrial se coloca como el momento del gran cambio, aquel en el que el ruido de la moderna vida industrial rompió el equilibrio natural con una pujanza que el autor califica de "imperialista". No faltan aquí algunos prejuicios antitecnológicos difícilmente defendibles ("no cabe duda de que [el teléfono] ha contribuido en gran parte a la mengua del lenguaje escrito y al empobrecimiento del habla"), pero son en general páginas llenas de hallazgos, de lúcidas interpretaciones y en las que incorpora incluso conceptos nuevos, como el de la esquizofonía, esto es, "la disociación entre un sonido original y su transmisión o reproducción electroacústica". Son las páginas en las que Murray Schafer acomete también con fina intuición y rotunda crudeza contra los creadores del hilo musical (en lo que hoy parece batalla perdida, cuando apenas hay tienda, café o despacho público sin el horror de la música obligatoria), cuando enfatiza el encuentro entre la música y el entorno sonoro, dando especial relevancia a los experimentos del futurista Luigi Russolo y sus máquinas de intonarumori, cuando aboga por la creación de archivos que preserven la infinidad de sonidos que se pierden sin remedio: habla por ejemplo de los antiguos molinillos manuales de café o de las cajas registradoras; yo, recurriendo a la patria de la infancia, podría añadir otros muchos (las limas silbando y clavándose en la arcilla húmeda, las canicas de vidrio entrechocando...); cada cual puede hacer su propio inventario.

En la sección de análisis, Murray Schafer aboga por crear un sistema de notación objetiva del ruido, rechazando la mera descripción subjetiva del observador, y establece los principios elementales de diversos sistemas de clasificación. En la cuarta sección hay intuiciones perspicaces (algunas ya cumplidas, como la petición de timbres personalizados para los teléfonos), reclamaciones complejas y de largo recorrido que hoy han asumido ya importantes colectivos en nuestra sociedad, como la de la privacidad sonora, esto es, el derecho a acotar espacios acústicos propios, igual que se acotan los físicos, pero sobre todo es esta la sección en la que Murray Schafer se da a la utopía de sentar las bases para una profesión nueva: la del diseñador acústico, cuya misión, la de diseñar los entornos sonoros igual que se diseñan urbanísticamente las ciudades (o mejor, como un miembro imprescindible más en su concepción y desarrollo, que tendría además mucho que enseñar a los modernos arquitectos, a los que se condena en algunos párrafos de inusitada dureza), habría de hacer mucho más placentera y menos conflictiva nuestra vida cotidiana. La investigación de Murray Schafer, llena de ideas sensatas y útiles, termina acercándose al silencio, para deslizarse peligrosamente hacia el terreno del misticismo pitagórico de la música de las esferas. Acaso sea a causa de la melancolía que provocan los esfuerzos baldíos.

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