Última página del maestro Hobsbawm
De libros
Crítica publica 'Un tiempo de rupturas', libro póstumo de uno de los grandes de la Historia, Eric Hobsbawm, que analiza con humor e inteligencia la destrucción de la cultura burguesa clásica.
Eric Hobsbawm. Barcelona, Crítica, 2013. 303 págs. 24,90 euros
Si de otro autor se tratara se hubiera dicho que este libro es un cajón de sastre pues amalgama materiales tan distintos como la conferencia, el ensayo, la reseña bibliográfica para dar cuenta de la sociedad y la cultura de Europa en el intrincado siglo XX. Pero tratándose de Hobsbawm la coherencia del pensamiento galvaniza la heterogeneidad de los procedimientos y nos conduce al corazón (maltrecho) de lo que en su día se admitió la civilización burguesa europea.
Pero este fruto escondido, núcleo espiritual de las clases con poder y palabra en el último tercio del siglo XIX, prestigiado y prestigioso, está hoy tan diluido, queda tan lejos del lector medio, que el sabio profesor hizo bien en anunciarlo en esta su obra póstuma con una fanfarria (la palabra es suya) de avisos para despertar al más despistado pero que también servirá de deleite a sus lectores habituales porque viene preñada de fino humor británico y de fecunda experiencia. Baste como botón de muestra de estas primeras y parleras páginas del libro su reflexión sobre la espiral de satisfacción del deseo inmediato que domina nuestra forma de vida actual, musculada por el consumismo rampante y propulsada por la revolución digital. Sus consecuencias están redefiniendo el lugar de las artes y su capacidad de simbolizar la realidad. Pero no sólo: también la propia relación entre el mercado, la cultura y el imperativo moral en un mundo en que la vía del libre comercio obligatorio reduce la pluralidad que había sido distintiva de las tradiciones nacionales europeas. Y es entonces cuando empezamos a vislumbrar la almendra del patrimonio de una cultura burguesa clásica apenas ya reconocible que no supo sobrevivir a la propia dinámica capitalista que la engendró siendo superada en el umbral del siglo XX por la sociedad de consumo de masas.
En el centro de aquel reino de valores y creencias (a él se dedican los capítulos centrales de la obra), estaba la ideología laica de las Luces, el canon clásico y el repertorio aceptado del teatro y la ópera. Compartido por unas élites europeas confiadas en los logros políticos alcanzados por el liberalismo doctrinal había sido el resultado histórico de profundos deslizamientos y mimetismos interclasistas que el gran historiador británico recorrió en su espectacular tríptico dedicado al capitalismo y su transformación: La Era de la Revolución, La Era del Capital y La Era del Imperio (títulos reeditados como trilogía por Crítica en 2012). Aquí se recuerda una variable del proceso pero basta para colegir la génesis del conjunto de la cultura burguesa: lo que el historiador británico llama la "emancipación del talento judío". Es decir, la asimilación al medio burgués de los judíos de provincias que apegados hasta entonces a sus costumbres ancestrales, aceptaron con entusiasmo los valores de progreso y modernidad que representaba el Imperio Alemán y los hicieron propios hasta sentirse cofundadores de la nueva civilización.
Sin embargo, esta cultura burguesa, nutrida de tradiciones previas, manifestó su mayor fragilidad justamente al alcanzar su cénit en vísperas de la Gran Guerra cuando se convirtió en valor de máximo prestigio y marcador de clase pero sobre todo de género (femenino), público preferente del ocio decoroso de los segmentos ilustrados y pudientes. Pues precisamente entonces y no antes los hijos de la burguesía segura y triunfalista de 1870 abrieron una brecha en la esfera pública irritando con un arte incomodo a la sociedad que los había educado. Conscientes de la ruptura llamaron joven al producto de su propia creación expresando la crisis de identidad que ensombrecía ya la vieja cultura savant.
Era el pórtico del tiempo de incertidumbres que caracterizó la etapa siguiente de la historia de Europa. La tercera parte de este libro se aplica a su análisis desde distintos puntos de vista: el estado de ánimo pesimista que se apoderó de los ingleses en el periodo de Entreguerras, el agotamiento de las vanguardias artísticas y su capacidad de asombrar, la función que el arte sin embargo siguió desempeñando como ángel turiferario del poder político en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini o la Unión Soviética de Stalin. Signos todos ellos de la decadencia de la civilización europea clásica tal como fue construida en el siglo XIX desde sus raíces modernas.
No es de extrañar así que la potente industria de entretenimiento norteamericana, con el cine como ariete, hiciese estallar el modelo obsoleto de la cultura europea clásica, pese a las resurrecciones episódicas que tuvo sobre todo en Gran Bretaña, e irradiase sus propios mitos (el cowboy al que se dedica el último capítulo) a un público universal y también europeo. Inopinado sorpasso que cogió igualmente desprevenida a la casposa academia y a la agostada vanguardia, con el que el viejo profesor cierra su último trabajo historiográfico, escrito con la misma pasión que siempre, entre 1964 y pocos meses antes de morir el pasado año 2012.
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